Libro de la semana: ‘El cielo en la cabeza’, una novela gráfica de Antonio Altarriba sobre la tragedia de la inmigración infantil
Con Sergio García a los lápices y Lola Mora al color, el autor entrega un cómic memorable sobre la odisea de un niño soldado desde las minas de coltán hasta España
Las cifras de la llegada de inmigrantes en pateras a las costas canarias llenan los titulares de los últimos meses. Números que transforman el drama de cada una de esas personas en un simple dato que anestesia conciencias hacia la desgracia ajena, a la par que enardece el debate social ante lo que se entiende como un conjunto sin humanidad y que permite eludir todo sentimiento de responsabilidad. Pero ...
Las cifras de la llegada de inmigrantes en pateras a las costas canarias llenan los titulares de los últimos meses. Números que transforman el drama de cada una de esas personas en un simple dato que anestesia conciencias hacia la desgracia ajena, a la par que enardece el debate social ante lo que se entiende como un conjunto sin humanidad y que permite eludir todo sentimiento de responsabilidad. Pero Antonio Altarriba ha demostrado siempre como guionista que no se arredra ante el compromiso y decidió, acompañado de Sergio García a los lápices y de Lola Mora al color, mirar a cada uno de esos rostros a los que el salitre del mar apenas pudo secar las pocas lágrimas que les quedaban.
Atreverse a seguir el camino que dejaban tras de sí no tenía la aventura de rastrear un fino hilo de Ariadna, sino el dolor de descubrir que cada recodo del laberinto estaba teñido de sufrimiento. El cielo en la cabeza (Norma Editorial) se fija en el viaje de un niño congoleño, Nivek, que no sabe qué es la infancia y sí el trabajo de las minas de coltán, esas que riegan de riqueza a unas pocas manos que nunca sabrán lo que son las llagas provocadas por el pico y la pala. El pequeño descubrirá que la oscuridad de ser enterrado en la mina es quizás más luminosa que el futuro que le espera como niño soldado, inicio de un periplo que le llevará a huir desde su país para pasar por la selva, el desierto y el mar hasta llegar a una España transformada en una Ítaca donde nadie le espera, en un viaje donde no se enfrentará a lotófagos, cíclopes, sirenas o lestrigones, sino a la avaricia, mezquindad o crueldad de aquellos que aprovechan las desgracias de los que buscan una esperanza en la que ya apenas creen.
Altarriba, sabedor del estilo de los artistas que le acompañan, transforma el viaje de Nivek en una Odisea donde los lugares toman el protagonismo para que García despliegue joyas de composición donde las fronteras entre los escenarios y los personajes se difuminan. El espantoso horror del rito de iniciación del niño soldado deja paso a una esperanza importada, la de la formación como utopía de progreso con la que un primer mundo piensa resolver sus abusos. Pone el dedo en la llaga del pensamiento jánico de los países que explotan los recursos mientras envían ayuda como penitencia apoyada en la generosidad de voluntarios, pero que olvida las culturas y civilizaciones que vivieron en África. Un olvido que el guionista repara llevando ese largo trayecto del migrante por los espacios donde naturaleza y magia se entremezclan con la vida, donde la felicidad de esa vida contrasta con el poco valor que le otorgan algunos, hasta comprarla por unas pocas monedas. Y asistiremos a relatos que parecen lecturas traumáticas de los cuentos de Sherezade, que se transforman en pesadillas que dejan a Chuck Palahniuk en fábulas de infantes y que solo tendrán como salida el Mediterráneo, último paso hasta esa ansiada Ítaca de la que Nivek ni siquiera sabe su nombre.
El despliegue gráfico de García y Moral para mostrar las ideas de Altarriba es impresionante: las páginas se construyen desde geometrías que componen ambientes de una belleza exquisita, las preciosas postales que nos llegan desde África firmadas por los fotógrafos más prestigiosos, pero sobre las que el dibujante disecciona rostros que muestran cada vez más cicatrices, donde la sonrisa desaparece tras la mueca de un dolor que ya no se siente. Páginas donde la paleta de colores establece su discurso acompañando a la línea, jugando con los vibrantes ocres, verdes y azules de la naturaleza africana, heridos por los cromatismos que deja el drama del ser humano a su paso.
Es justo en ese momento en que admiramos la estética excelencia de la composición cuando encontramos la trampa que han urdido Altarriba, García y Moral: no podemos dejar de mirar a Nivek. Las crueldades están edulcoradas para hacerlas digeribles, para que un lector aletargado por la catarata de horrores que vomita el telediario las reconozca como verosímiles pese al espanto que narran. Pero al mirar a los ojos del niño soldado, la verdad se refleja en sus pupilas. Una verdad dibujada con pequeños y oscuros trazos que no esconden que parece salir de las páginas a través de las largas y estilizadas figuras que dibuja García, convertidas en cuchilladas por las que brota el pavor, el de una realidad más terrible que la que cuentan las viñetas de esta obra. La de un viaje sin esperanza huyendo de un futuro que no existe.
El cielo en la cabeza no es solo un retrato del cruel viaje del migrante: es obligar al lector del primer mundo a ponerle nombre y cara a cada uno de los que viven y mueren en esas pateras. A descubrir que nuestro mundo no es el único posible y que nuestra civilización es solo una más, a que no puede consentirse que en lo único en que coincidan y colaboren esos mundos es en la explotación de la pobreza y la desgracia.
El cielo en la cabeza
Norma, 2023
144 páginas. 28 euros
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