‘La novela olvidada en la casa del ingeniero’, de Soledad Puértolas: un juego de espejos para escribir la vida
La escritora construye una novela con dos narradores y dos historias en una hábil alianza entre relato y digresión propia de la metaficción
“La trama, según mis lectores y un par de críticos […] es mi especialidad. Lo señalan en tono de elogio. Mis novelas enganchan al lector, dicen. […] eso, por alguna razón, me molesta un poco. No todo es la trama, perdonen que les diga”.
Lo afirma Mauricio Ballart, uno de los narradores de La novela olvidada en la casa del ingeniero, y son palabras que bien pueden atribuirse a la propia ...
“La trama, según mis lectores y un par de críticos […] es mi especialidad. Lo señalan en tono de elogio. Mis novelas enganchan al lector, dicen. […] eso, por alguna razón, me molesta un poco. No todo es la trama, perdonen que les diga”.
Lo afirma Mauricio Ballart, uno de los narradores de La novela olvidada en la casa del ingeniero, y son palabras que bien pueden atribuirse a la propia Soledad Puértolas, pues quien más quien menos —yo misma— hemos destacado la habilidad de la autora para deslizar al lector por las historias que nos cuenta, su maestría a la hora de trenzar múltiples hilos y ofrecernos un sutil retablo del vivir. Lo cual no equivale a ignorar otros méritos de índole estructural y formal, ni reduce a la escritora a una mera “rozadora de superficies” (expresión que tomo de Virginia Woolf), pues ella también mira por debajo y ausculta los interiores ahumados de una conciencia. Ensalzar ese aspecto de su escritura significa el reconocimiento de un don capaz de armonizar en una sensación casi poética todos los elementos que constituyen la trama —intriga, personajes, voz narrativa, escenarios, etcétera— y destinarlos para que una novela nos deje la impresión de haber alcanzado su propósito esencial: “transmitir el sueño imposible de fundirse con la vida”, en un proceso de transformación entre “la vida vivida de los otros y la vida que vive quien está contando la historia”.
Está el tiempo de los hechos o sucesos y el tiempo de la escritura —y hasta de la lectura—, desde el que se reflexiona,
Y por eso hay dos planos bien deslindados, y dos narradores-escritores y dos historias, cada una de ellas con sus ramificaciones y múltiples personajes secundarios. Hay el tiempo de los hechos o sucesos y el tiempo de la escritura —y hasta de la lectura—, desde el que se reflexiona, en una fértil y hábil alianza entre relato y digresión propia de la metaficción. Hay dos narradores: Leonor, autora del “manuscrito” —en realidad, un viejo disquete—hallado en la casa del ingeniero, y Mauricio Ballart, autor de obras juveniles a quien un amigo le hace llegar el citado inédito, que transcribe y corrige y del que opina, insertando su propia participación en la novela. Además, en el relato principal contamos con un variado número de narradores-testigo que completan o matizan los hechos. Hay asimismo dos historias: que Leonor cuenta sobre otras vidas y que constituye la intriga principal, y la que corresponde a sí misma, que incluye entorno familiar, amistades y amoríos.
El desafío, como autora, lo centra ahora Soledad Puértolas en este plano estructural y el entramado que genera, hasta el punto de convertir el relato en una obra poliédrica fruto de este peculiar juego de espejos. Quizás por ello los materiales que componen ambas historias no son extraordinarios ni demasiado sorprendentes. Por un lado, en una villa situada en un pueblo donde no parece haber transcurrido el tiempo, está una anciana rica y soltera, el administrador ambicioso que se gana su confianza, un crimen, un niño de origen enigmático… y los parientes que pleitean por la herencia; es decir, un material muy propio del folletín (diecinuevesco o no tanto) para dar paso a una indagación detectivesca. Por otro, tenemos la crónica de la vida cotidiana de la narradora Leonor, desde que era una niña hasta el momento de desprenderse del ámbito familiar —lo cual traza una estampa de la vida española desde 1950 hasta avanzados los ochenta, aproximadamente—, lo que deriva en una novela de formación y aprendizaje.
El tiempo, la existencia, vuelve a ser —como en anteriores libros de Puértolas— un tema axial, que propicia que el relato fluya por esos cauces íntimos. No en vano, Leonor retoma la novela abandonada que había empezado a escribir en un momento sombrío de su vida, cuando llega a “la edad de los recuerdos”. A diferencia del tiempo de la juventud y que se corresponde con el de la historia que cuenta, cuando predominaba el olvido.
La novela olvidada en la casa del ingeniero
Anagrama, 2024
216 páginas. 17,90 euros
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