La Reconquista y Covadonga, cuando los mitos contaminan la historia
Los historiadores debaten en varios ensayos recientes sobre los hitos fundacionales del nacionalismo español, bandera tradicional de los políticos conservadores, en torno a la lucha por al-Ándalus
Táriq ibn Ziyad, al mando de las tropas del Califato Omeya de Damasco, llegó a las costas de Hispania en el año 711. El reino visigodo estaba dividido y, tras una victoria contundente ante las fuerzas de Rodrigo en la batalla de Guadalete (de discutida ubicación), avanzaron en apenas una década por casi toda la Península Ibérica. Pese a la escasez de fuentes históricas contemporáneas y aparte de alguna teoría conspirativa (como...
Táriq ibn Ziyad, al mando de las tropas del Califato Omeya de Damasco, llegó a las costas de Hispania en el año 711. El reino visigodo estaba dividido y, tras una victoria contundente ante las fuerzas de Rodrigo en la batalla de Guadalete (de discutida ubicación), avanzaron en apenas una década por casi toda la Península Ibérica. Pese a la escasez de fuentes históricas contemporáneas y aparte de alguna teoría conspirativa (como que el conquistador sería visigodo y se llamaría Taric), la invasión se consumó en aquellas fechas y en estos hechos coinciden los expertos: es Historia.
En torno a 718 o 722, supuestamente se produjo la batalla de Covadonga (Asturias). Una refriega en la que el legendario don Pelayo, considerado el primer monarca del reino de Asturias, habría frenado a los musulmanes en la cornisa cantábrica. Lo cuentan los cronistas de Alfonso III siglo y medio después y, sobre este evento, muchos historiadores no dejan lugar a dudas: es un mito.
Casi ocho siglos más tarde, en 1492, Muhammad XII, conocido por los cristianos como Boabdil el Chico, entregó a los Reyes Católicos la ciudad de Granada (fundada por los musulmanes). En esto también coinciden los expertos: es Historia.
La toma de Granada puso fin a ocho siglos de dominación musulmana en al-Ándalus (la Península Ibérica), un periodo medieval que se ha dado en denominar Reconquista —“cómo puede llamarse reconquista a una cosa que dura ocho siglos”, ironizó José Ortega y Gasset en su España invertebrada (1921)—. Y, aquí, muchos expertos califican la palabra como un término que, más que definir un periodo histórico, despliega un relato adecuado para consolidar el nacionalismo español: eso es ideología.
En los últimos meses, se han publicado diversos ensayos que alertan de la contaminación ideológica que ha impregnado la historiografía española, libros que apuntan directamente contra varios hitos del nacionalismo. “Cuando los historiadores se convierten en reivindicadores del espíritu nacional, su papel se limita a ser el de adoctrinadores de patriotas al servicio del poder político”, advierte el medievalista y experto en al-Ándalus Eduardo Manzano Moreno en su libro España diversa. Claves de una historia plural, volumen en el que denuncia cómo la historia de España ha sepultado bajo una montaña de lugares comunes un extraordinario pasado caracterizado por “un abigarrado y fascinante mosaico de diversidad”. Y el problema de ese relato canónico de la historia es su carácter sectario y poco integrador, cuya alargada sombra se proyecta sobre “musulmanes, judíos, gitanos, poblaciones precolombinas, herejes, disidentes políticos y personas e ideas nacionalistas rivales”.
Desescombrar esa montaña de tópicos identitarios requiere de un gran esfuerzo historiográfico. La Real Academia Española define en una segunda acepción, incorporada al diccionario en 1936, el significado de un término que tiene a los historiadores enfrentados. Reconquista: 1. “Acción y efecto de reconquistar”. 2. “Por antonomasia. Recuperación del territorio hispano invadido por los musulmanes en 711 d. C., que termina con la toma de Granada en 1492″. Pero, si el verbo reconquistar es, también según la RAE, “conquistar una plaza, provincia o reino que se había perdido”, ¿Se puede reconquistar algo que nunca perdiste, que jamás estuvo en tu poder? ¿Se puede aplicar el término a la época medieval peninsular?
