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El fin del Socialismo Democrático (o de ‘la cosa’)

Este certificado de defunción hay que tomarlo muy en serio ya que proviene de la líder indiscutida del PS, como nunca antes tan empoderada, lo cual bien podría prefigurar su perfilamiento como presidenciable en los cuatro años de oposición que probablemente vienen

Tras la primera vuelta presidencial chilena de hace una semana, las réplicas de un resultado excesivamente ajustado para la candidata de izquierdas Jeannette Jara ya se están notando. Una de esas réplicas, esperable, provino de la flamante senadora y presidenta del Partido Socialista Paulina Vodanovic. En varias entrevistas, la senadora Vodanovic dejó entrever lo que se viene para los dos partidos principales del Socialismo Democrático, el PS y el Partido por la Democracia (PPD): la defunción de una asociación entre dos partidos que, desde hace rato, no mostraba signos vitales. Con gran franqueza, la presidenta de los socialistas explicitó su incomodidad ante una comunión de dos partidos que distan mucho de formar una alianza, puesto que en ellos no habrían intereses comunes. El diagnóstico es durísimo y en algún sentido contra-intuitivo, ya que a esta entelequia del Socialismo Democrático no le fue tan mal en las elecciones parlamentarias que tuvieron lugar el mismo día de la primera vuelta: 20 diputados entre socialistas y pepedés, a los que se suman en matemática formal 8 diputados democratacristianos, 3 liberales y 2 radicales (33 en total, en una Cámara de 155 miembros). Nada de mal en comparación con los 17 diputados del Frente Amplio y los 11 comunistas, entre quienes tampoco se observa ni unidad ni comunidad de intereses. Todo esto nos habla de izquierdas fracturadas. Pero las cosas son lo que son, y todo indica que el Socialismo Democrático no tiene futuro, por una muy buena y simple razón desarrollada por la senadora Vodanovic: el apodo de centro-izquierda con el cual el Socialismo Democrático es descrito incomoda a los socialistas, ya que desdibuja su identidad originaria, de izquierda a secas. Este certificado de defunción hay que tomarlo muy en serio ya que proviene de la líder indiscutida del PS, como nunca antes tan empoderada, lo cual bien podría prefigurar su perfilamiento como presidenciable en los cuatro años de oposición que probablemente vienen: una vez fuera del poder, en el contexto de una debacle electoral, Boric tendrá que reinventarse si quiere volver a competir por la primera magistratura. Es evidente que tendrá muchas dificultades para lograrlo: su gobierno termina muy mal.

Lo extraño en este certificado de defunción es la velocidad de su emisión, así como el tono categórico utilizado: no considera la notable resiliencia del Partido por la Democracia y del Partido Demócrata Cristiano, dos fuerzas que estaban siendo desahuciadas por moros y cristianos (entre ellos, varios analistas). Tampoco calibra la fuerza relativa, aunque matemática, de la entelequia socialista democrática (que a partir de ahora llamaré la cosa): 33 diputados no es poco. Finalmente, pasa por alto la debilidad electoral del PS, un partido que ha perdido en la última década casi la mitad de su caudal electoral, el que solo es compensado por su alta electividad a punta de capacidad negociadora. Es cierto: todas estas cosas se explican por un apego apasionado a la larga historia del Partido Socialista, a sus tradiciones, símbolos y una identidad que conmueve cuando se homenajea a militantes ejemplares una vez que estos fallecen. La racionalidad política no puede rivalizar con la potencia cultural e identitaria de los socialistas, por muy declinante que sea su poderío electoral.

Qué duda cabe: lo que falta en este certificado de defunción de la cosa es la prefiguración de un certificado de nacimiento de otra izquierda. En esa prefiguración, los socialistas debiesen cumplir un papel fundamental, lo que implica varias cosas.

En primer lugar, los socialistas realizarán en 2026 una Conferencia Nacional de Programa: en lo personal, habría esperado derechamente un congreso ideológico (del tipo congreso Bad Godesberg de 1959, legendario en la tradición socialdemócrata), dada la envergadura de la derrota en primera vuelta y el grave retroceso parlamentario de todas las izquierdas (unas más, otras menos). ¿Cómo interpretar esta derrota? Son muchas las razones que convergen: desde factores mundiales y globales (esto está pasando casi en todas partes) hasta fenómenos locales que tuvieron lugar en los últimos 6 años (el estallido social de 2019 y todo lo que le siguió: dos procesos abortados de cambio constitucional, retorno al voto obligatorio, la pandemia, el Gobierno de nueva izquierda de Gabriel Boric). Dicho de otro modo y en lenguaje de izquierdas: los socialistas necesitan con urgencia un “análisis del periodo”.

En segundo lugar, los socialistas no pueden permanecer en el diagnóstico: deben adoptar definiciones sustantivas, lo que pasa por un franco y probablemente doloroso debate ideológico. Es en este sentido que una definición tan categórica y temprana sobre el fin del Socialismo Democrático es relevante: tal vez termine, pero la cosa debe concluir por razones de fondo. Son estas razones las que se deben abordar a escala de socialistas para, desde allí, formatear el debate general de todas las izquierdas. Es por esta razón que el estatus del evento partidario importa (¿conferencia o congreso ideológico?), así como la voluntad de dirimir controversias internas y generales, sincerando los fundamentos desde los que el Partido Socialista ha gobernado a partir de 1990. ¿Alguien puede tener alguna duda de que se ha gobernado, aunque confusamente, desde ópticas socialdemócratas, a veces hegemonizadas por una variante liberal del tipo tercera vía, y en otras sumida en la vaguedad? Desde 1990, los socialistas nunca han explicitado su ideario y su sistema de justificación de las politicas con las que ha gobernado, más allá de argumentar que se ha gobernado en coalición y por lo tanto no se puede argumentar de modo preciso acerca de las posturas doctrinarias e ideológicas propias. Pues bien, este es el momento de hacerlo: la derrota es de tal magnitud, es tan histórica, que cuesta imaginar a los socialistas escabullirse de la realidad.

En cuanto al Partido por la Democracia, se trata de un partido que deberá también adoptar grandes definiciones. Su desventaja proviene de su identidad endeble y de una cultura pepedeísta que, de existir en la sociedad, no destaca. Su principal desafío consistirá en desafiar, política e intelectualmente, a los socialistas sobre los grandes temas de la sociedad emergente y del futuro: transhumanismo, robotización del trabajo, abandono del cuerpo humano mediante la revolución tecnológica, crisis ecológica. Sobre varios de estos temas, los socialistas ni siquiera intuyen lo que a la humanidad se le viene encima.

Poco importa si la cosa ya no existe: lo relevante es que las partes de la antigua cosa tomen conciencia de que otro mundo está emergiendo. No sabemos si ese es un buen mundo: temo que no.

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