Trenes con destino a Tarragona

Decenas de menores de Madrid fueron acogidos por familias catalanas al estallar la guerra Dos protagonistas, Mariana Castro y Carme del Pino, lo cuentan

El primer recuerdo de Mariana Castro, de 81 años, se remonta a una tarde de 1936 en una destartalada estación de tren de Madrid. Era solo una niña de seis años, pero en su memoria guarda con nitidez cómo se aferraba con fuerza a su madre, que la llevaba en brazos, sin entender lo que pasaba a su alrededor. Mariana recuerda que la dejó en un vagón junto a su hermano mayor, de 11 años, y enlazó sus manos. El tren estaba repleto de otros niños.

“Mamá le pidió a mi hermano que nunca me soltase de la mano, que nunca me dejase sola”, explica. No consigue establecer la fecha exacta, pero fue e...

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El primer recuerdo de Mariana Castro, de 81 años, se remonta a una tarde de 1936 en una destartalada estación de tren de Madrid. Era solo una niña de seis años, pero en su memoria guarda con nitidez cómo se aferraba con fuerza a su madre, que la llevaba en brazos, sin entender lo que pasaba a su alrededor. Mariana recuerda que la dejó en un vagón junto a su hermano mayor, de 11 años, y enlazó sus manos. El tren estaba repleto de otros niños.

Mariana Castro.JOSEP LLUÍS SELLART

“Mamá le pidió a mi hermano que nunca me soltase de la mano, que nunca me dejase sola”, explica. No consigue establecer la fecha exacta, pero fue entre julio y noviembre de 1936. La Guerra Civil había estallado y su padre estaba luchando en el frente. Eran cuatro hermanos. Habían vivido en el barrio madrileño de Chamartín. Con el paso de las semanas, la escasez de alimentos fue haciendo mella y la madre de Mariana se quedó sin recursos. Por eso decidió entregar a dos de sus hijos para que fuesen acogidos por familias de Tarragona. Como ella, muchos niños recorrieron España en trenes fletados para la causa, en busca de refugio.

Mariana Castro llegó a Tarragona en 1936

“Me recogieron en la estación y esa noche ya me quedé en casa de una familia, mi hermano fue acogido por otros, él no quería soltarme de la mano y lloraba, pero nos aseguraron que cada domingo comeríamos juntos”, relata Mariana. Fue entonces cuando ella empezó a vivir con una familia de pescadores del barrio del Serrallo, frente al mar. A su madre de acogida siempre la llamó tía. “Ella decía que vine muy pobre, con unos calcetines rotos, pero sin un piojo”, cuenta divertida. Le compraron ropa y zapatos, la llevaron al médico y comió hasta hartarse. Se adaptó rápido, asegura. Pocos meses después, su madre recorrió caminos y trenes hasta llegar a Tarragona para buscarla.

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“Parece de cine, se encontró con mi tía en la calle, mi madre preguntó si sabían de mí y, cuando se dieron cuenta de la coincidencia, se abrazaron y vinieron a casa”, dice Mariana. Su madre tenía 36 años y estaba muy enferma, por eso la internaron en un hospital de la ciudad. “A mi padre lo hicieron venir del frente y ella murió en sus brazos, de tuberculosis; después él volvió a la guerra”, explica. Cuando los combates llegaron a Tarragona, las paredes de su casa empezaron a temblar, por eso se mudaron a una masía y cuando terminó la guerra, en 1939, volvieron a la casa del Serrallo. Mientras la reparaban crearon habitaciones provisionales con cajas de pescado. Iban en barca e intercambiaban los peces por pan o lo que necesitasen.

Un buen día apareció su padre buscándola y ella, que no quería marcharse de Tarragona, se escondió en una nevera. “Tenía nueve años, estaba bien cuidada… al final me dejó quedar. La familia de Tarragona nunca me adoptó oficialmente, pero siempre me trataron como a una hija más, incluso tuve herencia”, afirma Mariana. Desde entonces ha vivido en Tarragona, en la misma casa en la que durmió la primera noche, cuando llegó a la ciudad, y donde sigue viviendo ahora con su marido, de 83 años. “También era pescador del Serrallo, se fue a hacer la mili y cuando volvió se fijó en mí y yo en él, y desde entonces nos queremos”, afirma. Mariana trabajó muchos años en una fábrica de crema de zapatos y lejía. Se casó, tuvo dos hijos y ya tiene nietos. Algunos siguen la tradición familiar y son pescadores. Pero Mariana nunca dejó de lado a su padre verdadero: lo visitó en Madrid hasta que murió y ahora los descendientes pasan los veranos en Tarragona. Con el paso de los años recuerda su historia familiar con pena.

Carme del Pino.JOSEP LLUÍS SELLART

A grandes rasgos, algo parecido vivió Carme del Pino, de 79 años. Tenía tres cuando estalló la guerra y vivía en Madrid. Sus padres la entregaron a ella y a dos hermanos. Eran ocho hijos, pero no podían mantenerlos. “El tren estaba lleno de niños. Me acogió un matrimonio sin hijos”, explica. Se quedó en Tarragona, aunque cuando llegó la guerra a la ciudad se mudó a Valls, a la casa de unos tíos de la familia de acogida. “Recuerdo las sirenas, sonaban y corríamos a refugiarnos”, explica Carme. Cuando terminó la contienda, sus padres la reclamaron y volvió a Madrid, al barrio de Vallecas. Carme tenía seis años y se puso muy enferma. “Enfermé de añoranza, mi primo de Tarragona era soldado, estaba en la ciudad y venía a visitarme, y al ver que no me recuperaba me dejaron volver a Tarragona”.

Carme del Pino tenía

En esta localidad hizo la comunión y todo marchó bien hasta que su padre de acogida se quedó viudo. Trabajaba de chófer en la fábrica de licores Chartreuse y, para que pudieran atenderla mejor, volvió a enviar a Carme a la casa de los tíos de Valls. Desde entonces vivió con ellos, aunque siguió en contacto con la familia de Madrid. “La adopción legal no se hizo nunca”, dice Carme. Cuando creció, aprendió a coser y toda su vida ha sido bordadora. En Valls, en el año 1956, se casó y tiene nietos. “Para mí, mis padres verdaderos fueron los de aquí”, sentencia Carme. Ahora no puede imaginar que pudiera estallar un conflicto bélico igual.

Carme y Mariana no se conocen, pero hay más historias como las suyas. Aunque es muy difícil establecer una cifra, decenas de niños de la guerra llegaron a la provincia huyendo del hambre y la inseguridad. Sin embargo, ambas dicen que nunca se ha celebrado ningún encuentro con otros niños de la guerra acogidos en Tarragona. A las dos les gustaría, para recordar lo vivido y para que los demás no lo olviden.

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