Candidaturas en tiempos del personalismo extremo
Tanto la política como las instituciones democráticas, en su conjunto, han asistido a un proceso creciente de degradación y debilitamiento
La finalización del 2024 estuvo marcada por la intención de diversos parlamentarios de fortalecer a los partidos, como parte de las reformas orientadas a mejorar el sistema político. Sin embargo, el modo en que se han venido proponiendo candidaturas presidenciales parece contrariar esa disposición. Se observa una primacía del personalismo, por sobre ejercicios participativos y deliberativos al interior de los partidos, o que sean el resultado de discusiones y maduraciones programáticas. El personalismo, en el fondo, se confunde con las particularidades que adoptan ciertos liderazgos y, en ocasiones, con lo que podría ser el proyecto orientado a movilizar a la ciudadanía.
Tal personalismo ha sido un fenómeno transversal, aunque es en el espectro de la centroizquierda y de la izquierda donde parece haberse arraigado con más fuerza. Dentro de la derecha, el personalismo ha afectado la posibilidad de lograr que los nuevos referentes se consoliden y proyecten a lo largo del tiempo. En el caso específico de la izquierda y la centroizquierda, el personalismo permite entender la dificultad que ha existido en este sector para promover liderazgos múltiples, mantener las coaliciones previamente constituidas y garantizar cierto grado de estabilidad, en cuanto a las adhesiones y los resultados electorales.
El personalismo obedece a una serie de factores que afectan a las instituciones representativas, especialmente a partidos y coaliciones. Tanto la política como las instituciones democráticas, en su conjunto, han asistido a un proceso creciente de degradación y debilitamiento. La incidencia de poderes extrainstitucionales, así como la indiferencia, el desdén y la evaluación negativa por parte de la ciudadanía, son algunos de los síntomas más reconocidos. A ello se agrega el problema de los partidos para cumplir la función original de mediar entre la sociedad y el ámbito de la toma de decisiones. El debilitamiento organizativo de los partidos, reconocido en su tendencia a la fragmentación y a la desnacionalización, unido al control territorial que de manera individual ejercen parlamentarios, gobernadores, alcaldes y concejales, han reforzado el fenómeno de la personalización en desmedro de su fortaleza institucional.
Los partidos que han estado en el Gobierno, como ocurre con los del actual oficialismo, se sustentan en el control y en el manejo de los recursos del Estado. Su base social ha quedado reducida a quienes ostentan la condición de funcionarios públicos y operadores que se desenvuelven en diversas reparticiones del Estado, demostrando haberse transformado en estructuras cartelizadas (según la definición de Katz y Mair). Esto contribuye a generar un ambiente de pasividad en su interior y, en consecuencia, a que las principales decisiones sean estrictamente cupulares. Por ende, a la hora de definir candidaturas -de todo tipo-, la mayoría aparecen como meras imposiciones.
Durante 2012, convocar y postular a la expresidenta Michelle Bachelet a un segundo mandato fue la alternativa que encontraron los dirigentes de la exConcertación, para revertir la crisis y la perplejidad en que dicha coalición se encontraba desde marzo de 2010. Al confundir popularidad con liderazgo, vieron en la expresidenta la alternativa más viable para asegurar mayor cohesión y su regreso al Gobierno. El resultado fue que la crisis interna no se revirtió. Al final de su segunda administración (2014-2018), la centroizquierda se había dispersado y debilitado, sin recuperar el sitial que había tenido desde los inicios de la transición.
En una reciente columna del 20 de febrero, Fernando Atria recomendaba a la militancia del Frente Amplio (FA) pasar a la ofensiva y proclamar como candidata presidencial a la expresidenta Bachelet. Con estas declaraciones, Atria se sumaba a lo que ya habían manifestado otras colectividades del oficialismo, partiendo por representantes del Partido Comunista (PC). El mismo entusiasmo habían manifestado personeros del Partido por la Democracia (PPD) y del Partido Socialista (PS), anulando con ello a quien podría ser la abanderada del Socialismo Democrático, Carolina Tohá.
Pese a que dentro del PS habían surgido disidencias, de los senadores Allende e Insulza, bastó solo un almuerzo entre la senadora Paulina Vodanovic y el dirigente Ricardo Solari para que se cerrara el apoyo a la expresidenta Bachelet. Dicho almuerzo tuvo lugar el martes 4 de febrero, desde las 13:20, en el café cívico del Centro Cultural de La Moneda. Luego de eso, el día 10, Solari manifestó a través de la prensa la importancia de la candidatura de la exmandataria descartando, e incluso definiendo como mala idea, la opción de Carolina Tohá. De manera simultánea, surgieron diversas voces en el PS a favor de la expresidenta.
Por otra parte, cabe recordar que la mayoría de los ideólogos, parlamentarios, ministros y dirigentes actuales del FA emergieron siendo críticos y opositores al primer Gobierno de la expresidenta Bachelet (2006-2010). Militantes de Revolución Democrática se integraron a su segundo Gobierno (2014-2018), mientras el resto del FA decidió jugar a dos bandas, o bien a cuestionar su gestión. Hoy, “desde arriba”, deciden aparecer como los promotores incondicionales de su, eventual, candidatura. La posibilidad de mantener su clientela política dentro del Estado, y de apostar en regresar al Gobierno en un futuro no muy lejano, son las principales motivaciones en muchas figuras del FA para tan eufórico apoyo.
No pocos analistas han advertido sobre los riesgos de una eventual candidatura de la expresidenta Bachelet, dada evaluación negativa que existe sobre el actual Gobierno en una serie de temas relevantes para la ciudadanía. E incluso, porque la oposición sacaría a relucir aquellos temas y controversias que marcaron su segunda Administración. También advierten sobre el giro que tendría su candidatura al contar con una centroizquierda debilitada y que tiende a la pérdida de protagonismo, con los riesgos que eso conlleva para atraer al electorado moderado y aquella enorme franja carente de toda identificación partidaria. Del mismo modo, advierten lo que significa dicha candidatura para el PC y el FA, que ven en ella la oportunidad de blanquear lo que han sido sus propias responsabilidades dentro del actual gobierno y, de ese modo, dar por superado un listado de desaciertos, frivolidades, complicidades y displicencias.