La primera biografía del enigmático Eduardo ‘Gato’ Alquinta de Los Jaivas: “Chile tiene una deuda con su figura”
La rebeldía del artista, el peso de su padre y la deuda con sus hijos por su ausencia es parte del último libro del escritor Richard Sandoval
Hay una voz tenor que suele acompañar a Chile cuando vive un momento importante. Varias generaciones la llevan escuchando en las calles, en las fiestas y en la intimidad de sus casas. Es la de Eduardo Gato Alquinta (1945-2003), líder del grupo musical Los Jaivas, un pilar de la historia musical chilena y del folclore latinoamericano que lleva seis décadas sonando. La banda, cuyo credo siempre ha sido el colectivismo, le sirvió de escudo al Gato, un hombre reservado, más bien tímido y alérgico a los micrófonos. El periodista y escritor Richard Sandoval (37 años, Santiago) quiso indagar en quién fue ese referente cultural tan querido y admirado aún por el pueblo, del que se sabe poco. “Hay una deuda del país hacia su figura”, apunta el autor de la biografía Los Ojos del Gato (Debate). “No hay un impulso ni siquiera desde los músicos chilenos”, añade en una cafetería del centro de Santiago.
El padre del Gato es la primera pieza fundamental. Carlos Alquinta, que comenzó a trabajar a los siete años en las salitreras del norte chileno, era un comunista militante y melómano que se casó a los 30 años con Aurora, una mujer de origen diaguita y filipina, 15 años menor que él, que no tenía mucha autoridad en la casa. El obrero aprendió ingeniería y prosperó. Su hogar dependía a dónde lo enviara la empresa. Su hijo Eduardo nació en el puerto de Valparaíso y, según cuenta el libro, recibió la crianza de un hombre de mano pesada. También fue quien le enseñó a tocar la guitarra. Quería formar un ingeniero, pero sin quererlo —al menos, de manera consciente—, formó un músico. “La desobediencia es una permanente en la vida del Gato”, apunta Sandoval. El primer ejemplo es su rechazo a convertirse en arquitecto, a pesar de las destrezas que mostró mientras estudiaba la carrera, que abandonó por una vida dedicada al arte.
“Una decisión de rebeldía total es cuando rompe con el curso que estaba teniendo su propia banda de músicos”, añade el autor, en alusión al grupo The High & Bass, que en los sesenta tocaban cumbias y chachachá en matrimonios y fiestas. El Gato le dice al resto de los integrantes, los hermanos Eduardo, Claudio y Gabriel Parra, además de Mario Mutis que no podían aspirar a ser una banda latinoamericana si no sabían nada de la región. “Entonces él hace un viaje en el que termina viviendo con comunidades indígenas, impregnándose de la energía, de la historia, de los relatos de los latinoamericanos. Es un paso fundacional en la vida de Los Jaivas y, particularmente, para la existencia del Gato como creador”, señala el autor de la primera biografía del músico y compositor que fusionó los ritmos chilenos del altiplano con el rock.
Sandoval no ve de parte del Estado un reconocimiento al Gato como sí se ha visto a figuras como Violeta Parra o Margot Loyola. “El Gato es ese tipo de artista investigador de la música chilena y de lo popular. Él crea primero por lo que siente como una necesidad con su pueblo, con su país y se mete en las raíces de lo que quiere abordar. Desde ese viaje inicial por América Latina hasta lo que estaba haciendo cuando murió: una acuciosa investigación en torno al pueblo mapuche para dar vida a un disco de Los Jaivas que se iba a llamar Araucaria”, describe el escritor, quien lamenta que se hayan robado las maquetas de esa obra del departamento del Gato una semana antes de que muriera ahogado en las aguas de una playa en su querida región de Coquimbo.
El Gato no fue ingeniero, ni comunista militante, como quería su padre. En la universidad se alejó de la política partidista y abrazó el hippismo. En los tiempos de la Guerra Fría, sus banderas de lucha eran las letras de Sube a nacer conmigo hermano y La poderosa muerte. Sus mayores deudas las saldó en sus últimos años con sus propios hijos, que crecieron viendo cómo Los Jaivas eran su familia, según detalla el libro. La descendencia del Gato relata las ausencias y los arreglos de cuentas con su padre cuando regresó a Chile tras el autoexilio en Francia, que se prolongó durante casi una década de democracia en los noventa. “Se perdonaron”, apunta Sandoval, quien durante dos años habló con el círculo familiar y laboral más cercano del artista para completar lo que él no dijo.