Jorge Blass, el oficio de dejar con la boca abierta
Zigzagueante entre la prestidigitación, la cartomancia y el mentalismo, el ilusionista pilota en el Pavón y luego en gira un espectáculo euforizante, vertiginoso y feliz
“La mano es más rápida que el ojo”, dice el adagio popular respecto a la velocidad con la que los prestidigitadores escamotean naipes, pelotas y billetes de 50 euros. “Pero la vida es más rápida que ambas”, apostillaba René Lavand, el genial mago manco ante el que ...
“La mano es más rápida que el ojo”, dice el adagio popular respecto a la velocidad con la que los prestidigitadores escamotean naipes, pelotas y billetes de 50 euros. “Pero la vida es más rápida que ambas”, apostillaba René Lavand, el genial mago manco ante el que Jorge Blass compareció cuando tenía 9 añitos. De los números que el artista incipiente hizo ante el maestro, este prefirió el de la cuerda infinita (“Lo mejor es lo más simple”, le dijo), uno de los varios óptimos que está representando en Ilusionarte, con el madrileño Teatro Pavón a rebosar incluso los días en los que hace función doble. También es uno de los números de estética más depurada: transcurre con las manos del artista tintas en luz añil, efecto lumínico inspirado en otro que arbitró Robert Wilson para su Woyzeck.
Arremangado hasta el codo, haciendo desaparecer los naipes en el aire con la palma de la mano abierta por encima de su cabeza (una, dos, tres… y diez veces, sin que se le vea el truco), Blass crea un prodigioso ballet de manos y cartas, una de las cuales pone en órbita con la punta del pie, como hacía Maradona con el balón. No menos flipante es un número de mentalismo que gira en torno a unas decenas de emoticones proyectados en pantalla. En otro del mismo género, donde el objeto mágico son siete tarjetas diferentes que se entregan a cada espectador a la entrada, todos hemos de lanzar al aire aleatoria y sucesivamente seis de ellas (lo que provoca un diluvio), pero, ¡atiza!, resulta que al final los 600 asistentes nos hemos quedado con la misma tarjeta en la mano, sin intervención ajena alguna.
Como Juan Tamariz, Blass habla por los codos, con un discurso más racional, para mantener nuestra atención dividida. Entre los muchos niños asistentes, alguno se convierte en un arrebatadoramente ingenuo partenaire sobrevenido. El espectáculo es euforizante y restallante. Sí, la vida debe ser más rápida que la mano y el ojo juntos, porque la hora y cuarto se pasa vertiginosa, sorprendente y feliz.
Ilusionarte
Jorge Blass
Teatro Pavón. Madrid. Hasta el 11 de enero.