El increíble caso de la izquierda menguante

La primera responsabilidad que tenían era entenderse para ganar

La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, acompañado del candidato de esta formación a la Comunidad de Madrid Íñigo Errejón.Ballesteros (EFE)

La noche electoral, empachado de rabiosa actualidad, apagué la tele a eso de las diez, muy satisfecho. Las encuestas daban ganadora a Carmena (como, por lo demás, muchos dábamos por sentado) y el agradable extra de una Comunidad gobernada por la izquierda. Los tertulianos glosaban la aparente victoria de las opciones zurdas por todo el territorio. Olvidé que nunca hay que fiarse de la tele. Estuve leyendo un rato y luego vi un capítulo de una serie. A medianoche volví a enchufarme para disfrutar de la victoria. Pero la tortilla se había dado la vuelta, por los pelos. El alcalde sería ese señor...

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La noche electoral, empachado de rabiosa actualidad, apagué la tele a eso de las diez, muy satisfecho. Las encuestas daban ganadora a Carmena (como, por lo demás, muchos dábamos por sentado) y el agradable extra de una Comunidad gobernada por la izquierda. Los tertulianos glosaban la aparente victoria de las opciones zurdas por todo el territorio. Olvidé que nunca hay que fiarse de la tele. Estuve leyendo un rato y luego vi un capítulo de una serie. A medianoche volví a enchufarme para disfrutar de la victoria. Pero la tortilla se había dado la vuelta, por los pelos. El alcalde sería ese señor con gafas que hasta hace poco nadie conocía, la Comunidad sería gobernada por esa señora que dice cosas raras: la derecha disciplinada gana votos con quien sea. ¿Qué había pasado?

El sainete viene de lejos. Un Podemos errático y personalista, roto por las luchas internas. Carmena que se monta un partido a su medida. Errejón hace la espantada. La escisión por la izquierda de Madrid en pie. Iglesias que la apoya. La longeva atonía del PSOE madrileño. La emergencia de Vox. Una concatenación de acontecimientos que lleva al gobierno a la derecha, con el vigorizante aditivo de la ultraderecha, cuya utilidad como muleta del PP parece haberse normalizado.

Ahora Madrid ha hecho una ciudad mejor: enriqueció el panorama cultural, implantó Madrid Central, promovió un plan audaz para regular los pisos turísticos, redujo significativamente la deuda. Carmena demostró que se puede hacer política sin ademanes machirulos, hasta llegar a veces a la cursilería y la repostería.

Decepcionó, y mucho, con la promesa de aliviar los desahucios, no ejecutó buena parte de los presupuestos, ni supo gestionar las primeras “guerras culturales”. Y generó controversia con el espinoso asunto de Madrid Nuevo Norte. Esto último, entre otras cosas, llevó a la inoportuna escisión de Madrid en pie que, aunque tampoco hubiera permitido la victoria con sus votos, sí que ayudó a aumentar la confusión y el desánimo. Mucha gente de los distritos del sur, los barrios obreros que habían aupado a Carmena, pasó de ir a votar bonito.

La impresión que queda es que la izquierda no ha dado la talla, como suele ocurrir. Que sus representantes se han enzarzado en luchas intestinas, en la defensa de purezas ideológicas o intereses políticos y personales, y no han sabido o querido ponerse de acuerdo, como si se movieran en un plano superior donde dominasen otras fuerzas más allá del interés público.

Para servir a la “gente” con eficacia, para defender un proyecto ilusionante y no franquear el paso a la derecha, su primera responsabilidad era entenderse para ganar. No lo han hecho: ahora estarán en la oposición o en su casa. Sus votantes, o sus exvotantes, sufrirán las consecuencias, con miedo y con asco. Aquella noche soñé con un cuento que podría haber escrito Borges: un mundo imaginario donde había un partido de izquierdas por cada votante de izquierdas.

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