Un fiscal en la cumbre

Emilio Sánchez Ulled, delegado de Anticorrupción en Cataluña, ha logrado en un mes la condena a Mas por el 9-N y la confesión sobre la financiación de CDC

El fiscal Emilio Sánchez Ulled, en el Parlament. MASSIMILIANO MINOCRI

Una abogada del caso Palau quiso invitar a Emilio Sánchez Ulled a un café en una pausa del juicio. El fiscal se resistió. “A ver si van a pensar que recibo algo de Convergència. Cuidadito”. Bromeaba. O tal vez no: Sánchez Ulled (Lleida, 51 años) sabe que no basta con ser imparcial: hay que parecerlo. Poco dado a compadreos, se ha labrado una fama de fiscal duro, meticuloso y —pese a los tiempos que corren en el ministerio público— independiente....

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Una abogada del caso Palau quiso invitar a Emilio Sánchez Ulled a un café en una pausa del juicio. El fiscal se resistió. “A ver si van a pensar que recibo algo de Convergència. Cuidadito”. Bromeaba. O tal vez no: Sánchez Ulled (Lleida, 51 años) sabe que no basta con ser imparcial: hay que parecerlo. Poco dado a compadreos, se ha labrado una fama de fiscal duro, meticuloso y —pese a los tiempos que corren en el ministerio público— independiente.

Si hoy hay un fiscal feliz en España, es Sánchez Ulled. Cuando la abogada le invitaba a café, el saqueador Fèlix Millet acababa de confesar la financiación ilegal de Convergència. A ese proceso se suma otro en el que se ha apuntado una medalla: la condena al expresident Artur Mas por el 9-N. Son dos juicios históricos que se han emitido en directo. Esa exposición pública ha descubierto a un fiscal de colmillo, capaz de cargar dos horas contra Mas sin mirar un papel (el expresidente catalán reconoció su “profesionalidad”) y dotado para la ironía y el humor.

Por preservar su imparcialidad, no quiere que le paguen ni un café

Su ironía no es gratuita, sino un recurso para desarmar a un testigo o para dejar en evidencia a un acusado. En una escena de patio de instituto, el diputado Francesc Homs se acercó al fiscal tras el juicio a Mas. Le reprochó que no le había preguntado nada. “Hombre, puedes llamar a Madrid para que me asciendan a mí y pueda preguntarte en tu juicio en el Supremo”, le respondió. Homs, por cierto, está acusado en el 9-N por culpa de la meticulosidad del fiscal, que halló una carta firmada por él en una montaña de documentos. Otra intervención, casi inocente, en el interrogatorio a Jordi Montull, dio pie a un momento memorable del caso Palau. Montull explicó que las mordidas pasaron del 3% al 4%. “¿Por el coste de la vida?”, preguntó el fiscal.

“Está suelto”

“Siempre ha sido así, mordaz... Pero es verdad que está suelto”, explica un penalista de Barcelona cuyos clientes topan a menudo con él. Sánchez Ulled es, desde 2005, delegado de la Fiscalía Anticorrupción en Barcelona. Tras un primer paso por fiscalías del cinturón rojo, empezó a investigar delitos económicos de la mano de José María Mena, entonces fiscal superior de Cataluña y a quien considera su mentor.

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Sánchez Ulled estudió Derecho, pero no quiso ser abogado. Su relación con los letrados —a menudo mejor pagados que él— es competitiva. Concibe la sala de vistas como un desafío intelectual. Y quiere ganar: con mejores argumentos e ideas más brillantes, con discursos mejor labrados.

Esa ambición intelectual se refleja en la lectura, una de sus pasiones junto a la música: Sánchez Ulled devora libros en el autobús, y cada semana llega a la Ciudad Judicial con uno distinto. Prefiere la claridad expositiva de los autores anglosajones, tanto en novela (un Cormac McCarthy, un Philip Roth) como en ensayo (le fascina la historia del pensamiento).

En los juicios saca toda su artillería, que pasa por una ironía mordaz

Libera el estrés de la lucha contra la corrupción corriendo por la avenida Diagonal, donde se ha topado con acusados (como Mas). Pero donde está su mundo de libertad —al margen de su familia: está casado y tiene tres hijos— es en la montaña. Se escapa cuando puede a escalar, aunque ahora, con los casos Palau y 9-N, ha coronado ya una cima profesional. La suya, por cierto, es una carrera de fondo: algunos casos con los que empezó en Anticorrupción (Adigsa, Unió) se juzgan ahora.

De izquierdas —presidió la Unión Progresista de Fiscales—, a Sánchez Ulled le han atribuido todo tipo de etiquetas. Él ha seguido a lo suyo, sin hacer caso a los cantos de sirena. Ni, por supuesto, a las cloacas del Estado, que también llamaron a su puerta. En 2012, el comisario Marcelino Martín Blas intentó hacerse con el caso Palau insinuándole que tenía nuevas pruebas. El fiscal vio que no había nada y le invitó a salir del despacho. Esa voluntad férrea de mantenerse al margen del fango y de las turbulencias ha hecho que reciba acusaciones por tibio, por demasiado prudente. Pero Sánchez Ulled no es un “fiscal de metralleta” (la expresión es de Mena) y no entra en tromba sin pruebas sólidas.

Su independencia es su obsesión. Por eso no permite que nadie le pague nada. Un año, los Mossos d’Esquadra quisieron condecorarle (como ya habían hecho Policía y Guardia Civil). Rehusó educadamente porque, por esas fechas, solicitó la absolución de unos mossos investigados por presunta corrupción. Un premio en esas condiciones podría interpretarse de forma equivocada.

Su trayectoria internacional es amplia: trabajó dos años en la oficina de la OLAF en Varsovia. Y viaja cada año, como experto independiente para la Comisión Europea, a Rumania y Bulgaria. Esas salidas le permiten airearse de los juicios domésticos. Como el durísimo del caso Hacienda, que acabó con la condena del constructor y expresidente del Barça Josep Lluís Núñez. En la vista, Sánchez Ulled se puso como una moto cuando un exinspector reconvertido en abogado cambió de parecer: “Cuando le pagábamos todos los españoles pensaba una cosa; y cuando le paga solo uno, piensa otra”. Puro Sánchez Ulled. Sobre la mesa de su despacho, por cierto, reposa ahora un nuevo libro: Esperando a los bárbaros, de J. M. Coetzee.

Ni de la confianza ni amigo de nadie

A Sánchez Ulled le han salido muchas novias. Tantas como enemigos. Todos han intentado saber de qué pie cojea. Se le atribuyó (erróneamente) ser el "fiscal de confianza" de la exlíder del PP catalán, Alicia Sánchez Camacho. En su conversación con Victoria Álvarez, la exdiputada dijo que tenía a un fiscal amigo "en el caso Palau". El nombre de Sánchez Ulled sonó para sustituir al magistrado Daniel de Alfonso al frente de la Oficina Antifraude de Cataluña. El cargo lo nombra el Parlament. No lo logró: la investigación de la financiación irregular no le convierte, precisamente, en un amigo de Convergència. El fiscal compareció en una comisión parlamentaria para estudiar medidas contra la corrupción y dio un rapapolvo a los políticos. ¿Quién le felicitó? Nada menos que David Fernández, independentista y anticapitalista de la CUP.

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