Boric y la guerra contra Ucrania

¿Por qué el presidente Boric está dispuesto a protagonizar tensos e incómodos episodios con algunos de sus socios latinoamericanos para pronunciarse sobre un conflicto distante y aparentemente ajeno?

El presidente de Chile, Gabriel Boric, junto al presidente de Brasil, Lula da Silva, en Brasilia.RICARDO MORAES (REUTERS)

“Acá se ha violado claramente el derecho internacional. No por las dos partes. Por una parte, que es invasora, que es Rusia”. Estas palabras son un extracto de la intervención del presidente Gabriel Boric en la última Cumbre UE-CELAC, respecto a la guerra de agresión en Ucrania. Mientras algunos celebraron esta determinación, otros la cuestionaron. Sin ir más lejos, ante la crítica de Boric por el letargo de un...

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“Acá se ha violado claramente el derecho internacional. No por las dos partes. Por una parte, que es invasora, que es Rusia”. Estas palabras son un extracto de la intervención del presidente Gabriel Boric en la última Cumbre UE-CELAC, respecto a la guerra de agresión en Ucrania. Mientras algunos celebraron esta determinación, otros la cuestionaron. Sin ir más lejos, ante la crítica de Boric por el letargo de una minoría de países latinoamericanos que no se mostraban cómodos en firmar una declaración conjunta que rechazara la guerra contra Ucrania, el presidente Lula da Silva señaló que el ímpetu de Boric respondía a la ansiedad y juventud. En Europa y América Latina, estas señales se interpretaron como el reflejo de una profunda cicatriz en la izquierda progresista de la región. Pero, más preocupante aún, estas discrepancias respecto a un conflicto tan relevante ha dado pie para que se construya una narrativa perversa donde, aparentemente, hay que elegir un bando. Desde luego, esta es una narrativa artificial que poco beneficia a las víctimas del conflicto. Sin embargo, ha sido lo suficientemente poderosa para obstaculizar un pronunciamiento contundente desde América Latina, condenando esta guerra por lo que es: una brutal agresión territorial de un país contra otro.

Ahora bien, la pregunta es, ¿por qué el presidente Boric pone a disposición su capital político en la región para mostrar una fuerte posición respecto a la guerra de agresión contra Ucrania? ¿Por qué está dispuesto a protagonizar tensos e incómodos episodios con algunos de sus socios latinoamericanos para pronunciarse sobre un conflicto distante y aparentemente ajeno? Desde mi perspectiva, esto se explica por motivaciones reputacionales, materiales y de soberanía.

Desde el punto de vista reputacional, la posición de Boric es un elemento de continuidad respecto a nuestro comportamiento reciente en materia de política exterior. La diplomacia chilena entiende que esta es una guerra de agresión que viola la Carta de las Naciones Unidas (en particular, de su artículo 2, párrafo 4) y, en consecuencia, es un agravio al derecho internacional. Complementariamente, las resoluciones 2625 (1970) y 3314 (1974) de la Asamblea General de las Naciones Unidas refrendan la necesidad de cultivar relaciones de respeto entre los Estados, siendo la agresión una acción contraria a estos preceptos. Son muchos los países que ven como parte de sus principios de política exterior un respeto permanente e irrestricto del derecho internacional, lo que se extiende a la vigencia de los tratados, la solución pacífica de las controversias, la integridad territorial, la independencia soberana y, desde luego, la protección irrestricta a los derechos humanos. Sin embargo, transitar desde el principio a la acción es clave y, muchas veces, difícil.

La guerra de Rusia contra Ucrania es un asalto a reglas civilizatorias mínimas y, como tal, demanda un rechazo decisivo. No es necesario ser un país OTAN o verse directamente perjudicado de esta agresión para denunciarla. Y, desde esa perspectiva, una oposición clara y sin matices constituye una obligación y responsabilidad política para todo país democrático, sobre todo a la luz del pronunciamiento del Tribunal Penal Internacional para documentar los crímenes de guerra perpetrados contra civiles. Para conocer los avances de estas investigaciones, recomiendo seguir el trabajo de la Comisión Internacional Independiente sobre Ucrania, creada por el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas tempranamente, en marzo de 2022. Se trata, en definitiva, de proteger la reputación del Estado de Chile como un país que respeta el derecho internacional y también como un país que alza la voz cuando éste es violado.

Desde el punto de vista material, esta guerra de agresión tiene efectos concretos en economías pequeñas y medianas, como la chilena. El Fondo Monetario Internacional ha realizado estudios sobre las presiones de este conflicto en el rubro energía, de producción de cereales y desarrollo de metales, lo que se correlaciona con una aceleración en las tasas de inflación. En Chile, concretamente, hemos visto efectos directos en los precios de los alimentos, reportándose una inflación interanual de alimentos y bebidas de dos dígitos, algo que, según un estudio de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe-CEPAL de 2022, es atípico para un país como el nuestro. Si bien muchos de estos efectos no se reflejan en una falta permanente de stock de alimentos, sí se observa en el precio de ellos, algo que las familias chilenas han resentido fuertemente en, por ejemplo, el precio del aceite o derivados del trigo. Si bien las zonas afectadas por el conflicto no abastecen prominentemente a nuestro país en alimentos clave, el precio de mercado internacional si se adolece y, como señala el Banco Interamericano de Desarrollo, la economía no distingue entre vecindad y lo extra regional. El Banco Central de Chile también ha hecho advertencias significativas sobre la fatiga que esta guerra provoca en la economía, principalmente, debido a un deterioro evidente del escenario externo de la economía y la dependencia que nuestro país tiene vía exportaciones.

Finalmente, desde el punto de vista de la soberanía, la posición del presidente Boric tiene un trasfondo fundamental. Se quiera o no, esta guerra de agresión de Rusia contra Ucrania está reescribiendo las reglas del mañana. Aún desconocemos el alcance de esto. Pero hay peligrosos precedentes involucrados en este conflicto, y uno de ellos es respecto a la forma en que entendemos la soberanía. La soberanía hace mucho tiempo dejó de ser meramente territorial. La soberanía es multidimensional y, como tal, afecta a nuestros datos, nuestros derechos intelectuales, nuestro ciber espacio, nuestros satélites o incluso el flujo de información de nuestro internet doméstico. Los países están especialmente afectos a riesgos a su soberanía cuando, por ejemplo, su infraestructura crítica o sus redes son interceptadas desde el extranjero. En consecuencia, en un mundo cada vez más complejo e interconectado, si no somos capaces de denunciar una violación a nuestra concepción más fundamental de soberanía -la territorial- entonces no tendremos suficiente fuerza para condenar otras violaciones a la soberanía en el futuro. Países pequeños y medianos estamos especialmente expuestos a este peligro. Por lo tanto, la forma en que reaccionamos hoy será clave en los apoyos que podremos necesitar mañana. Como dijo el presidente Boric, hoy es Ucrania, pero mañana puede ser uno de nosotros. Por ese motivo, el mandatario chileno ha apostado por presionar desde el Sur global, condenando esta agresión con persistencia y coherencia y, más importante aún, identificando al agresor sin medias tintas.


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