‘Un hogar para Dom’, el silencio de Victoria Amelina no acalla su voz
El libro de la joven autora asesinada en la guerra de Putin en Ucrania guarda el valor de narrar de antemano el humus en el que fermentan los viejos traumas antes de que lleguen los nuevos
Grandísimos autores han puesto a Ucrania en el mapa mucho antes de que lo hiciéramos los periódicos con la urgencia de la guerra de Putin. Y no necesariamente ucranianos. Desde el luminoso El maestro Juan Martínez que estaba allí de Chaves Nogales, que expuso la Gran Hambruna y el tormento que sufrió el país a manos de los rusos hace un siglo, a los más recientes Calle Este-Oeste de Philippe Sands o ...
Grandísimos autores han puesto a Ucrania en el mapa mucho antes de que lo hiciéramos los periódicos con la urgencia de la guerra de Putin. Y no necesariamente ucranianos. Desde el luminoso El maestro Juan Martínez que estaba allí de Chaves Nogales, que expuso la Gran Hambruna y el tormento que sufrió el país a manos de los rusos hace un siglo, a los más recientes Calle Este-Oeste de Philippe Sands o El parque de los perros de la fino-estonia Sofi Oksanen, la gran literatura ha ido incorporando voces de la propia Ucrania que ya existían, otras que nacen y otras que —por desgracia, por una desgracia demasiado grande— se apagan por las bombas cuando apenas las empezábamos a conocer.
Entre los autores que han necesitado la guerra para que los descubriéramos o les prestáramos más atención lucen especialmente Andréi Kurkov, la premio Formentor Liudmila Ulítskaya (rusa de orígenes ucranios) y otras como Zanna Sloniowska o Victoria Belim. Al igual que ocurrió con las voces feministas cuando estalló el MeToo, las editoriales de todo el mundo se lanzaron con la guerra a buscar joyas y las encontraron.
Y una de ellas adquiere especial dramatismo en medio de la guerra porque ha puesto su propia vida, su nombre y su apellido, en carne propia, a la lista informe de víctimas de una invasión, una arbitrariedad y unos ataques que están segando miles de vidas en nuestro vecino europeo. Es la voz de Victoria Amelina, asesinada por un bombazo destinado a un grupo de escritores y voluntarios que cenaban en Kramatorsk, lejos de la línea del frente, y entre los que estaba Héctor Abad Faciolince. Nacida en Leópolis en 1986, Amelina había escrito obras infantiles, pero ganó numerosos premios en 2017, mucho antes de la guerra, con un libro ambicioso que ahora ha llegado a España de la mano de la editorial Avizor. Es Un hogar para Dom, traducida del ucranio por Oksana Golliak y Frederic Guerrero Solé.
Este libro porta consigo una alarma valiosa, una luz de alerta sobre los peligros que se ciernen sobre la compleja sociedad ucrania y que reside precisamente en su fecha de publicación: 2017. Al igual que los autores antes citados, nos avisa de antemano, nos describe el humus en el que fermenta el enfrentamiento y nos lo cuenta antes de la nueva desgracia que es la guerra presente, aunque nosotros lo leamos después. Se detiene en traumas sobre los que crecen nuevos traumas.
El nazismo, por buscar un referente próximo en Europa, no solo desató una literatura posterior cuya onda expansiva pervive y continúa en nuestros días. Su derrota también permitió poner el foco en la anterior, en la que se escribió mientras el mundo aún desconocía los campos, el exterminio, el Holocausto. Viktor Klemperer describía desde dentro la asfixia creciente que pesaba sobre los judíos, como hizo Sebastian Haffner con Historia de un alemán o, desde Francia, Irene Nemirowski, aunque su obra fuera descubierta mucho tiempo después. Hay libros escritos a posteriori y hay libros escritos mientras suceden las cosas y el de Victoria Amelina es de estos. Ese es su gran valor.
Narra este libro las andaduras de un perro con el que vamos a recorrer la historia y buena parte de la geografía de un país zarandeado por los alemanes y los rusos en distintas guerras, regímenes y dramas de su siglo XX. El espacio soviético quedará expuesto de la mano de una familia ruso-ucrania que también nos va a llevar a lugares como Alemania o Uzbekistán.
La apuesta es de entrada muy arriesgada, ya que es la propia voz del perro quien narra los hechos. Y esa inverosimilitud da miedo. Pero logra Amelina situarlo en tiempo y forma en la atalaya correcta, la del perro, que conseguirá contarnos lo que intuye, lo que sabe, lo que se mueve, lo que come y lo huele y acercar así los hechos a un formato muy parecido al recuerdo. Porque: ¿Quién tiene realmente la verdad en una historia familiar? ¿Quién sabe todo? ¿Qué resulta más certero y verdadero al fin y al cabo que las impresiones, las sensaciones y las leyendas rebotadas sin certificar? Es así como la memoria del perrillo Dom se convierte en lo más parecido a la memoria nuestra, la imperfecta memoria humana. Y acaba siendo un acierto al adquirir el perro la distancia adecuada para observarnos a nosotros, los humanos.
Y es que muchas cosas se pueden contar a través del rancho. Muchas a través del olfato. Así husmearemos con Dom y adivinaremos los olores que definen a las personas, sus miedos, sus amores, sus abandonos, sus riesgos. Nos acercaremos a colonias baratas de la URSS que pocos quieren usar, a los tintes del pelo que desprenden demasiado tufo a química, a las comidas insulsas y pobretonas y hasta a la ceguera de uno de los personajes, Marusia, que adquiere un valor sublime en la obra y en el relato del perro: “Por lo visto, la ceguera no huele a nada. A nada en especial. Marusia solo huele a caramelo, a ciudad, a champú de manzanilla, a madre y a amor”. Con frases así lo dice todo.
Con ese tono bellísimo, la simpleza en la mirada del perro acaba alumbrando una complejidad subyacente que vuelve el libro memorable: “Yo sigo captando fragmentos de conversaciones con la esperanza de recopilar toda la historia de la ciudad, aunque a veces me parece pertenecen a escenarios diferentes. Hablando de un mismo suceso, unos vecinos vociferan ‘ocupación’ mientras otros utilizan la palabra ‘liberación”, nos dice Dom.
En esa dicotomía entre los pueblos ocupantes, entre el alma rusa y la ucrania, entre la libertad y la opresión, se dilucida la ecuación que ha vivido Ucrania en el pasado siglo y que hoy, por culpa de Putin, se vuelve a repetir. Y entre los grandes dramas que deja implícito el libro es el silencio que nos deja. Si Amelina aparcó su literatura infantil para dedicarse a investigar los crímenes de Rusia, Putin ha arrebatado mucho más que una vida de madre, hija y ciudadana, como si esto fuera poco. Ha arrebatado una obra. Con todo su gran valor. El valor de este libro es que, el nuevo silencio impuesto a Victoria Amelina, no acalla su voz.
Un hogar para Dom
Traducción de Oksana Golliak y Frederic Guerrero
Avizor Ediciones SL, 2023
424 páginas. 23 euros
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