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CONSTITUCIÓN CHILENA
Tribuna
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Adicción

Pocos podrían dudar que en el plebiscito de entrada del 25 de octubre de 2020 había impulsos constitucionales que hicieron que un 78% de ciudadanos votara a favor de una nueva Constitución

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Funcionarios electorales en una casilla en Concepción, durante el referéndum del 17 de diciembre de 2023.JUAN GONZALEZ (Reuters)

Qué duda cabe que los seres humanos nos enfrentamos recurrentemente a nuestras conductas adictivas. Solo hay que pensar en lo que hicimos en la mañana de hoy: la misma hora, el mismo café, la misma ruta. No es difícil que el sano ejercicio regular se convierta en otra forma de adicción, como también el vagón preferido del metro o el lugar de estacionamiento en el trabajo. “This is my spot”, decía Sheldon Cooper, como recordarán los adictos a las series. Lo único que puede interrumpir la inercia es la contingencia del mundo: un temblor nocturno, un corte de luz, un taco kilométrico, Penny sentada en el spot. Pero ¿es posible trasladar esta lógica de la adicción a los fenómenos sociales?

Mientras más interconectada y compleja es nuestra sociedad, más afecta está a este tipo de conductas. Sin embargo, la “adicción social” no debe entenderse como agregación de adicciones individuales. En fenómenos complejos, 2+2 no es 4. Varios nombres se han sugerido para esto: los físicos hablan de magnetización, analistas financieros lo conocen como inflación de burbujas, los psicólogos sociales como conducta de rebaño, y algunos sociólogos atentos a las dinámicas del siglo XXI lo explican como una adherencia autorreforzada a formas de comportamiento cada vez más rígidas e inadaptativas de las cuales solo se puede escapar por medio un colapso.

Pocos podrían dudar que en el plebiscito de entrada del 25 de octubre de 2020 había impulsos constitucionales que hicieron que un 78% de ciudadanos votara a favor de una nueva Constitución. Entre los principales impulsos estaban: a) el incremento de la inclusión social por medio de derechos sociales especialmente en salud, educación y pensiones; b) la sustentabilidad medioambiental del imprescindible crecimiento económico ante un cambio climático que se experimentaba desde hace años en sequías, inundaciones, mareas rojas y megaincendios; c) la equidad de género que no solo resonaba los 8 de marzo, sino también en múltiples estudios que mostraban las brechas de inclusión laboral, educativa, previsional, salarial entre hombres y mujeres; y d) el reconocimiento de los pueblos indígenas que, desde el Acuerdo de Nueva Imperial con el entonces candidato a la presidencia Patricio Aylwin, se posponía paradojalmente con nuevos acuerdos y comisiones en cada gobierno. Estos elementos ya habían estado presentes en los Encuentros Locales Autoconvocados de Michelle Bachelet en 2016, y seguramente también los tuvo en mente Sebastián Piñera al convocar a la salida democrático-institucional el 15 de noviembre de 2019. El 4 de septiembre de 2022, sin embargo, la misma ciudadanía rechazó la propuesta de la Convención Constitucional con un rotundo 62%.

¿¡Cómo pudo ser esto posible!? La respuesta está en la adherencia autorreforzada a formas rígidas de comportamiento. El paradigma fue la famosa frase de Daniel Stingo el 24 de mayo de 2021: “los grandes acuerdos sí, pero los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros”. Los demás tenían que “sumarse”. Un 78% democrático puede ser demasiado para cualquier ser humano en tiempos de volatilidad y fragmentación. ¡Imagínese!: ocho de cada 10 personas que pasan por su lado confían en usted para definir el futuro del país. De ahí a la infalibilidad del Papa hay solo un paso.

En tal contexto, las convicciones formadas localmente, que crecían y probablemente funcionaban en familias, vecindarios, en mítines políticos, en patios de universidad, y que no habían sido sometidas al escrutinio de públicos que piensan distinto, encontraron su momento de magnetización. Políticos curtidos aceptaban sin más la culpa de “los 30 años”, algunas encuestas se acomodaban a “la nueva normalidad”, respetados intelectuales abrazaban el activismo sin chistar. Mientras, en la Convención, los genuinos impulsos constitucionales eran sometidos a la lógica de la adicción. Los derechos sociales quedaban escondidos tras los infinitos principios que los sustentaban: universalidad, interculturalidad, pertinencia territorial, desconcentración, solidaridad, integralidad, unidad, igualdad, eficacia, suficiencia, participación, sostenibilidad, oportunidad, progresividad y no discriminación, entre otros, probablemente. La sustentabilidad medioambiental era subsumida en el Estado ecológico y en los omniabarcantes derechos de la naturaleza, los que en algunas lecturas eran incluso superiores a los derechos humanos; mientras que el crecimiento se transformaba dialécticamente en decrecimiento. La equidad de género se fragmentó en mujeres, hombres, diversidades y disidencias sexuales y de género, orientación sexual o afectiva, diversidad corporal e identidad y expresión de género. Y el reconocimiento de pueblos indígenas se escaló al Estado plurinacional, el Estado regional, las entidades territoriales autónomas, los territorios especiales y a los múltiples sistemas jurídicos de pueblos y naciones indígenas que debían realizar el ejercicio de codificación de sus normas culturales para coordinarse nacionalmente.

La lógica de la adicción conduce al exceso, a la “exuberancia irracional”, como llamaba Alan Greenspan a las burbujas financieras. Lo paradójico de estas situaciones de inercia en espiral es que, en general, nadie cree “hacerlo mal”; por el contrario: todos creen que “lo hacen fantástico”, porque los cercanos confirman la iluminación propia, y los opositores también lo hacen oponiéndose. El problema es que esa doble confirmación enceguece a los agentes frente a las cambiantes sensibilidades de los públicos. Uno se destruye a sí mismo con la adicción porque solo ve los vítores e ignora los reproches. Por eso desde la mañana del 5 de septiembre de 2022 había que buscar “causas externas”: las fake news, el duopolio, el fascismo, la ignorancia del pueblo, la personalidad autoritaria del chileno. “¿Por qué nos cuesta cambiar?”, se sigue preguntando hoy el PNUD.

El 4 de septiembre no perdieron los impulsos constitucionales, perdieron quienes los transformaron en exceso. Algo similar ocurrió el 17 de diciembre de 2023 en la votación de la propuesta del Consejo Constitucional, porque si algo tienen las adicciones es que no es fácil escapar de ellas.

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