‘Antonio’, de Beatriz Bracher: el laberinto de las omisiones familiares
Tres voces se suceden y se repiten en un carrusel mareante para formar y deformar, entre la fatalidad del destino y las malas decisiones, a un personaje que solo el lector podrá juzgar
Sorprende que en un país como Brasil, todavía sin hacer y en el que puede haber mucho espacio para la épica y para una narrativa de la masa y la exterioridad, abunde la literatura de la intimidad concentrada, de la intimidad esencial. Pienso en Clarice Lispector, cuya sombra flota tras la obra de Beatriz Bracher, pero flota como un límite al que Bracher no quiere llegar, pu...
Sorprende que en un país como Brasil, todavía sin hacer y en el que puede haber mucho espacio para la épica y para una narrativa de la masa y la exterioridad, abunde la literatura de la intimidad concentrada, de la intimidad esencial. Pienso en Clarice Lispector, cuya sombra flota tras la obra de Beatriz Bracher, pero flota como un límite al que Bracher no quiere llegar, pues también le interesa darle a su narración cierto aire épico en la forma con la que algunos personajes se enfrentan al mundo de un país en creación. En el núcleo de la historia se descubre una estructura incestuosa que quizá era una tradición en las familias burguesas más que una excepción: la tradición del incesto que podría rastrearse hasta la más remota antigüedad homérica. En la novela flota la idea de que hay prácticas secretas que nos persiguen desde el origen, cuando los mitos eran los dueños de la tierra, y que desde entonces siembran los tejidos familiares de luces pavorosas e intratables tinieblas.
Bracher tiende a construir historias que parecen realistas, en su más profunda intimidad, pero que no carecen de anclaje simbólico, a veces muy consistente, y a menudo perceptible a primera vista. Recordemos la novela Anatomía do Paraíso (con la que ganó el premio de novela de São Paulo en 2016) y donde desarrolla un personaje enfrascado en El Paraíso Perdido de Milton y en la mitología del paraíso. Además de escribir novelas, Bracher fundó una editorial y una revista literaria y filosófica. Es también guionista de reconocido prestigio, con tres atinados guiones en su haber, donde la exploración de la intimidad se conjuga a la perfección con la percepción de la exterioridad, gracias al ojo de la cámara. Todo lo cual para indicar que, como vemos perfectamente en Antonio, Bracher maneja bien los puntos de vista, los planos y contraplanos, evocando a veces el inolvidable relato Rashomon de Ryunosuke Akutagawa, en el que Kurosawa basó su película del mismo título y Martin Ritt basó su drama Cuatro confesiones.
En la novela de Bracher, los tres personajes que hablan de Teo, lo van formando y deformando como caprichosas bocanadas de humo que hieren cuando se concretan y tocan fondo. Nos son personajes que hablen ante un juez: en todo caso el juez es el lector, y el lector tendrá que decidir lo que hay de destino inquebrantable desde antes del nacimiento, y lo que hay de decisiones individuales y de ejercicio de la libertad: lo que fue determinación y fatalidad, y lo que fue vida personal arrebatada por el duro paso de los días y todas las ingratitudes de la realidad. Y en medio de todo, la culpa, como una dimensión eléctrica del alma, y la ambigüedad, que es como la masa que pega las piezas más dislocadas de la estructura familiar.
A veces el oleaje natural de la historia puede parecer monótono, pero de pronto surge la dimensión brutal, como un taladro que quisiera llegar cuanto antes al núcleo de la extrañeza y a la verdadera naturaleza del secreto
Bracher crea una carpintería narrativa donde el texto parece ausente y el lector solo escucha la sucesión de tres voces que van haciendo y deshaciendo una historia. El efecto es desequilibrante y a la vez desmitificador, pues esas voces que se suceden y se repiten en un carrusel mareante, se ofrecen como visiones flotantes y quebradizas que invitan a pensar en la fragilidad de la vida y la fragilidad de la literatura. La historia desemboca en una noche de lluvia presidida por el silencio: ese silencio que invade al lector cuando Bracher deja caer el telón y empiezan las preguntas. A veces el oleaje natural de la historia puede parecer monótono, pero de pronto surge la dimensión brutal, como un taladro que quisiera llegar cuanto antes al núcleo de la extrañeza y a la verdadera naturaleza del secreto. Pero hay que llegar al final para ver la construcción desconcertante que hemos dejado atrás. Parece sólida, pero las voces que la tejieron seguían la ley de la oscilación y la inseguridad.
Antonio
Traducción de Juan Cárdenas
Periférica, 2024
248 páginas. 19,50 euros
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