William Eggleston, perfectamente banal y democrático
Un libro y una exposición examinan la evolución del icónico lenguaje visual del creador estadounidense, maestro del color y estrella mundial de la fotografía. Parte de sus primeras imágenes en blanco y negro e incide en sus estancias en Europa, donde pulió su mirada
El 24 de mayo de 1976, se inauguró en el MoMA una controvertida exposición: Photographs by William Eggleston. Se trataba de la tercera muestra en solitario del entonces prácticamente desconocido autor, hoy lo más parecido a una estrella de rock dentro del más sosegado escenario de la fotografía. Eggleston (Memphis, Tennessee, Estados Unidos, 1939) llegó 20 minutos tarde. Mientras, la gente abarrotaba las salas sin ocultar su desco...
El 24 de mayo de 1976, se inauguró en el MoMA una controvertida exposición: Photographs by William Eggleston. Se trataba de la tercera muestra en solitario del entonces prácticamente desconocido autor, hoy lo más parecido a una estrella de rock dentro del más sosegado escenario de la fotografía. Eggleston (Memphis, Tennessee, Estados Unidos, 1939) llegó 20 minutos tarde. Mientras, la gente abarrotaba las salas sin ocultar su desconcierto ante el color satinado de 75 obras impresas mediante la técnica de transferencia de tintes ―utilizada entonces únicamente con fines comerciales―, verdadero anatema para el credo en blanco y negro que regía la fotografía artística. Aquellos coches aparcados en las desoladas áreas suburbanas de Memphis, los paisajes desolados del condado de Tallahatchie, aquel triciclo de tonos verdes y azules metalizados en contraste con el rojo del manillar, una desangelada ducha verde pálido cuya austeridad recordaba a una sala de tortura o los retratos de la parentela del autor dibujaban un mundo cotidiano y, a priori, de poco interés visual. La obra había sido descrita por, el visionario John Szarkowski, comisario de la muestra, como “perfecta”. “¿Perfecta?”, se preguntaba Hilton Kramer, en The New York Times, “perfectamente banal, quizás. Perfectamente aburrida, ciertamente”.
Efectivamente, Eggleston había alcanzado la perfección en lo banal, de ahí que a primera vista sus fotografías resultaran difíciles de digerir. Lo feo y lo normal ya no eran pecados para el autor, fotógrafo de fotógrafos, dispuesto a depurar su mirada de forma “democrática”. Su obra fuerza al espectador a no dar nada por sentado. A saber que cada pequeño detalle cuenta, e invita a perderse en la sutil quietud de lo común para encontrar una poesía serena. En aquellas geometrías tristes y coreografías de colores exaltados, como ocurre en la vida misma, también se encuentran las incertidumbres de la existencia. Los momentos que pasan inadvertidos pueden ser los más importantes. Así, con el tiempo, la muestra pasó a ser un hito en el reconocimiento de la fotografía en color como un medio artístico. Y el díscolo y romántico caballero sureño pasó a formar parte del panteón de los grandes fotógrafos, al lado de Walker Evans y Robert Frank.
El díscolo y romántico caballero forma parte del panteón de los grandes fotógrafos, al lado de Walker Evans y Robert Frank.
Su distintivo lenguaje visual, desarrollado a lo largo de más de cinco décadas, es ahora el motivo de una magnífica monografía, William Eggleston. Mistery of the Ordinary (Steidl) que sirve de catálogo a la retrospectiva que lleva el mismo título y en la actualidad exhibe el C/O de Berlín. En otoño llegará a la Fundación Mapfre de Barcelona. “El título hace referencia a la extraña atmósfera que emanan las fotografías, en las que lo obvió se transforma en algo especial a lo que nos vemos forzados a prestar atención”, explica Kathrin Schönegg, directora de programación del centro alemán que ha dedicado cinco exposiciones individuales a indagar en la introducción del color en la fotografía (Evelyn Hofer, Fred Herzog, Joel Sternfeld, Stephen Shore y Joel Meyerowitz han sido sus protagonistas). Dividida en cinco partes, incluye imágenes inéditas del amplio archivo del Eggleston, revisado e reinterpretado en estas últimas décadas.
Durante los primeros años de los setenta Eggleston trabajó en paralelo en blanco y negro y en color, pero a mediados de la década el color se convirtió para él en una provocación tanto formal como conceptual. “Era más que un medio para él”, advierte Schönegg. “El color realmente cambió su entendimiento de la fotografía y su mirada del mundo. Nunca regresará al blanco y negro”. En 2010, una publicación reunía su obra en blanco y negro Before Color (Steidl), que se muestra por primera vez en Europa en la exposición. En ella se advierten similitudes y temas recurrentes: como su tendencia a fotografiar los techos, los diners, la comida... motivos que adquieren un peso y una calidad psicológica distinta con el uso del color.
Los Alamos es una poderosa serie, compuesta por más de 2.000 imágenes realizada por el autor entre 1966 y 1973; un road trip que parte de su ciudad natal, Memphis, y atraviesa el sur de California para llegar a Nuevo México. Allí se ubica el laboratorio nuclear donde se desarrolló la primera bomba atómica. En referencia a ello, Eggleston reconocería su deseo de “tener un laboratorio secreto para él mismo”, algo que de alguna forma consiguió durante aquellos días cuando encontró la clave de su voz y de su búsqueda artística. La atemporalidad define una obra plagada de referencias a la cultura e identidad estadounidense, una obra donde el autor se propone documentar el mundo tal y como es. Fotografiar aquello que le rodea, donde las sombras son tan importantes como los propios objetos para, poco a poco, ir dando paso a lo que el artista convendría en llamar una “fotografía democrática”, en la cual no existe jerarquía y ningún motivo es más importante que otro.
Sus imágenes berlinesas demuestran su interés por los códigos culturales y el significado histórico de la ciudad durante la Guerra Fría.
“Estoy en guerra con lo obvio”, mantenía el fotógrafo durante una conversación con su editor Mark Holborn. “Me temo que hay más gente de la que puedo imaginar que no puede ir más allá de apreciar una imagen compuesta por un rectángulo con un objeto en medio que puedan identificar. No les importa lo que hay alrededor del objeto, siempre y cuando nada interfiera con el objeto en sí mismo, justo en el centro […] Ellos quieren algo obvio”.
La muestra incluye una serie de imágenes tomadas en Berlín entre 1981 y 1988, donde desde finales de los setenta Eggleston acudía a impartir clases a la Werkstatt für Photografie, el centro dirigido por el fotógrafo Michael Schmidt. Sus imágenes ofrecen una visión de Berlín a veces difícil de reconocer y fragmentada, tomada desde ángulos y perspectivas poco habituales, donde queda reflejado su interés por los códigos culturales y el significado histórico de la ciudad durante la Guerra Fría. Así, los letreros, las pintadas del muro, las alambradas y las huellas de la Segunda Guerra Mundial en los edificios históricos apuntan sutilmente a la imposibilidad de esconder el peso de la historia. Desde Berlín el fotógrafo se desplazará a Austria y a Suiza para propagar sus ideas sobre la fotografía en color durante la década de los 80.
La obra de Eggleston “trasciende la cuestión de sí la fotografía en color ofrece distintas posibilidades y una descripción más precisa de la realidad”, apunta Felix Hoffmann, comisario de la muestra. “Se trata de una forma de formular cómo vemos el mundo y de cómo nos abrimos camino en él para percibir sus partes”.
William Eggleston. Mistery of the Ordinary (Steidl). 208 páginas. 48 euros.
William Eggleston. Mistery of the Ordinary. C/O Berlin. Berlín. Hasta el 4 de mayo.
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