‘Sobre la losa’, de Fred Vargas: una novela policial endeble que no respeta la inteligencia del lector
La nueva entrega de la serie del extravagante comisario Adamsberg cae en recursos fáciles como las pistas falsas, personajes sacados de la manga, cambios de perspectivas narrativas y un cúmulo de ideas vagas
De muchas cosas no sé nada, de otras sé algo, y de dos o tres conozco bastante. Por ejemplo, de la filosofía del béisbol (para gran parte del mundo una disciplina esotérica) creo que entiendo al punto de que pienso que pude haber sido mánager (director técnico) de algún equipo. También presumo de saber algo de cine y, no tanto, pero bastante, de la escritura de novelas, en especial las policiales.
Sobre este tipo de narrativa, cuyo cultivo...
De muchas cosas no sé nada, de otras sé algo, y de dos o tres conozco bastante. Por ejemplo, de la filosofía del béisbol (para gran parte del mundo una disciplina esotérica) creo que entiendo al punto de que pienso que pude haber sido mánager (director técnico) de algún equipo. También presumo de saber algo de cine y, no tanto, pero bastante, de la escritura de novelas, en especial las policiales.
Sobre este tipo de narrativa, cuyo cultivo y popularidad parece cada vez mayor, considero que uno de los grandes beneficios de la condición postmoderna de que disfrutamos es la enorme libertad que nos ha concedido a los autores para utilizar los recursos, estructuras, conceptos del género para escribir literatura. O sea, para escapar de cualquier condicionamiento canónico y realizar ejercicios artísticos que, sin embargo, permitan una identificación con una forma más o menos reconocible, más o menos definida, en la que el lector encuentra la intención genérica del escritor.
No obstante, considero que ese ejercicio, afortunadamente más libre y creativo, debe respetar ciertos códigos muy generales entre los cuales coloco en primer lugar el respeto a la inteligencia del lector, esa cualidad que debe estar correspondida con la existencia de lo que Raymond Chandler (que sí sabía, y mucho, de este tipo de literatura) definió en sus Apuntes sobre la novela policiaca de 1949 como “la honestidad”: “Es necesaria una razonable honestidad con relación al lector. Esto es algo que se dice con frecuencia sin llegar a comprender siempre lo que supone”, afirmaba, para luego explicar algunas de las deshonestidades más flagrantes, como la de esconder información al lector o cerrarle los caminos hacia la comprensión de lo ocurrido con el truco de no revelar lo que piensa ese investigador cuyos pensamientos hemos seguido a la largo de la novela. Si quieren comprobar cómo funciona esa deshonestidad literaria, relean alguna novela de Agatha Christie, entre las clásicas, o La paciencia de la araña, del simpático Andrea Camilleri, entre los contemporáneos.
Pocas formas literarias requieren tanto de la complicidad del lector como el relato policial (que siempre es un viaje en busca de una verdad), y en esa condición o característica radica una de las claves de su larga popularidad. El hecho de que hoy esta narrativa tenga unas prerrogativas que amplían su libertad y facilitan su crecimiento estético y su proyección social, no significa que los viejos problemas, ya advertidos por Chandler, de cómo entregar la información, cómo ser verosímil (no he dicho realista, solo verosímil) y el principio ético-literario de la honestidad puedan ser desechados. Tal actitud ofende la inteligencia del lector, incluida la mía, que me considero (eso ya sin duda alguna) un buen lector de novelas policiales.
Pocas formas literarias requieren tanto de la complicidad del lector como el relato policial, y en esa condición radica una de las claves de su popularidad
Traigo todo esto a cuento y casi agoto mi espacio porque acabo de leer la más reciente novela de una de las figuras más reconocidas y publicitadas del momento, la autora francesa Fred Vargas. Sobre la losa, publicado en francés en 2023 y de inmediato por Siruela en castellano, es la nueva entrega de la serie del extravagante comisario Adamsberg. Esta vez el investigador debe moverse con algunos de sus colegas ya conocidos de otras aventuras al pueblito bretón de Louviec, donde ha ocurrido un asesinato que tiene como principal sospechoso a un tal Josselin de Chateaubriand, bisnieto del célebre poeta romántico, un simpático personaje local convertido por su apellido en atractivo turístico de la localidad. Desde el inicio, a pesar de evidencias abrumadoras, Adamsberg desestima la culpabilidad de Chateaubriand precisamente porque todo lo hace parecer demasiado culpable. Y comienza la investigación que, muy pronto, se convertirá en la de la búsqueda de un asesino serial que destroza la paz bucólica de Louviec.
Al comienzo de la historia, la escritora juega con ciertos tópicos de la novela gótica —hay un fantasma cojo que recorre la vieja villa de calles tenebrosas, personas supersticiosas que huyen de quien les pise su sombra y supuestas pócimas mágicas—, para luego mover el timón hacia una clásica investigación de novela policial —más asesinatos, más pistas, más sospechosos y pesquisas— que en el tercio final del libro derivará hacia una historia de aventuras gangsteriles hasta volver al redil del policiaco con una solución final al mejor estilo Agatha Christie: ¡todo el tiempo habíamos tenido allí al asesino, delante de nuestros ojos! Y, aunque no nos satisfaga mucho esta estrategia narrativa, debemos aceptar de ella el hecho de que es un ejercicio literario en el que Fred Vargas exprime su libertad creadora.
Las cosas se complican cuando empezamos a percibir que la autora francesa juega con nuestra inteligencia y lo hace de modos que no son honestos. Desde pistas falsas a personajes que se saca de la manga (la niña Rose que es secuestrada rechina por todos lados), a cuestiones más alarmantes como los cambios de perspectivas narrativas, en las que se incluyen acciones y pensamientos del “hombre” que es el asesino o episodios que envuelven a otros personajes de pronto enfocados, llegando al más grave: esas “ideas vagas” que va acumulando el investigador, de espaldas al lector, para llegar a su genial descubrimiento final del asesino. Cada uno de estos recursos y estrategias fáciles, torpes por momentos, abaratan la obra y conducen a que una autora de la talla de Fred Vargas nos entregue con Sobre la losa una novela lamentablemente endeble, sobre cuyas deficiencias podría abundar.
¿La fama, los premios, los éxitos de venta han conducido a Fred Vargas a recostarse en el cómodo sillón de la impunidad? ¿O es agotamiento o presión del mercado? Por supuesto que desconozco los motivos, pero como buen lector de novelas policiales, he sufrido las consecuencias. Y, como ese lector que soy, suelo pensar al respecto como Michael Corleone: no, no me gusta que insulten mi inteligencia.
Sobre la losa
Traducción de Anne-Hélène Suárez Girard
Siruela, 2023
432 páginas, 24,95 euros
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