‘Bad hombre’, de Pola Oloixarac: una novela sobre la sexualidad pagana y los engranajes de la cancelación
La escritora argentina retrata a una serie de hombres cuyas vidas descarrilaron tras herir los sentimientos de la mujer equivocada. Son galanes, machos alfa latinos
Una mujer despechada acusa de violación al tipo que la rechazó. Le condena, con su denuncia pérfida, a la muerte social. El tópico parece salido de una ansiedad actual respecto al poder cancelador del #metoo, pero se remonta a los orígenes de la palabra escrita. Fedra contra su hijastro en el Hipólito de Eurípides; la esposa de Putifar contra el esclavo José en el Génesis; la mujer de Anubis contra su cuñado ...
Una mujer despechada acusa de violación al tipo que la rechazó. Le condena, con su denuncia pérfida, a la muerte social. El tópico parece salido de una ansiedad actual respecto al poder cancelador del #metoo, pero se remonta a los orígenes de la palabra escrita. Fedra contra su hijastro en el Hipólito de Eurípides; la esposa de Putifar contra el esclavo José en el Génesis; la mujer de Anubis contra su cuñado en una leyenda egipcia. El espectro de la denuncia falsa (y mortal) recorre desde siempre la imaginación masculina. En su reciente novela Bad hombre la argentina Pola Oloixarac regresa al tópico, pero le añade una pátina contemporánea. Su interés está en las “mujeres que, como las diosas antiguas, reclamaban el poder de hacer y deshacer las vidas de los hombres”; a diferencia de las diosas antiguas, dice, las vengadoras de hoy cuentan con un ejército digital “grandioso e inexpugnable”. Y con una coartada moral que disfraza su despecho de virtud.
El libro arranca con una suerte de justificación. La misma Oloixarac fue acusada de cosas atroces (de negacionismo, ¡en Alemania!) por parte de una examiga herida. Su falta fue negarse a secundar una acusación dudosa y participar en un escrache digital contra un amigo presuntamente inocente. Tras experimentar de primera mano “el mecanismo de la venganza”, empieza a fijarse en los engranajes sibilinos de la cancelación, a buscar “hechos que usan ideales nobles (el feminismo) como armas de destrucción masiva”.
A partir de ahí, retrata a una serie de hombres cuyas vidas descarrilaron tras herir los sentimientos de la mujer equivocada. Son galanes, machos alfa latinos, algo bohemios y soñadores: tal vez cretinos y desconsiderados, pero en ningún caso criminales. (También sale por ahí un brillante académico francés a quien alguien tendió una trampa). Se trata de casos verosímiles, y dado el cariz autobiográfico con que abre el libro, y la calidad explosiva del material, uno podría asumir que también reales. Pero al final la autora menciona que la “sustancia profunda” del libro es la ficción, sin precisar hasta qué profundidades llega el invento. Lo cual lleva a preguntarse si maquilló hechos reales para proteger identidades, o si la realidad no le brindaba suficiente material.
Recorre el libro una visión pagana de la sexualidad que recuerda a la que hilvanó Camille Paglia. Hombres y mujeres son peones de fuerzas atávicas que apenas comprenden, que les convierten en criaturitas entrañables pero también letales, nunca del todo víctimas ni verdugos. Como decía Paglia, en el circo no hay reglas: el ámbito sexual es la jungla interior que rompe la fina capa civilizatoria con la que mantenemos una ilusión de control.
Paglia criticó la ortodoxia feminista de los campus norteamericanos ya en los noventa, y Oloixarac le toma el relevo, usando como escenario recurrente de su parodia los ambientes literarios de San Francisco y otras ciudades. Lugares en que la aversión al contacto físico, la paranoia social y el desprecio preventivo por el macho latino llevan los absurdos de la cultura de la cancelación al paroxismo. Bajo el primer mandato de Trump, y tras el estallido del #metoo, las “mujeres que habían hecho de ser víctimas una forma especial de crueldad” viven su momento de gloria.
A menudo, la única persona capacitada para el pensamiento crítico y no afectada por la histeria ambiental parece ser la propia narradora. Cualquier blanco es fácil si se reduce a la caricatura. Lo sabía también Trump, quien en su fulgurante campaña de 2016 se refería al inmigrante latinoamericano como “bad hombre”. Violento, machista, criminal: las nuevas feministas con sus gorritos de orejitas rosas tampoco veían con buenas ojos esta criatura testosterónica, que quedó acorralada entre “dos guerras culturales diferentes”.
Hablar hoy de 2016 produce una cierta nostalgia. En tan sólo una noche, la del pasado 7 de noviembre, se pulverizaron varios consensos de la era precedente, como que las minorías se alinearían siempre con la opción progresista. O que las causas progresistas, encabezadas por el feminismo, mantendrían algún tipo de hegemonía cultural. Los bad hombres votaron en masa a Trump y la cultura de la cancelación resultó ser un petardo de corto alcance, más fácil de aplastar que la vida de un pobre galán del sur.
Bad hombre
Random House
224 páginas. 20,90 euros