‘Mosturito’, de Daniel Ruiz: cómo aprender a sobrevivir en la España de los ochenta
El escritor sevillano nos transporta a las violencias y traumas de la época mediante una voz narrativa profundamente liberadora
En las batallas culturales que determinan la España de hoy día, los sectores conservadores tienden a glorificar la supuesta sencillez, estabilidad y felicidad social de los años 80, cuando las ideas de ‘lo personal es político’ todavía eran muy minoritarias, sino prácticamente inexistentes. En paralelo, han aparecido productos culturales que, sin situarse en el bando conservador, recuerdan desde una ingenua nostalgia esa España, la que fue a ...
En las batallas culturales que determinan la España de hoy día, los sectores conservadores tienden a glorificar la supuesta sencillez, estabilidad y felicidad social de los años 80, cuando las ideas de ‘lo personal es político’ todavía eran muy minoritarias, sino prácticamente inexistentes. En paralelo, han aparecido productos culturales que, sin situarse en el bando conservador, recuerdan desde una ingenua nostalgia esa España, la que fue a EGB. Todos aquellos que se sientan interpelados por estos discursos deberían leer Mosturito, la última novela del sevillano Daniel Ruiz, que nos ofrece una desgarradora panorámica de esa realidad social mediante el monólogo interior de Mosturito, un niño preadolescente que vive con su tía en un barrio humilde de la periferia sevillana a mediados de los ochenta.
La novela se articula en torno a dos ejes: por un lado, la realidad social que Mosturito observa desde una cierta neutralidad no contaminada por las convenciones sociales y, por otro, la realidad interior, autorreflexiva, del propio Mosturito. Ambos mundos los vamos conociendo mediante una lengua maravillosamente creativa, de punzante humor ácido y con una ortografía no normativa que te atrapa y te engulle, transportándote de forma prodigiosa al cerebro de Mosturito.
Nuestro protagonista es un personaje en los márgenes, contrahecho, con deformidades y botas ortopédicas, proveniente de una familia desestructurada por la pobreza y la violencia. Y es precisamente esa posición periférica, combinada con un espíritu profundamente observador, una fundamental ansia de verdad y un radical sentido de la justicia, la que nos revela las violencias que determinan el momento histórico: el perenne terrorismo machista, la imperante pobreza y su contraste con las herencias económicas del franquismo, los constantes abusos sexuales a menores, liderados por las instituciones católicas, la represión y estigma a los cuerpos diferentes.
Mosturito sufre toda la opresión y crueldad de la época en su propio cuerpo, y la novela nos narra de forma tan dolorosa como certera la forma en que funcionan los traumas infantiles, que se recuerdan de formas inesperadas, oníricas y muy lejanas del orden de la racionalidad. En este afán de combinación de la realidad exterior e interior, la novela también nos muestra, por una parte, la violencia institucional de unos servicios sociales de carácter asistencial que en ningún caso aspiran a empoderar y, por otra, la religiosidad marxista de las clases subalternas, que se nos manifiesta mediante la Chari, una virgen popular que Mosturito construye con pedacitos de cartulina y que le acompaña en sus momentos más bajos.
Ante esta realidad, Mosturito siempre ha tenido claro que la autodefensa es la única forma de protegerse que tienen los parias de la tierra, si bien está acostumbrado a tener que hacerlo en solitario o, como mucho, con ayuda de su cariñosa y entrañable tía, la Tata. Ella, junto a la Chari, es “la única que me mira normal, sin asco ni pena”, en palabras de nuestro protagonista (171). Juntos forman una peculiar unidad familiar que se cuida y se quiere, y se dan apoyo como buenamente pueden y saben, de forma genuina, muy humana, más allá de las diferencias y dificultades, estas últimas en su mayoría resultado de opresiones sistémicas.
La suerte de Mosturito cambia el día en que conoce al Zurdo y sus amigos punkis, siempre en el lado correcto de la historia, que lo salvan de ser apalizado y lo acogen como uno más del grupo, ofreciéndole una comunidad, cambiando su vida para siempre. Tal y cómo Mosturito nos sintetiza: “He perdido el miedo” (241). La novela así se torna un Bildungsroman que, en última instancia, nos recuerda la primacía que tienen los lazos afectivos comunitarios de carácter liberador en el proceso de empoderamiento de las clases populares.
Mosturito
Tusquets, 2024
296 páginas, 18,90 euros