Opinión

Putin y el síndrome de Asperger

Mientras ha habido dinero para colegios de elite y escuelas que segregan por sexo, se ha recortado en profesores de refuerzo

La semana pasada, alguna prensa se hizo eco de un informe del Pentágono que afirma que Vladimir Putin tiene síndrome de Asperger. La forma en que se presentó la noticia, tratándose de alguien al que se ha identificado como cabeza visible del Eje del Mal, conducía al lector poco atento a relacionar el síndrome de Asperger con rasgos de carácter y de personalidad negativos. Algo que es tan arbitrario como identificar a los asperger con personalidades brillantes como Albert Einstein o Bill Gates. Es un clásico que se felicite (de buena fe) a los padres de un chico o una chica con síndrom...

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La semana pasada, alguna prensa se hizo eco de un informe del Pentágono que afirma que Vladimir Putin tiene síndrome de Asperger. La forma en que se presentó la noticia, tratándose de alguien al que se ha identificado como cabeza visible del Eje del Mal, conducía al lector poco atento a relacionar el síndrome de Asperger con rasgos de carácter y de personalidad negativos. Algo que es tan arbitrario como identificar a los asperger con personalidades brillantes como Albert Einstein o Bill Gates. Es un clásico que se felicite (de buena fe) a los padres de un chico o una chica con síndrome de Asperger por tener en casa un genio en potencia.

El síndrome de Asperger es un trastorno del desarrollo que se encuentra dentro del espectro autista. Detrás de las dos formas de entenderlo antes mencionadas acecha un profundo desconocimiento, aunque en el primer caso a la ignorancia se le suma una notable insensibilidad. La misma que gastamos cuando nos referimos a los presidentes Rajoy y Mas, a la dirección del PSOE o la junta del Barça como autistas, porque no conectan con la realidad. Quienes con esa ligereza hablan de los autistas y de los asperger no tienen la más remota idea del sufrimiento que muchas veces hay detrás de las historias de esas personas.

Contrariamente a lo que se suele creer, las personas con síndrome de Asperger no son genios, aunque pueden tener habilidades extraordinarias en áreas concretas a las que restringen su interés. Son personas con problemas para interiorizar las reglas de conducta social que tenemos por normales, pero tan inteligentes como cualquier otro individuo y poseedoras, habitualmente, de una gran sensibilidad y una rica vida interior. Desde luego no son ni malvadas ni perversas. Todo lo contrario. Suelen ser ingenuas e incapaces de comprender la mentira, y están alejadas de toda malicia, lo que no les hace la vida precisamente fácil. Procesan la información de forma especial, no porque carezcan de lógica, sino porque funcionan con una diferente de la del resto de los mortales. Ordenan el mundo conforme a sus criterios lógicos, y lo que les pueden parecer disparatadas son algunas de las cosas que hacemos las personas consideradas normales como, por ejemplo, engañar y maquinar contra los demás.

Detrás de muchos chicos y chicas con síndrome de Asperger hay historias de acoso escolar y marginación, que se traducen en falta de autoestima y, en ocasiones, depresión y otros problemas muy serios. La vida puede resultar muy difícil para ellos y para sus familias. La llegada a la edad adulta no solo no resuelve los problemas, sino que a veces los agrava. Su incorporación al mundo laboral, por ejemplo, suele ser muy complicada y no lo tienen fácil para desarrollar una vida completamente autónoma.

Para una familia con un hijo con síndrome de Asperger, pocas cosas hay más gratificantes que encontrar profesores y psicopedagogos en las escuelas e institutos públicos dispuestos a todo para ayudar a esos chicos

El próximo 18 de febrero se celebra el Día Internacional del Síndrome de Asperger. Seguramente ese día oiremos bonitas palabras de labios de nuestros gobernantes. Los mismos que con sus políticas dejan a los afectados en la estacada. Hechos y no palabras son lo que estos necesitan. Para una familia con un hijo o una hija con síndrome de Asperger, pocas cosas hay más gratificantes que encontrar profesores y psicopedagogos en las escuelas e institutos públicos dispuestos a todo para ayudar a esos chicos. Y lo hacen olvidándose de que les han recortado abusivamente el sueldo y les han empeorado sus condiciones laborales. Gestos que demuestran lo importante que es garantizar que lo público, en este caso la escuela, siga funcionando.

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Afortunadamente, así es en muchos de nuestros centros educativos. Y no gracias al conseller de Enseñanza de turno —sea este Ernest Maragall o Irene Rigau—, sino gracias a la entrega de los profesionales. No esquivo la realidad: en los últimos años ha sido necesario reducir gastos. Sin embargo, lo relevante es en qué se recorta, cuáles son las prioridades. Y ocurre que, mientras ha habido dinero para pagar conciertos a colegios de elite y a escuelas que segregan por sexo, se han recortado plantillas en las escuelas públicas y se han liquidado profesores de refuerzo, indispensables para atender a chicos y chicas con necesidades educativas especiales.

La crisis ha sido la coartada para ejecutar el programa de privatización y jibarización del Estado del bienestar en el que tanto PP como CiU creen a pies juntillas. En Cataluña, además, se ha tapado con el procés. Lo dijo con admirable sinceridad el conseller Santi Vila hace bien poco: sin la estelada, no se hubiera podido imponer tanto sufrimiento social. En Madrid mercadean con la vida de los enfermos de hepatitis C. En Barcelona, con la de los enfermos de fibromialgia y con síndrome de fatiga crónica. Aquí y allí se ceban con los más débiles y desprotegidos. En Madrid y en Barcelona, individuos que no merecen el calificativo de decentes cometen sus fechorías mientras se llenan la boca con la Marca España y el Viaje a Ítaca. Gente con la que yo no iría ni a tomar café en el bar de la esquina.

Francisco Morente es profesor de Historia Contemporánea en la UAB

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