análisis

Bilbao, sí; Urkullu, ¿por qué?

El merecido homenaje de Bizkaia a todas las víctimas acaba en una innecesaria polémica política

La atención a las víctimas en tiempo de paz se está enredando lastimosamente en Euskadi. Una controvertida y ardua labor que debería cocinarse entre bastidores, aislada de la contaminación política, proyectada exclusivamente hacia el ansiado consenso en medio de tanta herida abierta, parece abocada a estrellarse en mitad de la polémica absurda. Es así como se dilata más aún el ritmo del necesario acuerdo, siquiera de la búsqueda de un mínimo común denominador sobre el que asentar la convivencia.

Además, tampoco acompaña el sentido común. En Bizkaia, su Diputación ha tenido el acierto de...

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La atención a las víctimas en tiempo de paz se está enredando lastimosamente en Euskadi. Una controvertida y ardua labor que debería cocinarse entre bastidores, aislada de la contaminación política, proyectada exclusivamente hacia el ansiado consenso en medio de tanta herida abierta, parece abocada a estrellarse en mitad de la polémica absurda. Es así como se dilata más aún el ritmo del necesario acuerdo, siquiera de la búsqueda de un mínimo común denominador sobre el que asentar la convivencia.

Además, tampoco acompaña el sentido común. En Bizkaia, su Diputación ha tenido el acierto de otorgar su premio más distinguido, Ilustres, a todas las víctimas del terrorismo sin excepción, a quienes han sido objeto de la violencia irracional. En el empeño ha depositado mucho esfuerzo personal José Luis Bilbao (PNV), como diputado general, para conseguir la representación más plural posible dentro del respeto a los sentimientos encontrados, y huyendo de la categorización que sigue siendo el elemento divisor para un principio de acuerdo.

Sin embargo, tan merecido homenaje no se ha sabido encarrilar debidamente. Cuando todo hacía pensar que la cálida acogida a las víctimas vizcaínas consistiría en un momento de merecida y obligada reparación, además de un explícito rechazo a la violencia, la ambición partidista no se pudo reprimir, quizá convencida de la oportunidad mediática. Hubo, por supuesto, cariño a los damnificados y repudio expreso al terror, pero Bilbao abrió la puerta al lehendakari, Iñigo Urkullu, para que justificara la esencia de su plan de paz y convivencia. Este homenaje no era el foro para semejante disertación.

Sería injusto no reconocer la apuesta personal y política de Urkullu por las víctimas y su condena histórica de la violencia. Y, además, digno de aplaudir su asistencia a este acto de tan sincera emotividad. Pero el feliz reconocimiento de Bizkaia a las víctimas debió quedar reducido al discurso del diputado general, en su condición de proponente y que nunca ha demostrado la más mínima vacilación sobre tan espinoso asunto. Por todo ello, la justificación al plan de paz del Gobierno sonó a utilización partidista. Hay que cuidar los detalles para no abrir más heridas.

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