Ese debate es el que afronta el libro ¡Reconquista! ¿Reconquista? Reconquista —con un dibujo de portada bastante elocuente: un personaje medieval tragándose, o quizá escupiendo, un enorme sapo— que agrupa, como la grafía del título señala, las distintas posturas existentes entre los historiadores: mantener el término para definir ese periodo histórico dada su implantación, utilizarlo solo de manera restrictiva o cancelarlo del todo, es decir, erradicarlo del vocabulario de los historiadores y de la sociedad. Por su parte, Covadonga, la batalla que nunca fue, de José Luis Corral, niega incluso la existencia misma de esa contienda, otro estandarte de la derecha española. Y dos títulos también de reciente publicación, como Al-Andalus, de Maribel Fierro, o Pequeña historia mítica de España, de David Hernández de la Fuente, aportan otros enfoques sobre los mismos dilemas.
Bajo la coordinación y edición del historiador David Porrinas, medievalista y profesor en la Universidad de Extremadura, ocho expertos abordan en el ensayo colectivo los orígenes y connotaciones semánticas e históricas de la Reconquista, un concepto que aquilata una polémica idea de que España se forjó contra el Islam. Es decir, mientras otros pueblos invasores como los fenicios, romanos o visigodos son “nosotros”, los habitantes de al-Ándalus, da igual sus siglos de arraigo en la Península, siempre serán “ellos”.
Los profesores Abilio Barbero y Marcelo Vigil, pioneros en el debate sobre el término Reconquista, ya cuestionaron el concepto, tal y como se reconoce en el libro coordinado por Porrinas, en tres artículos entre 1965 y 1971: para ellos, astures, cántabros y vascones, la esencia de la españolidad según los defensores de la existencia de una España ancestral, se habían mantenido al margen de la dominación romana y visigoda, y su lucha posterior contra los musulmanes era solo la continuación de la mantenida contra esos pueblos. No tenían nada que reconquistar.
Real, por sus consecuencias
Armando Besga Marroquín, de la Universidad de Deusto, aplaude sin ambages en el ensayo el uso del término. Afirma que, lejos de menoscabar su significado, su duración de ocho siglos “explica su enorme legado”; asegura que el concepto ya se usaba en ese sentido, aunque con otras palabras, antes de su implantación en el siglo XIX; y, lo más importante, reduce la cuestión a un todo o nada: si existía España antes del año 711, hay Reconquista, y en caso contrario, no. Para él, sí existía España (que identifica con la Hispania romana). Y en un momento de su discurso recuerda el teorema de Thomas (formulado en 1928 por el sociólogo William I. Thomas): “Si las personas definen las situaciones como reales, estas son reales en sus consecuencias”. Y para él, las consecuencias son que en la Península ahora hay una sociedad occidental que difiere de la que podría haber habido de no mediar la invasión y la posterior Reconquista.
En esa línea, Carlos de Ayala Martínez, de la Universidad Autónoma de Madrid, argumenta que a lo largo de esos siglos sí hubo periodos en los que se instauró un espíritu de “recuperación legítima” de la Península Ibérica. En concreto, comenta que poco antes del año 900, en tiempos de Alfonso III, ya se forjó una ideología, sostenida en Pelayo, que respaldaba al monarca, como supuesto heredero del reino visigodo, para invadir Al-Ándalus con la religión como claro estandarte. Ahí fija De Ayala el inicio de la noción de Reconquista (que no la palabra). Un relato que se repetiría bajo distintos enfoques en siglos posteriores. Aunque, como asegura, cristianos y musulmanes no estuvieron 800 años en lucha permanente. Fueron siglos y siglos con periodos de relativa tranquilidad interrumpidos por incontables enfrentamientos entre fuerzas de ambas religiones, pero también de “cristianos contra cristianos, musulmanes contra musulmanes o unos y otros coaligados frente a alianzas que incluían a sus propios correligionarios”.
La forja del Estado-nación en el XIX
Martín Ríos Saloma, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), rastrea el origen del concepto historiográfico de la Reconquista. Tras comprobar que el programa político y militar de expandir los territorios cristianos a costa de Al-Ándalus no incorporaba el concepto en los primeros siglos, explica que “su génesis y desarrollo está vinculado a la forja del Estado-nación en el siglo XIX”, a los relatos con los que se pretendía “crear una identidad particular para la nación española”.
En concreto, en la década de 1840, “la palabra Reconquista empezó a aparecer de forma tímida” en varios textos de historiadores, en un contexto que comparaba la conquista de al-Ándalus con la expulsión de los ejércitos napoleónicos por unos simples guerrilleros. Y aunque a principios del siglo XX surgió un movimiento en contra del término por su contaminación ideológica, la Guerra Civil y el franquismo frenaron en seco cualquier debate. La palabra Reconquista ocupó ya sin titubeos los textos de historia, las soflamas políticas y hasta los sermones en los púlpitos. Lo que ha desembocado en una “tradición inventada”, como recuerda Ríos Saloma, que menciona las famosas palabras del expresidente del Gobierno José María Aznar en 2004 en Georgetown (Estados Unidos): “España rechazó ser un trozo más del mundo islámico”, afirmó sin sonrojo, moldeando a su antojo el concepto de España.
