Egilona, la reina fiel que traicionó a todos

El historiador José Soto Chica recrea en ‘Egilona. Reina de Hispania’, las dudas existenciales de la esposa del último rey godo y del primer valí de al-Ándalus

Egilona, imagen del ensayo 'Mugeres celebres de España y Portugal' (1868).ALAMY STOCK PHOTO

José Soto Chica, autor de Egilona. Reina de Hispania (Espasa, 2024) hace trampas en esta absorbente novela histórica. Su enorme conocimiento sobre el mundo godo ―doctor en Historia Medieval, 70 artículos y libros científicos, ocho monografías y múltiples ensayos― dificulta separar lo real de lo imaginado en unas páginas donde el historiador traza un perfil p...

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José Soto Chica, autor de Egilona. Reina de Hispania (Espasa, 2024) hace trampas en esta absorbente novela histórica. Su enorme conocimiento sobre el mundo godo ―doctor en Historia Medieval, 70 artículos y libros científicos, ocho monografías y múltiples ensayos― dificulta separar lo real de lo imaginado en unas páginas donde el historiador traza un perfil psicológico, humano y político de la última reina visigoda, Egilona, esposa de don Rodrigo, y después del primer valí de al-Ándalus, Abd al-Azid. Amó desesperadamente a ambos. “Una mujer como ella no puede ser silenciada por la parquedad de los testimonios supervivientes. Fue, sin duda, la mujer más poderosa del siglo VIII en Hispania”, escribe.

Soto Chica dibuja a una joven y bellísima reina que es protagonista y testigo activo de un mundo que se derrumba irremediablemente tras la irrupción de las fuerzas militares musulmanas en la península Ibérica en el 711. La coloca en primera línea en la conocida como batalla de Guadalete (en realidad el enfrentamiento se produjo en Tarifa, a 60 kilómetros, tal y como el propio Soto Chica y un grupo de investigadores demostraron en 2023), donde ve morir a su primer marido, pero sin distinguir quién le infiere el último espadazo mortal. Eso cegó sus posibles remordimientos a la hora de desposarse con Abd al-Azid, el hombre que descabezó personalmente al rey derrotado.

El debilitado reino visigodo que hereda Egilona tras Tarifa debe enfrentarse así, ya sin monarca, a un inmenso imperio que se extiende imparable desde la India a Gibraltar. “¿Y con qué cuentan los godos para resistir?”, se pregunta el autor. “Con una mujer. Sí, y con los supervivientes de un ejército derrotado y reforzado por apresuradas levas. Hispania es un reino que se tambalea ante los golpes del experimentado conquistador, el imperio de los árabes, señores de cien pueblos y que, ahora, solo tienen en frente a una mujer: Egilona”, recuerda.

Ella lo sabe y se lo echa en cara a sus atemorizados súbditos antes de la siguiente y desesperada batalla de Astigi (Écija). El pueblo visigodo que levantó el mayor reino de Occidente ―del norte de África hasta el sureste de Francia― es ya solo un pueblo asustado y dividido en luchas fratricidas. Su reina huele el miedo y decide combatirlo. “¡No! ¡No permitiré que mañana perdamos la batalla solo porque sois incapaces de poneros de acuerdo y someteros al mando! ¡Escuchadme bien todos! Si alguno de vosotros abandona, si alguno de vosotros se retira antes del choque con las huestes, o antes de que el duque Teodomiro [un general] o yo demos la orden, si alguno de vosotros traiciona a este reino, ¡me ocuparé personalmente de sacarle los ojos y de abrirle las entrañas para que las aves carroñeras puedan cebarse en ellas ante de que muera!”.

Portada de 'Egilona. Reina de Hispania'.

Finalmente, los godos perdieron esta batalla y todas las que vinieron después, debilitados siempre por sus odios personales y por la gran duda que les asaltaba de continuo: ¿pelear a muerte para lograr una incierta victoria o rendirse y salvar vidas y bienes? Optaron por la segunda, aunque eso fuese a costa de que la regina hispaniorum perdiese su libertad y fuera atrapada por Abd al-Azid.

A partir de ese momento, hundida anímicamente, la reina debe decidir si merece la pena seguir luchando por aquellos condes, obispos y guerreros que solo buscaron su salvación mediante la traición y la cobardía o integrarse en un mundo arrebatador y desconocido que asesinaba y destruía sin piedad todo lo que le hacía frente. Eligió, como sus súbditos, la segunda opción, la que la llevaría a ser olvidada y despreciada por todos. “Para los cristianos fue una traidora y para los árabes se transformó en una mujer plena de tentación y de ambición que llevó a su hombre, a Abd al-Aziz, al pecado y a la destrucción. Por eso, unos y otros, cristianos y musulmanes, la cubrieron con el olvido o con un sinfín de leyendas sin sentido”.

Soto Chica emplea como fuente fundamental para recrear los hechos la Crónica mozárabe de 745, “generalmente desatendida, cuando no ignorada, por los historiadores españoles. Algo que, dicho sea de paso, siempre dejó perplejos a investigadores británicos, franceses y alemanes”. Durante dos siglos, “la historiografía nacional se empeñó en reconstruir lo que pasó a partir de fuentes árabes que, en el mejor de los casos, fueron escritas ciento cincuenta, trescientos y hasta novecientos años después de que acontecieran los hechos que narran”.

El militar José Soto Chica, que participó en misiones de paz de la ONU en Bosnia-Herzegovina, perdió traumáticamente la vista en un accidente. Desde entonces, el escritor de novelas, no el investigador riguroso, cuenta con la ventaja de imaginar sin ver, lo que le permite vislumbrar mejor lo que pudo sentir el corazón destrozado de una mujer que vio morir a su primer marido en una batalla decisiva para la historia de España y ser raptada después por el segundo. Escritor y reina cambiaron radicalmente sus vidas tras el inmenso dolor sufrido. No se desmoronaron, sino que revivieron, como los héroes y heroínas de los cuentos. Eso, y sus enciclopédicos conocimientos, autorizan a Soto Chica a jugar con ventaja cuando se interna en las brumas del pasado. Y el lector lo disfruta.




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