Desierto florido: admirar y sobre todo cuidar
La flor añañuca no es la única que revive en el desierto florido, pero es una de las más llamativas y famosas. Otra muy renombrada es la Garra de León
María Pía había cumplido recién los seis años cuando, en el jardín infantil, le contaron la leyenda de la Añañuca.
Pese a su corta edad, este relato de origen nortino la fascinó. Aunque recién estaba aprendiendo a leer, la historia de la joven de Montepatria que se enamoró de un minero, vivió con él un tiempo de felicidad y finalmente lo perdió, conmovió su alma de niña.
La explicación de por qué la flor de la añañuca es roja, como la sangre de la protagonista de la leyenda, es difícil de olvidar. Es como todas las historias de amor que en el mundo han sido, incluyendo el trágico romance de Romeo y Julieta. ¿Cómo no recordar para siempre a la joven que encontró el amor… y no pudo retenerlo a su lado por la insistencia del enamorado por seguir buscando una mítica mina de oro?
Como último recurso, la joven Añañuca salió una noche de frío y lluvia a buscarlo en el desierto…. Y encontró la muerte. Su sangre, sin embargo, quedó para siempre coloreando la flor silvestre que lleva su nombre.
La añañuca no es la única que revive de tiempo en tiempo en el desierto florido, pero es una de las más llamativas y famosas. Otra muy renombrada es la Garra de León.
Este año, como ocurre de tiempo en tiempo, se está repitiendo principalmente en Atacama el milagro. El desierto, hostil y desolado la mayor parte del tiempo, se abre en una explosión de color y belleza.
El desierto florido es un espectáculo único en el mundo. En el lugar más árido del planeta, cada cierto tiempo la combinación de lluvias poco frecuentes y determinadas condiciones ambientales permiten que miles de semillas dormidas bajo el suelo despierten, cubriendo el agreste paisaje con un hermoso tapiz multicolor.
La doctora Britt Wallberg, encargada del Banco Base de Semillas Intihuasi del Instituto de investigaciones agropecuarias, explicó en une entrevista para el diario El Día de La Serena, que este fenómeno no solo deslumbra por su belleza, sino también por la capacidad de las plantas de adaptarse a la incertidumbre climática. “Lo que hacen al florecer es asegurar su supervivencia. Forman semillas que quedan en el suelo y pueden resistir años, incluso una década, esperando la lluvia adecuada”, comentó.
La clave es un depósito natural de semillas que yace bajo la superficie del desierto. Se calcula que se extiende por más de 50.000 hectáreas (quinientos millones de metros cuadrados) de suaves lomajes. La mayor parte (entre un 60 y 80 por ciento) son flores que solo existen en nuestro país, entre ellas, la añañuca.
Una gran variedad
El recuento periodístico abunda en detalles:
Entre las especies más representativas se encuentran las añañucas rojas y amarillas, las patas de guanaco (Cistanthe longiscapa), los suspiros (Nolana spp.), que corresponden a aquellas que presentan un color lila y tienen un círculo en su interior de color blanco, y las cristarias, conocidas popularmente como malvillas, que forman verdaderos tapices lilas en el desierto. Estas corresponden a hierbas cubiertas de pelos estrellados y glandulosos, con hojas concentradas en la base. Sus flores son vistosas, generalmente de tonos lilas o rosados.
Asimismo, los cactus del género Copiapoa también florecen en esta época y son muy codiciados por coleccionistas, aunque se encuentran amenazados por la extracción indiscriminada. También se pueden avistar especies como la oreja de zorro (Aristolochia chilensis), una enredadera que llama la atención por sus flores de gran tamaño, de forma acampanada y de un tono púrpura oscuro, con venas más claras que resaltan sobre su superficie aterciopelada, asemejando la forma de una oreja animal.
Por último, el clavel de aire (Tillandsia sp.) suele crecer sobre rocas o superficies sin necesidad de suelo, formando rosetas de hojas delgadas, alargadas y de un verde grisáceo plateado; su floración despliega inflorescencias vistosas con tonalidades rosadas o violáceas, que destacan en medio del paisaje árido donde suele encontrarse.
María Pía no lo sabe, pero a lo mejor este año sus padres la llevarán a ver este espectáculo maravilloso. Y si no es ahora, será más adelante. Cada primavera, miles de chilenos y no pocos extranjeros, van a Copiapó y otros lugares de la región, para ser testigos del fenómeno sin igual.
Lo más importante es, como ocurre con muchas bellezas, naturales o no, en Chile y el mundo, es crear conciencia de los peligros que corre esta maravilla natural. Y el depredador principal, aunque no único, son los humanos. El proceso natural implica que las semillas deben volver a caer en el terreno que las protegió y, más adelante, permita una nueva floración.
Aunque su paso por estos lugares es antiguo, nada verdaderamente grave pasó hasta que los visitantes empezaron a llegar de picnic, en jeeps, incluso, en aviones. Como ocurrió en 2017, cuando 13 avionetas aterrizaron en medio de las flores. Sus ocupantes hicieron picnic y se fotografiaron antes de reemprender el vuelo.
Primeras impresiones
Históricamente, los primeros estudios conocidos se realizaron en 1777 por los botánicos españoles Hipólito Ruiz López y José Antonio Pavón y Jiménez. En el siglo siguiente, en 1831 la sequía frustró el deseo del naturista Claudio Gay de conocer el desierto florido. Se dice que tuvo que conformarse con el estudio de algunos cactus. Charles Darwin destacó el hecho de que lluvias escasas produjeran abundante vegetación en Copiapó y Huasco. En el valle de Copiapó en junio de 1835, tras dos o tres años de sequía, se habían producido grandes lluvias.
En noviembre de 1853, Rodulfo Amando Philippi realizó la expedición científica Viaje al Desierto de Atacama. Describió en su trayecto en tren entre Caldera y Copiapó los singulares efectos de las lluvias.
Años más tarde, su hijo Federico, relató en su obra Viaje a la costa de Atacama, sus propias impresiones: “Hallamos el desierto transformado a consecuencia de las abundantes lluvias de invierno en un verdadero campo de flores, los arbustos mencionados florecían casi todos”.
Desde entonces, entre las muchas flores que han esperado años antes de asomarse, estaba y seguirá estando la añañuca.
Pero hay que cuidarlas. “No se deben pisar ni cortar las flores. Sacarlas de su entorno no asegura que crezcan en otro lugar y puede significar la pérdida de años de esfuerzo de la planta”, advierten los expertos.
Otros consejos importantes:
- No ingresar con mascotas, ya que sus desechos y comportamientos pueden dañar a la fauna local, en especial a los guanacos.
- Evitar la basura y circular solo por los senderos habilitados.
El desierto florido es, a fin de cuentas, una invitación al respeto de una belleza natural única y a sumarse a su conservación. Es la mejor garantía para que María Pía vea directamente en el futuro la maravillosa flor de la leyenda: la añañuca.