La presión científica funciona
Un Gobierno tras otro están pasando por el aro de la racionalidad
Quienes acusan al Gobierno español de haber reaccionado tarde van a tener que adoptar la dieta de Rajoy para políticos: tragarse sus palabras. Hacer predicciones a toro pasado es una maquinación politiquera, oportunista e inútil para los ciudadanos. “¿Retrasados respecto a qué?”, les espetó el presidente Sánchez el otro día, rompiendo ligeramente su compromiso de no enredarse en diatribas de bajo nivel. Tenía razón. Los grandes países de nuestro entorno están reaccionando con semanas de retraso respecto a España. Boris Johnson se ha resistido como gato panza arriba a implantar las medidas de a...
Quienes acusan al Gobierno español de haber reaccionado tarde van a tener que adoptar la dieta de Rajoy para políticos: tragarse sus palabras. Hacer predicciones a toro pasado es una maquinación politiquera, oportunista e inútil para los ciudadanos. “¿Retrasados respecto a qué?”, les espetó el presidente Sánchez el otro día, rompiendo ligeramente su compromiso de no enredarse en diatribas de bajo nivel. Tenía razón. Los grandes países de nuestro entorno están reaccionando con semanas de retraso respecto a España. Boris Johnson se ha resistido como gato panza arriba a implantar las medidas de aislamiento que recomienda la ciencia, Donald Trump se ha empleado a fondo en su negacionismo de la pandemia, y el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, sigue jaleando a su población a que salgan a cenar a las fondas. “No dejen de salir”, dijo todavía el domingo pasado. “Yo les voy a decir cuándo no salgan”. Vale, pues aquí te esperamos, hijo.
Hay un sentido en que esta travesía hacia la racionalidad que está experimentando el poder político mundial, por lenta y desesperante que sea, es una buena noticia, porque significa que la presión científica funciona. En el Gobierno español, por cierto, ha funcionado mejor, y antes, que la media de nuestro entorno. El singular presidente de Vox, Santiago Abascal, ha aprovechado su tribuna parlamentaria para exigir la dimisión de no sé cuántos ministros y vicepresidentes y, como guinda, la del jefe de emergencias sanitarias, Fernando Simón. Esto es un dato interesante, porque señala con el dedo justo a algunos de los responsables políticos que más credibilidad están ganando en estas semanas. La idea está clara: en cuanto alguien destaque, córtale la cabeza. Politiquerío barato. Incluso Abascal tendrá que pasar por el aro de la razón, por mentira que parezca.
Resulta chocante que Donald Trump no haya echado a su asesor Anthony Fauci, un excelente científico que ha estado décadas al frente de la unidad de enfermedades infecciosas de los NIH (Institutos Nacionales de la Salud, la mayor maquinaría mundial de investigación biomédica). En una situación normal, o prepandémica, el presidente habría puesto a Fauci de patas en la calle, como ha hecho con todos los responsables científicos del país que se oponían a sus prejuicios iletrados. Fauci sigue en su puesto pese que está empeñado, como buen científico, en irritar a su presidente con las herramientas de la razón.
Que yo sepa, ni el partido demócrata ni el republicano han pedido la dimisión de Fauci, y Trump se va a tener que tragar los sapos de la verdad a los que suele estar ciego. Al pedir la dimisión de Fernando Simón, Abascal está haciendo un ridículo planetario que ni sus propios votantes deben entender. En fin, allá él y allá ellos. La presión científica funciona. Ánimo, muchachos.
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