‘Tristura’ y ‘Presente profundo’, el rescate necesario de Elena Quiroga

La publicación de estas dos novelas permite reivindicar la obra de la académica y ganadora del Premio Nadal de 1950 por ‘Viento del Norte’

Elena Quiroga, junto a Juan Rof Carvallo y Francisco Ayala (en el centro), durante el acto del ingreso de este a la Real Academia Española de la Lengua.Alfredo Garcia Frances

Con su primera novela, Viento del norte, Elena Quiroga obtuvo el Premio Nadal de 1950, tan decisivo en la trayectoria de algunos escritores de la generación del cincuenta, pues equivalía a un aval para ingresar en el canon que después se iría historiando. Era una novela de corte rural y provinciano ambientada en Galicia, que de inmediato se relacionó con Los Pazos de Ulloa, aunque de la obra de Pardo Bazán la separaban algunos rasg...

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Con su primera novela, Viento del norte, Elena Quiroga obtuvo el Premio Nadal de 1950, tan decisivo en la trayectoria de algunos escritores de la generación del cincuenta, pues equivalía a un aval para ingresar en el canon que después se iría historiando. Era una novela de corte rural y provinciano ambientada en Galicia, que de inmediato se relacionó con Los Pazos de Ulloa, aunque de la obra de Pardo Bazán la separaban algunos rasgos formales —apreciables ya en el arranque de la obra, tan dinámico, y en la abundancia de diálogos al servicio de la expresión directa de los personajes con el consiguiente desplazamiento del narrador—, si bien el moderado casticismo lingüístico y algunos quiebros arcaizantes parecían vincular Viento del norte a un estadio anterior de nuestra narrativa. Carmen Laforet la elogió en su sección semanal de la revista Destino, subrayando la “vida humana profunda y rica” que alentaba en sus páginas, y la gracia y la fuerza del estilo, aunque quizás acentuó en exceso la atemporalidad de la novela y las resonancias antiguas de aquellos personajes que poblaban la “dulce, sensual, ameigada tierra”.

La sangre (1952) prolongaba ese microcosmos —con la audacia de tener por narrador testigo al “centenario castaño, frente al pazo”—, pero enseguida nos llegó Algo pasa en la calle (1954), novela de ambientación social y urbana que mostraba la destreza de la autora en el manejo de unas técnicas narrativas en sincronía con la moderna evolución del género. Son palpables los ecos de Faulkner, a quien Elena Quiroga leyó tempranamente, y especialmente de Mientras agonizo —quizás en la edición que Josefina Aldecoa encontró en unos almacenes de la editorial Espasa Calpe en la calle del Barquillo, según relata en sus memorias En la distancia—. El presente de la historia cubre ocho horas de un día de mayo en Madrid —alternando con amplias retrospectivas— cuando en torno al cadáver de Ventura —muerto accidentalmente— se reúnen familiares y amigos, ofreciendo una visión plural y contrastada de este profesor de filosofía en la Universidad, cuya vida personal tiene varias aristas.

Completan la producción de Elena Quiroga en esta década La enferma (1955) —una trágica historia de amor enmarcada en un pueblo del litoral gallego— y La última corrida (1958), otro logro de equilibrio narrativo entre el objetivismo casi fotográfico en la representación de una plaza de toros pueblerina un día grande de cartel de feria y la introspección psicológica de los protagonistas, especialmente de Manuel Mayor, un viejo torero que ese día afronta la inexorable fatalidad del destino. Pero ya sabemos, a partir de lo sucedido con Ignacio Aldecoa —según testimonio nada sospechoso de Caballero Bonald— el escaso entusiasmo que en ciertos sectores de nuestra intelligentsia despertaban narraciones protagonizadas por toreros, gitanos o mujeres de guardias civiles.

