‘Nada es verdad’, la novela de Veronica Raimo pasea por Roma y descubre la vergüenza
La escritora italiana narra sin piedad y con humor frío su vida y la de su familia en un libro en el que resalta lo anómalo y lo absurdo, lo insólito y lo genial
Decía Claudio Magris que la narrativa consiste en decidir lo que no vas a contar. Esta decisión es a veces inconsciente y se rige por leyes que escapan a los narradores; lo único que importa es que tal omisión se convierta en literatura, en algo que es una “verdad” más profunda que la apolillada experiencia refugiada en la memoria. La obra de Veronica Raimo (Roma, 1978) Nada es verdad se construye con eso que no se va a contar y que da pábulo al lector a imaginar, igual que la autora ha imaginado/manipulado muchas de...
Decía Claudio Magris que la narrativa consiste en decidir lo que no vas a contar. Esta decisión es a veces inconsciente y se rige por leyes que escapan a los narradores; lo único que importa es que tal omisión se convierta en literatura, en algo que es una “verdad” más profunda que la apolillada experiencia refugiada en la memoria. La obra de Veronica Raimo (Roma, 1978) Nada es verdad se construye con eso que no se va a contar y que da pábulo al lector a imaginar, igual que la autora ha imaginado/manipulado muchas de las verdades o mentiras que en ella se cuentan. Al fin y al cabo, viene a decir Raimo, la distancia entre lo cierto y lo incierto es corta, un mero rubor que va y viene.
La trama es muy simple: la autora escribe un libro sobre su vida y su familia en el que resalta lo anómalo, lo absurdo y lo vergonzoso, lo insólito y lo genial. Se diría que se regodea en ello, que en el fondo le gusta haber tenido un padre colérico y maniaco y una madre depresiva e insoportable. De ahí que tal familia diese dos hijos escritores: su hermano mayor y ella misma. Asistimos a una infancia de clausura que alumbra una juventud diferente, extraviada. Oca, como la llamaba su padre, se rebela usando la mentira, escribiendo un diario ficticio para engañar a su madre, haciendo trampas con su hermano superdotado jugando a los dados. En una casa de locos inteligentes, Oca se oculta tras los libros, tiene su mundo propio y ninguna idea clara de nada, menos aún de sus sentimientos. La invención y la impostura son sus armas y con su amiga Cecilia intercambian cartas llenas de mentiras perfectas. Y así aprenden a manipular “la verdad como si fuera un ejercicio de estilo, la expresión más completa de nuestra identidad”.
La novela fluye con ese tono sincero, elaborado, salpicado de detalles idiosincráticos y de romanos episodios costumbristas contados con desenfado y con el ánimo de despertar la sonrisa de unos y en algunos momentos de elevar las cejas del gourmet literario. Y consigue ambas cosas, aunque nos preguntemos a medida que transcurren los capítulos a dónde quiere ir a parar Raimo con su humor frío, qué está intentando no contarnos a fin de cuentas, por qué esa falta de piedad con su familia, de compasión. Se entrevé el duelo familiar en la curiosa figura del abuelo, una reminiscencia relatada con exquisita delicadeza chejoviana.
Hay que agradecerle que no culpe a nadie de nada, ni siquiera a su abuela, que siempre se mofaba de su ridículo desarrollo mamario. Mientras el padre resulta salvado por la misma paradoja de la que huye, la madre se pierde en su férrea inopia y el hermano en su incompresible diferencia. Entretanto, tenemos brillantes flashes sobre el esforzado oficio de escribir y sus amargas servidumbres; sobre su intermitente exilio en Berlín y sobre la “generosidad” de los hombres que ha conocido (“Lo que ofrecen es inconmensurable comparado con lo poco que piden a cambio”, y no es ironía esta vez); sobre esa época en que los “sentimientos” debían ser fabricados con la inestimable ayuda del lenguaje y el “dejarse llevar” era una dulce inmersión en lo inexplicable.
Poco a poco nos damos cuenta de que Oca (o Vero, de Veronica y de verdad) está cociendo a fuego lento esa emoción tan particular y necesaria que damos en llamar vergüenza. Y que este original y sensible libro de Raimo, lejos de ser una catarsis, es un juego de “verisimilitud” (lo era el diario para su madre) en el que la memoria es como el “juego de dados” y la única regla válida es temer “a la verdad más que a la muerte”. Siguiendo la máxima de Italo Calvino (se cumple ahora el centenario de su nacimiento) de que todo libro que se precie debe decir algo “nuevo”, Veronica Raimo concluye que “parece que la verdad solo puede residir en la reticencia”, es decir, en lo que nos resistimos heroicamente a contar porque es el mismo vergonzoso rumor de la vida.
Nada es verdad
Traducción de Carlos Gumpert
Libros del Asteroide, 2023
216 páginas. 18,95 euros
Premio Strega Giovani 2022
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