‘Cien cuyes’, azúcar por compasión en un fallido premio Alfaguara
El peruano Gustavo Rodríguez aborda el suicidio asistido pero no consigue hacernos sentir el peso de la soledad o del deterioro físico y mental de los ancianos
Frank Capra estrenó en 1944 la adaptación cinematográfica de una obra teatral que en España se bautizó como Arsénico por compasión. En esa divertida comedia macabra, dos encantadoras viejecitas se dedican a envenenar a viejos sin familiares, cuando su soledad o desamparo les genera compasión. Son unas piradas con buenas intenciones y pocas luces que asesinan sin preguntar, suministrando a sus víc...
Frank Capra estrenó en 1944 la adaptación cinematográfica de una obra teatral que en España se bautizó como Arsénico por compasión. En esa divertida comedia macabra, dos encantadoras viejecitas se dedican a envenenar a viejos sin familiares, cuando su soledad o desamparo les genera compasión. Son unas piradas con buenas intenciones y pocas luces que asesinan sin preguntar, suministrando a sus víctimas una muerte dulce.
La novela de Gustavo Rodríguez (Lima, 1968) Cien cuyes, ganadora del último y prestigioso Premio Alfaguara parece haber sido escrito para solaz de aquellas dos viejitas asesinas y para no muchos más. Rodríguez es autor de trayectoria en el terreno de la novela adulta —La furia de Aquiles (2001), Madrugada (2018) o Treinta kilómetros a la medianoche (2022)— el relato —Trece mentiras cortas (2006)— y libros de temática infantil y juvenil. El argumento de Cien cuyes es la trayectoria de Eufrasia Vela, cuidadora de ancianos en la ciudad de Lima. El azar le lleva a tener que decidir si ayudar a morir a una de las señoras enfermas a las que cuida. Luego, el vecino, Jack Harrison —lo mejor del lote— también reclamará sus servicios. Combina Eufrasia ese trabajo a domicilio con uno en una Residencia donde conocerá a un grupo de ancianos que se hacen llamar Los Siete Magníficos, que le ponen en parecida tesitura.
Es encomiable salir de temas trillados y adentrarse en, a priori, lugares incómodos sobre los que no se suele fijar la mirada de creadores de historias. La vejez, la soledad de los seres cuando dejan de tener utilidad en la maquinaria en la que hemos convertido la vida moderna, la exigencia de una muerte digna, una eutanasia que debe ir pareja a los avances de la medicina que, en ocasiones, nos permite vivir más pero no mejor. Todo eso son jardines éticos, emocionales y prácticos llenos de espinas, susceptibles de abordar desde cualquier prisma: comedia, denuncia, drama o el que se quiera. En Cien cuyes, Gustavo Rodríguez con las manos en ese material consigue hacer algo casi increíble: no arañarse con nada.
La voluntad de salir con el Boletín de las Buenas Intenciones ya rellenado —a saber, abandonamos a nuestros viejos a la soledad, derecho a la muerte digna—, le parece a su autor motor suficiente para la novela. Hay muchos más conflictos en la comedia de Capra que en Cien cuyes, en cuya lectura tenemos que recordarnos que estamos transitando un personaje que procura una muerte digna a viejos enfermos o cansados que se lo piden. Aunque uno esté de acuerdo y Eufrasia Vela se supone que lo está —acabas la novela y no sabes si por dinero, por convicción, por humanidad o falta de carácter—, el conflicto de ayudar a morir debe ser importante o no serlo, pero el autor ha de decidir eso.
Esa aversión al conflicto hace que cuando el texto se lo exige al buen narrador que es Rodríguez , este se lo quita de encima con elipsis o a empellones
Los viejitos —Siete Magníficos— deciden acabar sus días, pero como se asesina en las novelas de Poirot, un poco por pasar el rato educadamente. No basta con decir: “Envejecer es una mierda” tres veces, sino hacernos sentir que el deterioro físico, mental, la soledad terrible, hace que no puedas más con la vida y te plantees apagarlo todo con tu suicidio asistido. Hay una renuncia a dar a los personajes una enjundia, un conflicto —el miedo a matarse, la pena de dejar de ver a los suyos o seguir con vida por la intriga de cómo acabará la telenovela turca…—. Esa aversión al conflicto hace que cuando el texto se lo exige al buen narrador que es Rodríguez —la estancia en la Residencia, la irrupción de familiares de los ancianos, el uso de los Medios— este se lo quita de encima con elipsis o a empellones, como si le molestara hacer el trabajo sucio que es lo que hubiera hecho que nos arañara o implicara la lectura de Cien cuyes y no un largometraje sanador, alemán y televisivo de domingo tarde.
Cien cuyes
Alfaguara, 2023
264 páginas. 19,90 euros
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