Desideologizar la palabra
En contra del término, y de las tesis de Besga Marroquín y De Ayala, está Ana Isabel Carrasco Manchado, de la Universidad Complutense, que afirma: “Para que pueda emplearse como una categoría historiográfica útil haría falta (…) desnacionalizar el concepto, es decir, despojarle de sus componentes ideológicos de identidad nacional”. Carrasco Manchado también cree que seguir utilizando el término en sentido pedagógico con el significado de ideología justificativa de la guerra es más voluntarista que real. Por ello, recomienda prescindir del uso de una palabra que no enseña nada sobre la sociedad medieval de aquellos años y apuesta por emplear conceptos ya establecidos que describen mucho mejor la época, como “feudalismo”, “frontera”, “señores de la guerra” o incluso “colonización” y “conquista”.
En la misma línea, Alejandro García San Juan, profesor de la Universidad de Huelva y firmante junto a Carrasco Manchado de una iniciativa para eliminar la mencionada segunda acepción de la RAE, cree que hablar de usos políticos de la Reconquista es “una mera redundancia”, dado que esa es su función esencial. En su texto, el experto señala a Manuel Fraga mencionando la “expulsión de los moros”; o al Rey Juan Carlos I hablando de Covadonga como el lugar en el que el corazón de España tiene “su latido más íntimo y universal”; y recuerda cómo Aznar, en 1987, cuando era presidente de la Junta de Castilla y León, no dudó en disfrazarse de Cid Campeador para un reportaje en El País Semanal de una serie titulada Locas pasiones. Menciones en las que no falta el líder de Vox, Santiago Abascal, que en un acto en Roma en 2019 llegó a afirmar: “España tiene una ventaja: que fue vacunada contra la inmigración islámica durante ocho siglos de ocupación y ocho siglos de Reconquista”. No hay duda de que, para el líder ultraderechista, 800 años y 40 generaciones nacidas en la Península no dan carta de naturaleza en su noción de “español”.
De Franco guionista al capitán Trueno
Otros expertos que intervienen en el ensayo son Francisco García Fitz, de la Universidad de Extremadura, que no duda en calificar los usos políticos del concepto como “un pesado fardo para el quehacer historiográfico”; Javier Albarrán, de la Universidad Autónoma de Madrid, que aborda el tema desde el punto de vista de las fuentes árabes, que consideraron al-Ándalus su patria tras ocho siglos de permanencia (frente a los tres de los visigodos), incluso después de su marcha en 1492; o Francisco J. Moreno Martín, de la Complutense, que analiza la incorporación de la palabra Reconquista a la cultura popular, que abarca desde la abundante representación de los hitos en la pintura y la escultura, y su utilización por la propaganda franquista para equiparar el régimen con el pasado medieval, hasta su uso en la literatura, las películas como Raza (con guion del propio Franco) que aludían a la gran cruzada liberadora, y hasta cómics como El capitán Trueno o El guerrero del antifaz.
En cuanto al libro de José Luis Corral, y pese a su título (Covadonga. La batalla que nunca fue), lejos de centrarse en ese episodio mítico, se convierte en otra impugnación a la totalidad del uso nacionalista de ese periodo medieval. Corral, profesor de la Universidad de Zaragoza, plantea la dificultad de desentrañar los hechos históricos de la rápida ocupación, aunque todo apunta a una conquista pacífica, con apenas tres batallas reseñables, y lograda a base de pactos con los visigodos. No es de extrañar que, pese a ello, en las crónicas árabes se hablara de victorias heroicas mientras en los textos cristianos destacaran la violencia y la crueldad extrema de sus enemigos. En cuanto a Covadonga, ni siquiera da mucho crédito a las fuentes árabes que mencionan, ocho siglos después, la resistencia de Belai al-Rumi (sí, el mítico Pelayo), “un asno salvaje” que les hizo frente en las montañas y al que ignoraron cuando solo quedaban ya 30 “asnos salvajes” porque, ya, qué daño podían hacer.