Tristura, que ganó el premio de la Crítica, y Escribo tu nombre constituyen un espléndido friso social e histórico al tiempo que un brillante relato de formación, en la mejor línea de Carmen Laforet, Ana María Matute o Carmen Martín Gaite

Este amplio y plural bagaje acumulado se aprecia en Tristura (1960), con la que Elena Quiroga obtuvo el Premio de la Crítica, tan importante entonces para afianzar una trayectoria literaria. Temáticamente, la novela abre un nuevo ciclo de clara filiación autobiográfica, pues en Tadea Vázquez se proyectan hechos y experiencias de la autora, huérfana de madre y cuya infancia se repartió entre la casa paterna en la aldea orensana de Villoria y la mansión de su abuela materna en Santander. Narrada en primera persona, Tristura entra en este último escenario —con el contrapunto evocativo de la vida en la otra casa—, dominado por la tía Concha —una católica fanática y autoritaria, siempre vigilando, prohibiendo y castigando—, donde la abuela permanece algo apartada, el tío Juan casi siempre silencioso, y el tío Andrés —marido de aquella— a menudo ausente por sus negocios. Hay además una amplia representación de sirvientes y criadas, a las que se suman la institutriz Suzanne y Julita, que pasa allí algunas temporadas y en quien Tadea se refugia, pues no siempre encaja bien en el mundo de sus primos. La novela recrea minuciosamente ese microcosmos —las formas de vida, la mentalidad, el día a día del trabajo—, casi siempre en escenas dialogadas, con la riqueza que supone la polifonía. A este retablo social se le suma el incisivo análisis psicológico de las conductas y la indagación en la condición humana, con sus rencillas, intrigas, patrañas, tabúes, rencores, envidias, frustraciones… La crueldad —expresada sin recurrir al fácil tremendismo— de unos y otros va haciendo mella en la solitaria y casi indefensa Tadea, que a ratos parece estar allí como de prestado y a quien su tía y prima mayor humillan cuando tienen ocasión, recriminándole andar siempre mareando a preguntas, ser un mal ejemplo, tener el carácter terco de su madre o mostrarse rebelde y desobediente. La presión ejercida sobre la niña —especialmente durante la preparación para su Primera Comunión— le provoca tal crisis que la impulsa a escaparse, en la escena final.

Tristura es el primer volumen de una malograda trilogía, al que siguió Escribo tu nombre (1965), título tomado del poema ‘Libertad’ de Paul Éluard, que encabeza esta novela dedicada —en un tono casi combatiente— a “los jóvenes universitarios, inquietos y limpios”, que habla de la libertad, palabra que Tadea escribirá a los trece años, tras ingresar en un internado de monjas —cadenas, llaves, rosario—, situado entre Santander y Bilbao, cuando la palabra “orden” entró en su vida “de una manera incesante referida a las cosas” y “poco a poco implicó a la conciencia”. Al abandonar el internado, en junio de 1936, cuando su amiga Silvia le pregunta si olvida algo, Tadea responde “Nada”. Ambas novelas —¡mil páginas!— constituyen un espléndido friso social e histórico al par que trazan un brillante relato de formación del carácter de una adolescente, en la mejor línea de escritoras como Carmen Laforet, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Josefina Aldecoa o Dolores Medio. Iba a seguirle un tercer tomo enmarcado en la guerra civil, con título de Bob Dylan: Se acabó todo, muchacha triste.

En octubre pasado, Ediciones 98 se adelantó en un par de semanas, con la edición de la novela Presente profundo (de 1973), a la publicación de Tristura, primer título de la nueva editorial valenciana Bamba, que tiene intención de relanzar a Elena Quiroga con la edición de otras novelas. Ojalá que con estos rescates empiece para su obra una merecida y nueva fortuna, pues aunque en 2011 la Biblioteca Castro publicó tres tomos con su narrativa completa —con brillante prólogo de Darío Villanueva— y en 2013 Cátedra editó La enferma, la autora no parece seguir tan presente como debiera.

Tristura

Autora: Elena Quiroga.


Editorial: Bamba, 2022.


Formato: tapa blanda (240 páginas, 16,90 euros).

Presente profundo

Autora: Elena Quiroga.


Editorial: Edicones 98, 2022.


Formato: tapa blanda (160 páginas. 19,95 euros).

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