La Diada, otro símbolo del país perdido

Solo hemos conseguido perder los símbolos que, según el Estatut, eran de todos: la 'senyera', la Diada y hasta el Parlament, que se cierra a capricho de unos o por mandato de otros

La Fiesta del 1976, a Santo Boi.César Lucas

Empieza, dicen, un otoño caliente en Cataluña, aunque, hasta ahora, nadie parece saber el objetivo político; no hay plan oficial de gobierno, menos aún cualquier proyecto con futuro. Dicen que en octubre, después de más de tres meses cerrado, se abrirá el Parlament; quizás entonces, la oposición y los partidos gobernantes discutan si jalear el enfrentamiento y la desobediencia a las leyes es una buena idea. O si, quizás, es mejor encontrar una vía alternativa que abra de verdad el diálogo con el nuevo Gobierno de España.

Por el momento, el 11 de septiembre, que dejó hace tiempo de ser l...

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Empieza, dicen, un otoño caliente en Cataluña, aunque, hasta ahora, nadie parece saber el objetivo político; no hay plan oficial de gobierno, menos aún cualquier proyecto con futuro. Dicen que en octubre, después de más de tres meses cerrado, se abrirá el Parlament; quizás entonces, la oposición y los partidos gobernantes discutan si jalear el enfrentamiento y la desobediencia a las leyes es una buena idea. O si, quizás, es mejor encontrar una vía alternativa que abra de verdad el diálogo con el nuevo Gobierno de España.

Por el momento, el 11 de septiembre, que dejó hace tiempo de ser la Diada de todos (el Día Nacional de Catalunya), volverá a convertirse en una manifestación de protesta independentista, plagada de banderas y símbolos partidistas. Muchos se creen lo que aseveró hace unos días el president Torra, que el independentismo "tiene la mayoría social". Les da igual que sea el 47%; la fe tiene sus creyentes y su catecismo. Por eso, la otra mitad de Cataluña, excluida de lo que debería ser una celebración cívica, se quedará en casa y ni siquiera se informará por TV3, pues hace años dejó de verla.

Esta Generalitat bipolar -a veces está en Sant Jaume, a veces en Bruselas- sigue organizando marchas a beneficio de los suyos, olvidando que la Cataluña democrática se construyó con el consenso y la lucha de muchos antifranquistas españoles, de muchos emigrantes que vinieron a trabajar a estas tierras y aceptaron que la lengua y los símbolos de Cataluña eran los suyos.

Cuando leo en las redes insultos xenófobos y descubro que en la manifestación de la Diada de 2018 participarán ultranacionalistas liberales (racistas) de partidos europeos, no dejo de recordar la primera Diada tras el franquismo, la de 1976, celebrada en una explanada de Sant Boi de Llobregat que es hoy la reformada Plaça de Catalunya. Tenía 18 años y fuimos hasta allí, en un viejo DKW, con un pequeño grupo de amigos. Nos colocamos entre los trabajadores de la Pirelli y los comunistas del Baix Llobregat. Uno de mis colegas sacó de la mochila la bandera con la hoz y el martillo, pero varios organizadores le llamaron al orden: "solo la senyera". Era una Diada unitaria.

Guardamos nuestros símbolos, alzamos la bandera cuatribarrada y gritamos todos lo mismo, de comunistas a cristiano-demócratas: "Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía". Muchos, aún oigo sus voces, lo hicieron en castellano. En esa esquina, alejada de los organizadores de renombre (con Miquel Roca Junyent, Pere Portabella o Miquel Sellarés), nosotros gritábamos más alto a favor de la libertad y de la amnistía. Sabíamos bien poco de estatutos. Cuando, conducido por Oriol Martorell, sonó Els Segadors, casi nadie a mi alrededor conocía el himno. Yo lo había aprendido de mi abuela -que adoraba tocar y cantar piezas prohibidas al piano- con una vieja letra llena de alusiones religiosas; esa versión tenía una estrofa horrible, luego censurada, que amenazaba con hacer tinta roja con la sangre de los castellanos. Me limité a corear el estribillo - "bon cop de falç. bon cop de falç, defensors de la terra"- y a rezar para que fuera cierto que nuestra Diada estaba autorizada o, al menos, tolerada.

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Salió bien, pero no éramos 100.000 personas como dijeron. Quizás unos 25.000. La siguiente, la de 1977, fue legal, multitudinaria y en Barcelona. A esa me acompañó mi muy catalanista madre, nacida en 1936 y emocionada ante su primera manifestación. Luego, en la Cataluña normalizada, se organizaron Onces de Septiembre con un tinte más oficial, donde se entonaba Els segadors con la nueva letra y se escuchaban aburridos discursos. A algunos ni siquiera asistí, me quedaba en casa y colgaba la bandera en el balcón. Es lo que hacen los ciudadanos de los países normales el día de su fiesta nacional: respetar los símbolos, confiar en las instituciones, votar y seguir con sus vidas.

Hace años que las Diadas dejaron de ser unitarias. Son independentistas. El PP y Ciudadanos dejaron hace tiempo de sumarse, hartos de insultos. El PSC tampoco irá este año y Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, ha advertido que no participará en un acto que excluye a parte de los catalanes. Somos muchos los que no ponemos ni quitamos lazos y que sentimos que la exclusión no es el camino. En consecuencia, no iremos a esa nueva protesta que quizás incendie la mecha de un otoño caliente, pero que no ayudará a los presos ni a la convivencia. En este camino trazado, solo hemos conseguido perder los símbolos que, según el Estatut, eran de todos: la senyera, la Diada y hasta el Parlament, que se cierra a capricho de unos o por mandato de otros.

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