El verdadero valor de emprender: resolver desafíos que importan
Emprender, al final, es mucho más que lanzar una idea ingeniosa. Es aprender a mirar con otros ojos los problemas de nuestro tiempo

En los últimos años, hemos visto cómo la sociedad demanda cada vez más creatividad, innovación y emprendimientos capaces de generar transformaciones profundas. No se trata solo de levantar startups atractivas para el mercado, sino de movilizar ideas y talentos en torno a los grandes problemas que enfrentamos como país y como humanidad.
Aquí surge una convicción: emprender desde los problemas relevantes es más que una oportunidad; es una responsabilidad. El emprendimiento no puede limitarse a un ejercicio creativo o financiero: debe ser una respuesta consciente a desafíos estructurales como la crisis climática, la inequidad en salud o la gestión sostenible de nuestros recursos naturales.
Resolver problemas reales no solo genera impacto social, sino que también crea valor económico duradero, pues moviliza innovación, capital y talento hacia sectores estratégicos.
En una economía del conocimiento, lo que importa no es la cantidad de startups, sino su capacidad de transformar industrias, de remover cuellos de botella y de dinamizar cadenas de valor. Una startup con propósito, que nace del entendimiento profundo de un problema, vale más que cien ideas atractivas sin impacto sistémico. Por eso, los ecosistemas de apoyo, los centros de investigación y, muy especialmente, las universidades tenemos un rol que no podemos eludir.
Desde la academia, nuestra contribución se da en dos dimensiones: primero, en ofrecer herramientas, espacios de experimentación y la materia prima más valiosa de todas, que son las capacidades y la creatividad de nuestros estudiantes. Segundo, en formar una cultura de emprendimiento con impacto, que comience por la primera innovación: comprender la naturaleza del problema. Muchos emprendimientos fracasan no por falta de tecnología, sino por un diagnóstico superficial de aquello que intentan resolver. Identificar causas profundas, actores involucrados y dinámicas sistémicas es tan importante como la solución misma.
En espacios académicos, lo importante no es solo incentivar ideas ingeniosas, sino abrir caminos donde los estudiantes puedan atreverse a experimentar, equivocarse y aprender resolviendo problemas reales. Emprender, al final, es mucho más que lanzar una idea ingeniosa. Es aprender a mirar con otros ojos los problemas de nuestro tiempo, a equivocarse, volver a intentar y descubrir en ese proceso nuevas formas de crear valor.
Cuando se abren espacios para experimentar y atreverse, la creatividad deja de ser un fin en sí mismo y se transforma en una herramienta para imaginar soluciones que importan. No hablamos de perseguir modas pasajeras, sino de forjar un ecosistema emprendedor que nazca de la curiosidad y el compromiso con los desafíos que realmente marcan nuestro futuro.
Emprender desde la academia es, en definitiva, un acto de responsabilidad pública. No buscamos solo formar profesionales capaces de insertarse en la economía del conocimiento, sino ciudadanos que se atrevan a imaginar, construir y liderar soluciones que mejoren la vida de las personas. Porque al final del día, el verdadero éxito de un emprendimiento no está en su valorización de mercado, sino en su capacidad de transformar la realidad.
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