Repensar los conceptos
“Términos y conceptos tienen una historia detrás y por ello tal vez sea necesario abandonarlos o repensarlos cuando la carga que llevan consigo no permite una comprensión adecuada de las realidades a las que pretenden referirse”, explica por su parte la investigadora del Centro de Ciencias Humanas y Sociales Maribel Fierro en Al-Andalus. En su libro, aparte de recordar en varios capítulos los avances de aquel reino ibérico en materia de ciencia, cultura, filosofía, arte, política y economía, Fierro destaca el respeto que predominaba hacia las otras dos religiones monoteístas bajo el concepto de la dhimma —“no cabe coacción en religión”, afirma el Corán— en una aplicación que implicaba la no persecución, aunque sí la discriminación. Las conversiones forzosas fueron excepcionales (en contra de la política posterior de Castilla en 1502 y de Aragón en 1526). Y explica la autora que los invasores eran muy pocos, desde el punto étnico árabes y bereberes, por lo que la mayoría de los que habitaban la península eran descendientes de los pobladores autóctonos, pese al propósito nacionalista actual de verlos como extranjeros usurpadores. Intenta también despejar muchos de los datos confusos de aquellos años, como la tendencia a unificar a todos los pobladores de al-Ándalus bajo un prisma, ya que los había arabizados e islamizados en mayor o menor grado y agrupados en términos muy confusos: mozárabes, muladíes, mudéjares, moriscos... Y aunque el mestizaje fue indudable, también entre la aristocracia gobernante, ninguno de aquellos linajes reivindicó su pasado peninsular preislámico (como podría ser el visigodo) a diferencia de lo que ocurrió con los musulmanes en Persia, que sí destacaron sus mestizajes para justificar una lícita permanencia en tierra conquistada. Lo que no debería justificar su rechazo ideológico contemporáneo: “Yo nunca he oído a ningún musulmán pedirme a mí disculpas por haber conquistado España y por haber mantenido su presencia en España durante ocho siglos. Nunca”, afirmó nuevamente Aznar, en otra visita a Georgetown en 2006.
Un patrón repetido
Por su parte, el interesante ensayo de David Hernández de la Fuente, catedrático de la Complutense, sobre la historia mítica española aborda en varios capítulos la polémica que divide a los historiadores. Empezando por don Pelayo, al que se han atribuido toda suerte de orígenes y linajes, y su supuesta tumba en Covadonga, “como símbolo de la restauración cristiana que venía a salvar los rescoldos de una antigua y romántica idea de España”. El relato de la continuidad entre el mundo visigodo y el asturleonés o castellano sigue, a juicio del experto, el mismo esquema que otras naciones europeas, que se agarran a “un hilo a veces tenue y sutil” para hablar “de los altibajos de la historia, entre héroes y traidores en un patrón narrativo muy repetido en diversas latitudes”.
En otro capítulo explica que al-Ándalus se debate entre dos arquetipos: por un lado, el de la utopía de una época de convivencia entre religiones y de una cultura árabe islámica heredera de la ciencia y la filosofía griega (frente al “bárbaro occidente”), y por el otro, el de la negación de todo ese periodo como parte de la historia patria, considerado más bien como una “excepción”, como “un paréntesis entre las épocas romana y visigoda y la restauración neogoticista de la Castilla del siglo XI”. Por todo ello, Hernández de la Fuente recomienda seguir investigando sobre la herencia islámica para consolidar estudios imparciales que transmitan una visión ponderada y alejada de las ideologías.
Pero quizá sea difícil alejarse de una mitología que pervive hasta nuestros días. Cabe recordar las significativas visitas electorales que ha hecho en los últimos años el líder del partido ultra Vox, Santiago Abascal, al monasterio de Covadonga para darse unos baños de españolidad. Allí proclamó en 2019: “Asturias es España y lo demás, tierra conquistada”. Aunque quizá en un lapsus se le olvidó decir “reconquistada”, verbo más acorde a la ideología que propaga.
¡Reconquista! ¿Reconquista? Reconquista
Edición de David Porrinas
Desperta Ferro, 2024
288 páginas. 24,95
Covadonga, la batalla que nunca fue
Ediciones B, 2024
512 páginas. 23,65 euros
Al-Andalus
Catarata, 2024
144 páginas. 13 euros
Pequeña historia mítica de España
Alianza Editorial, 2024
368 páginas. 12,95 euros
España diversa. Claves de una historia plural
Crítica, 2024
548 páginas. 24,90 euros
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