Mujeres que hablan: la nueva mirada del cine al MeToo
Cinco años después del ‘caso Weinstein’, tres nuevas películas marcan un cambio de perspectiva respecto al MeToo adentrándose en las zonas grises y esquivando todo maniqueísmo
Era una cuestión de forma y ahora también lo es de fondo. Desde la emergencia del MeToo no solo ha cambiado la manera de hacer cine, como demuestra la mayor propensión a ceder un poco de protagonismo a las mujeres o la aparición de oficios de nuevo cuño como los coordinadores de intimidad, imprescindibles ya en cualquier rodaje. También lo ha hecho el contenido del cine estadounidense con vocación mainstream, que ha salido de posiciones binarias o maniqueas para adentrarse con acierto en las zonas grises.
Más de cinco años después del ...
Era una cuestión de forma y ahora también lo es de fondo. Desde la emergencia del MeToo no solo ha cambiado la manera de hacer cine, como demuestra la mayor propensión a ceder un poco de protagonismo a las mujeres o la aparición de oficios de nuevo cuño como los coordinadores de intimidad, imprescindibles ya en cualquier rodaje. También lo ha hecho el contenido del cine estadounidense con vocación mainstream, que ha salido de posiciones binarias o maniqueas para adentrarse con acierto en las zonas grises.
Más de cinco años después del caso Weinstein, Hollywood ha ido dejando atrás un ciclo de películas menos inscritas en el feminismo que en un superficial girl power —de la terrible Ocean’s 8 a la no menos infame Agentes 355, pasando por las enérgicas pero efectistas El escándalo (Bombshell) o Una joven prometedora— para dirigir una mirada más matizada y ambivalente al movimiento y sus efectos. Este cambio de orientación pudo definirlo la primera temporada de The Morning Show (Apple TV+), que parecía explicar el MeToo, no sin cierta torpeza narrativa, como el instinto de supervivencia de una serie de mujeres famosas, iconos de un feminismo liberal como la presentadora Alex Levy (Jennifer Aniston), más que por auténtica conciencia militante, pese a que los efectos políticos de aquel gesto inicial de un puñado de privilegiadas hayan sido espectaculares a lo largo del último lustro en todas las capas de la sociedad.
Tres nuevas películas ejemplifican este giro: Al descubierto, que llegó a los cines hace un mes, la recién estrenada Tár y la inminente Ellas hablan (las dos últimas, nominadas esta semana al Oscar a la mejor película). Las tres tienen puntos en común evidentes, como una esforzada traducción en imágenes del conflicto entre la ocultación y la libre circulación de la palabra de las víctimas. Al descubierto, que reconstituye meticulosamente la investigación de Megan Twohey y Jodi Kantor que destapó los abusos de Harvey Weinstein en 2017, se aleja de los clichés de la película gloriosa de periodistas para mostrar el trabajo casi funcionarial de dos hormigas obreras con una contención absoluta. Prefiere dejar fuera de plano las agresiones del productor y recrear una serie de pequeñas viñetas en las que las dos reporteras construyen un espacio seguro (ese famoso safe space) en el que se van ganando la confianza de sus entrevistadas, de exasistentes anónimas a estrellas como Ashley Judd, hasta que aceptan compartir sus versiones de la historia. Rompen así con un silencio institucionalizado por el sentimiento de vergüenza, por una justicia inoperativa y por los acuerdos económicos, tan comunes en el derecho civil anglosajón, a través de los que los acusados se aseguran del mutismo de quienes los han llevado ante la justicia.
Tár también plasma esa persistente voluntad de silenciar todo testimonio incómodo para los poderosos, aunque lo hace a través de una apuesta controvertida: poner en el centro del relato a una mujer lesbiana enfrentada a su inexorable cancelación cuando se destapa un caso de abuso de poder, cuando todo el mundo sabe que quienes abundan en el banco de acusados son claramente los hombres. Esa decisión, criticada por The New Yorker o en voz del supuesto modelo para el personaje ficticio al que interpreta Cate Blanchett, la directora de orquesta Marin Alsop, es también el mayor acierto de la película, atravesada por dos ideas centrales: la necesidad de dejar de perdonar en nombre de la excelencia artística (o de separar a la mujer de su obra, en este caso), y la de entender que el abuso de poder es sistémico y, como tal, no exclusivo del género masculino. Como sucede con Weinstein, Lydia Tár intenta ocultar el testimonio de su víctima, a la que la propia película invisibiliza, reduciéndola a un puñado de correos electrónicos que la protagonista se apresura a borrar y convirtiéndola en una melena pelirroja vista de espaldas en un auditorio. En su arrebatador tramo final, Tár también insinúa que la monstruosidad de esa mujer hecha a sí misma es análoga a la de un Gatsby cualquiera, símbolo de la aberración del carácter estadounidense. Pero que esta vez el monstruo sea una mujer homosexual complica bastante las categorías clásicas de víctima y verdugo.
Ellas hablan está basada en la novela de Miriam Toews sobre las violaciones sufridas por un centenar de mujeres en una comunidad menonita en Bolivia entre 2005 y 2009 por parte de sus esposos y familiares, que usaron sedantes para caballos para agredirlas mientras dormían y les hicieron creer que si despertaban bañadas en sangre era por obra de Satán. La película, en la que cuesta no detectar la huella de El cuento de la criada (como ya sucedía en No te preocupes querida), recorre el largo debate abierto entre esas mujeres, quienes deben decidir, tras la detención de sus agresores, si prefieren quedarse e ignorar lo sucedido, oponerse a los hombres que las violaron o marcharse y empezar desde cero en otro lugar. En esa ágora instalada en un pajar, las opiniones serán dispares, posible metáfora de las diferencias existentes dentro del feminismo. Tres mujeres jóvenes adoptan posturas distintas: el personaje de Jessie Buckley, víctima de su propio marido y sin el suficiente valor para plantarle cara, afronta la situación con resignación, Rooney Mara lo hace con una determinación plácida y Claire Foy apuesta por la violencia frontal. Mientras, la veterana líder a la que interpreta Frances McDormand, en una brevísima intervención, apuesta por el statu quo para ganarse las puertas del cielo, en un indicio sobre las diferencias generacionales que también explora este filme.
Las tres películas se atreven a insinuar una idea delicada: el papel que han tenido algunas mujeres como cómplices de la política sexual imperante durante décadas. Lo hacen a escalas distintas, del caso explícito que representa Tár a la discreta escena de seducción (relativa) de Carey Mulligan frente al abogado de Weinstein para sacarle información en Al descubierto, en una cruelísima paradoja que tal vez la equipara con las víctimas del productor, actrices obligadas a plegarse al dogma de la likability si querían seguir ejerciendo sus oficios. Y un último rasgo en común: las tres han sido fracasos en taquilla, pese a estar cargadas de virtudes. La principal podría ser su descripción detallada del paisaje social de los últimos años, gobernado por nuevas leyes que aspiran a ser menos imperfectas que las que nos trajeron hasta aquí, y cuyos efectos empiezan a ser objeto de un escrutinio apasionante, espinoso y, lo mejor de todo, altamente complejo.
‘Al descubierto’. Maria Schrader. Estrenada el 28 de diciembre.
‘Tár’. Todd Field. Estrenada el 27 de enero.
‘Ellas hablan’. Sarah Polley. Se estrena el 17 de febrero.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.