Palabras nuevas para la Cañada

Una docena de organizaciones sociales ofrecen campamentos urbanos para los niños del asentamiento

Un grupo de jóvenes crea un grafiti en el Sector 6 de la Cañada Real, dentro del programa de actividades de su escuela de veranoKIKE PARA

El filósofo Ludwig Wittgenstein aseguró hace muchas décadas que “los límites del lenguaje son los límites del pensamiento”, algo así como que el lenguaje es la forma humana de nombrar la realidad y de interpretarla, por lo que también sería el primer paso para cambiarla. Casi seguro que ninguno de los chavales que ayer empuñaban espráis de colores en la Cañada Real —el enorme asentamiento ilegal que corta de norte a sur el este de la ciudad de Madrid— tenía en mente al pensador austria...

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El filósofo Ludwig Wittgenstein aseguró hace muchas décadas que “los límites del lenguaje son los límites del pensamiento”, algo así como que el lenguaje es la forma humana de nombrar la realidad y de interpretarla, por lo que también sería el primer paso para cambiarla. Casi seguro que ninguno de los chavales que ayer empuñaban espráis de colores en la Cañada Real —el enorme asentamiento ilegal que corta de norte a sur el este de la ciudad de Madrid— tenía en mente al pensador austriaco. Pero la actividad que estaban a punto de hacer parecía un ejercicio práctico sobre sus reflexiones.

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De la mano del artista E1000 —que les explicó cómo usar el espray y empezó escribiendo “Mi barrio” en el centro de una pared en blanco—, un grupo de niños y adolescentes, de 3 a 14 años, tenía que escribir palabras que hablaran de su entorno (el Sector 6, la zona donde se concentran las más graves bolsas de exclusión social y económica de la Cañada). Y, aunque también eligieron sustantivos como “peleas” o “basura”, los más repetidos fueron vocablos positivos como “alegría”, “triunfo”, “diversión” o “amistad”.

Muy probablemente, algunos de ellos habrían escrito otras cosas si no hubieran estado delante los monitores de la Cruz Roja, la Fundación Secretariado Gitano (FSG) y Accem y el comisionado de la Comunidad de Madrid para la Cañada Real, José Antonio Martínez Páramo. Pero eso tampoco le resta —o por lo menos le resta muy poco— mérito, interés o belleza a la actividad, enmarcada dentro de la III Escuela Abierta de Verano en Cañada Real.

Se trata de campamentos urbanos que organizan una docena de asociaciones y ONG en los sectores 3, 5 y 6 de la Cañada Real y por los que pasarán varios cientos de menores entre el 26 de junio y el 7 de julio, es decir, hasta el próximo viernes. Ya han ido al Zoológico, a la piscina, al museo Thyssen-Bornemisza o a hacer talleres al CaixaForum del paseo del Prado; la Obra Social de La Caixa impulsa el proyecto de Intervención Comunitaria Intercultural que, en colaboración con la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, y coordinado por FSG y Accem, sirve de paraguas a todas las actividades veraniegas. Hoy toca viajar en el teleférico.

La idea, explican sus impulsores, es ofrecer a los chicos del asentamiento los mismos campamentos que hay en cualquier otro barrio de Madrid. Es decir, normalizar y sacudirse el estigma que la delincuencia vinculada a la venta de drogas suele planear sobre toda la Cañada (que ocupa 15 kilómetros y en la que viven 7.200 personas), pese a estar muy localizada en una pequeña parte. Una pequeña parte que no está, en todo caso, muy lejos de la zona donde los muchachos dibujaron ayer su nube de palabras.

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Mientras los mayores aprendían a hacer líneas más compactas o más difuminadas, los pequeños esperaban su turno tomando un bocadillo y un zumo. Unos, con su indolencia adolescente; otros, con sus simpáticos correteos. Todos, jugando a lanzarse los guantes de goma o a inflarlos como si fueran globos, ablandaban un paisaje bastante hostil compuesto por una carretera llena de baches, naves industriales entre las casas y vallas coronadas con alambres de pinchos. El mismo efecto que hace ahora el mural que han dejado tras de sí.

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