Paul McCartney quiere ser canonizado
El más inquieto de los Beatles firma dos libros muy enriquecedores. Un título con las fotos que el músico tomó entre 1963 y 1964, y un volumen que analiza y contextualiza sus letras
Es una verdadera obsesión para Paul McCartney. Lleva décadas intentando corregir la percepción pública de que, dentro de los Beatles, el impulso vanguardista se encarnaba en John Lennon. Y maneja argumentos a su favor: a mediados de los sesenta, Paul estaba metido en el cogollo del underground londinense...
Es una verdadera obsesión para Paul McCartney. Lleva décadas intentando corregir la percepción pública de que, dentro de los Beatles, el impulso vanguardista se encarnaba en John Lennon. Y maneja argumentos a su favor: a mediados de los sesenta, Paul estaba metido en el cogollo del underground londinense mientras John languidecía en su casa de la periferia burguesa. McCartney elaboró en 1967, con sus tres compinches, una pieza delirante de 14 minutos, ‘Carnival of Light’, concebida para su uso puntual en una rave psicodélica. Fue grabada año y medio antes que la famosa ‘Revolution 9′ lennoniana… y nunca publicada, para frustración de su autor: Ringo y los herederos de Lennon y George Harrison se han negado repetidamente a que ‘Carnaval of Light’ forme parte del canon de The Beatles.
Otra vía hacia la respetabilidad cool favorecida por McCartney: la instigación de proyectos que se escapan de su ocupación principal y que, a veces, se publican de extranjis. Así, sus colaboraciones con el productor Youth, bajo el nombre de The Fireman (dato quizás no trivial: un homenaje al padre de Paul, que ejerció de bombero voluntario durante las incursiones de la Luftwaffe sobre Liverpool en la Segunda Guerra Mundial). El Bombero sacó tres álbumes entre 1993 y 2008, abarcando desde nubes ambient a canciones mayormente convencionales pero con ropaje electrónico. Youth, al que conocimos como bajista de Killing Joke, también participó en Liverpool Sound Collage (2000), donde se funden fragmentos de Paul y los Beatles con aportaciones de los galeses Super Furry Animals. Con el remezclador Freelance Hellraiser, Paul sacó Twin Freaks (2005), una docena de sus temas pasados por la picadora del mash-up, la técnica de injertar una grabación preexistente en otra de distinta procedencia.
Esos divertimentos salen sin grandes alharacas, sin revelar mucho sobre el proceso de elaboración, pero con el mensaje subyacente de que, cuidado, allí está Paul investigando. Lo mismo ocurre con sus cinco discos orquestales o corales, todos editados en sellos de música clásica. A excepción del primero, el Liverpool Oratorio (1991), que destacaba en portada la participación del compositor Carl Davis, hay misterio respecto al porcentaje creativo atribuible a los auxiliares de formación sinfónica que desarrollaron y orquestaron las ocurrencias melódicas de Paul, alguien ajeno al mundo de las partituras; más de uno ha susurrado —pero discretamente, para que no se moleste el beatle— que también merecía figurar como coautor.
No pongamos cara de sorpresa: ningún artista pop se niega a colgarse medallas por sus actividades digamos extracurriculares. Y Paul McCartney cuenta además con una potente estructura empresarial —MPL Communications— que cuida meticulosamente de sus intereses. A veces, hasta el paroxismo: de su último álbum, McCartney III, hay docenas de versiones diferentes, con mínimos cambios en la portada o en el color del vinilo. ¿Absurdo? Bueno, siempre habrá gente dispuesta a coleccionar todas las variaciones. Y la mercadotecnia está para incentivar la demanda.
MPL también custodia el más amplio archivo existente sobre McCartney. Desde hace años, Paul se niega tajantemente a firmar autógrafos —“que nadie se beneficie de mi firma”—, pero invierte dinero en el mercado de coleccionistas, haciéndose discretamente con piezas de interés. Y explota lo que almacena. Así se descubrió algo que se creía perdido: un conjunto de fotografías tomadas por el propio Paul durante 1963 y 1964, cuando los Beatles pasaron de chifladura británica a fenómeno global. Son imágenes captadas por su Pentax SLR en Inglaterra, en París y en su apoteósica primera visita a Estados Unidos. Reforzadas por los recuerdos del autor, se han convertido en libro y en exposición itinerante, Eyes of the Storm.
Ahora que el hecho de captar instantáneas se ha banalizado, McCartney destaca que entonces trabajaba con carretes de 24 o 36 fotos, cabalgando sobre una montaña rusa, a veces sin tiempo para ajustar la nitidez de la imagen. Estaba en el ojo del huracán y lo que retrata es la trepidación del momento, el espíritu de compañerismo de la expedición liverpooliana, el deleite de comprobar que su éxito no parece tener fecha de caducidad. Los periodistas estadounidenses se muestran obsesionados por la longitud de sus cabellos, pero el pueblo llano los contempla con afabilidad (sí, incluso esos policías cuyo armamento resulta intimidante). Un chispazo de genialidad: cuando se toman unos días de descanso en Miami, Paul se pasa a la película Kodachrome y atrapa el calor tropical, la abundancia de tentaciones, el pasmo de encontrarse en un país que ignora las estrecheces de la posguerra que han marcado la infancia de los cuatro integrantes de los Beatles.
Si 1964. Los ojos de la tormenta nos ofrece mirar por la ventana indiscreta, Letras es un producto modélico. Y raro: pocos músicos se prestan a desmenuzar (y contextualizar) su obra. Fruto de años de conversaciones con el poeta irlandés Paul Muldoon, Letras se estrenó en edición de lujo —dos tomos de pasta dura en un estuche— en 2021, abordando los secretos de 154 canciones. Ahora se ha compactado en un solo volumen fácilmente manejable: desaparecen las fotos en color pero se añaden siete canciones no incluidas en la versión original. Aunque conviene avisar que los gremlins de la imprenta han hecho de las suyas: “Paperback Writer” se ha convertido en “Paperback Compositor” (¿uh?).
McCartney ha sido renuente a las biografías; de hecho, intentó activamente torpedear las de Chet Flippo, Howard Sounes, Philip Norman y otros. Aquí nos asombra la habilidad del entrevistador, tal vez dotado del mítico gift of the gab irlandés, una elocuencia contagiosa capaz de lograr que Paul evoque las circunstancias por las que atravesaba cuando surgió determinada canción, los trucos del oficio y hasta el posible sentido de versos esquivos. Por ejemplo, el texto sobre ‘Eleanor Rigby’ se convierte en un deslumbrante ensayo donde vamos desde vivencias juveniles en Liverpool hasta Allen Ginsberg, William Burroughs y, uh, la madre momificada de Psicosis.
1964. Los ojos de la tormenta
Traducción de Lourdes Jimenez Galán
Liburuak, 2023
335 páginas. 68 euros.
Letras
Libros Cúpula, 2023
585 páginas. 32,95 euros
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