‘Los colores de la política’ o cómo el rojo de Luis Aragonés mató a la España negra

Jordi Canal defiende que un color es, por encima de todo, una idea, en un ensayo que analiza su carga simbólica a lo largo de la historia de España

Miles de aficionados animan en la plaza de Colón de Madrid en una explosión de color rojo durante el desfile de la selección española de fútbol tras la victoria en la Eurocopa de 2008.PHILIPPE DESMAZES

“Me gustaría que la selección tuviera un nombre, una identidad”. Luis Aragonés expresó este deseo en 2004 al llegar al banquillo de la selección. “Igual que Brasil es la canarinha o Argentina la albiceleste, me gustaría que España fuera La Roja”. Cuenta Eduardo González Calleja que, de entrada, la denominación propuesta por Luis el Sabio despertó la hostilidad de sectores políticos ultraconservadores. Pero cuando empezó el ciclo glorioso de la selección española, la polémica quedó en n...

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“Me gustaría que la selección tuviera un nombre, una identidad”. Luis Aragonés expresó este deseo en 2004 al llegar al banquillo de la selección. “Igual que Brasil es la canarinha o Argentina la albiceleste, me gustaría que España fuera La Roja”. Cuenta Eduardo González Calleja que, de entrada, la denominación propuesta por Luis el Sabio despertó la hostilidad de sectores políticos ultraconservadores. Pero cuando empezó el ciclo glorioso de la selección española, la polémica quedó en nada. Lo que ocurrió fue un estallido de nacionalismo banal a través del deporte de selecciones —­nada que no supiese Mandela— que logró lo que no había ocurrido durante más de un siglo: la despolitización del rojo en la controversia pública española. De ser el color de unos —el que permitía estigmatizar a una de las dos Españas— pasó a ser el color que simbolizaba la moderna normalización de nación. Aunque en el Mundial de 2018, precisamente en Rusia, un nuevo diseño generó otra polémica. Al rojo se le había añadido una banda azul petróleo. Al verse por las pantallas parecía que los jugadores lucían el morado republicano. El camarada Girauta, en el banquillo del equipo naranja, desconcertado al verlo, se hizo esta pregunta hamletiana: “¿En serio?”.

En el Mundial de 2018, la camiseta generó otra polémica. En pantalla parecía que los jugadores lucían el morado republicano

¿En serio puede escribirse una historia política de España, la que surge después de Cádiz, investigando la carga simbólica de los colores? Este volumen colectivo, interesantísimo y con álbum incluido lo demuestra. Blanco, negro, rojo, amarillo, morado, azul, violeta, verde, naranja. La hipótesis semiológica que permite desarrollarlo es la afirmación de Jordi Canal en el prólogo: “Un color es, por encima de todo, una idea”. Una idea potentísima: configura identidad colectiva.

Este cartel del ilustrador Emeterio Melendreras usado durante la Guerra Civil española bajo el lema 'Todas las milicias fundidas en el Ejército Popular' recurre a ocho banderas distintas para representar la unidad frente a los golpistas.
Una tira de Peridis publicada en EL PAÍS en diciembre de 2015 donde se identifica a los partidos con sus colores de referencia: el morado de Podemos, el rojo del PSOE, el naranja de Ciudadanos y el azul del PP.sys_AtlasAdmin (EL PAÍS)
A finales del siglo XIX, el republicanismo consolidó la idea de que la bicolor no representaba a la nación sino a la monarquía. Ya en el XX se añadió el morado a la enseña como símbolo de una España nueva. En la imagen, un hombre con la bandera republicana en Madrid en 2010 en un homenaje a los fusilados por el franquismo en el cementerio de la Almudena.EL PAÍS
El azul es el color asociado al PP, aunque en origen el rojo y el amarillo eran los colores del logotipo de Alianza Popular. En la imagen, Alberto Núñez Feijóo en Sevilla en abril pasado en el XX congreso de los populares.Alejandro Ruesga (EL PAÍS)
El proceso soberanista de Cataluña adoptó el color amarillo en 2014 para simbolizar sus reivindicaciones. En la imagen, el puente de les Peixateries Velles, construido en Girona en 1877 por Gustave Eiffel sobre el río Onyar, adornado con los lazos amarillos independentistas.©Toni Ferragut (EL PAÍS)
Un nuevo partido necesita un nuevo color para diferenciarse. Y dentro del espectro político español, el naranja estaba vacante cuando Ciudadanos se fundó en 2006. En la imagen, una comparecencia en febrero de 2018 del entonces presidente de la formación naranja, Albert Rivera.Joan Sanchez (EL PAÍS)
A menudo, el blanco se ha identificado como el color de la paz. Y en 1996 surgió un movimiento que confrontó unas manos blancas a las manchadas de sangre de los terroristas de ETA. En la imagen, manifestación de protesta en Ermua en julio de 1997 contra el asesinato del concejal popular Miguel Ángel Blanco.AFP Contributor
El rey Felipe VI utiliza a veces una corbata verde, como en este encuentro en Nueva York en septiembre de 2014 con el entonces presidente estadounidense Barack Obama. Según interpreta Jordi Canal en su ensayo, se trata de “un silencioso grito de afirmación” monárquica que empezó a ser habitual cuando empezaron a generalizarse las críticas a su padre.
El color morado es el que adoptó Podemos cuando se fundó en 2014 para aglutinar su ideología. Como demuestra su uso mayoritario en la protesta, que bajo el lema "Marcha por el Cambio", recorrió en 2015 las calles de Madrid promovida por la formación que lideró Pablo Iglesias hasta mayo de 2021.GERARD JULIEN
Este cartel del ilustrador Emeterio Melendreras usado durante la Guerra Civil española bajo el lema 'Todas las milicias fundidas en el Ejército Popular' recurre a ocho banderas distintas para representar la unidad frente a los golpistas.Album
El rojo de La Roja quedó consolidado tras la victoria en la Eurocopa de 2008. De ser el color de unos —el que permitía estigmatizar a una de las dos Españas— pasó a ser el color que simbolizaba la moderna normalización de nación. “Me gustaría que la selección tuviera un nombre, una identidad”, expresó el entonces seleccionador Luis Aragonés. Y el triunfo 0-1 frente a Alemania en Viena el 29 de junio de aquel año le permitió cumplir su sueño.PHILIPPE DESMAZES

Ya en 2008, en un artículo académico sobre los colores y los nombres de los enemigos en las guerras civiles, el historiador Canal empezó a investigar sobre el asunto. No debía pensarse que era trivial, decía entonces y repite ahora. Lo sería si se abordaba de manera descontextualizada, obviando que lo aparentemente menor, bien analizado, puede revelar lo más significativo. Bleu. Histoire d’une couleur, de Michel Pastoureau, lo había demostrado en 2000. Un color adquiere significación no solo cuando describe, sobre todo cuando identifica o estigmatiza. Al pueblo, a la nación, a los reyes. Desde la Revolución Francesa, por oposición al rojo popular, la sangre azul era la aristocrática. ¿Todavía hoy? Más fútbol y política. No fue casual que Felipe VI llevase una corbata verde en la final de la Copa del Rey de 2017. Era, según Canal, “un silencioso grito de afirmación” monárquica que empezó a ser habitual cuando empezaron a generalizarse las críticas a su padre. En realidad, nada nuevo. “Desde la década de 1820 color era sinónimo, en tierras hispánicas, de opinión, partido o facción política”. En 1865 circulaba ¡Alerta, pueblo español! Folleto de actualidad que deben leer los blancos, los negros y los rojos, análisis de los cinco principales partidos y donde podía leerse que en unos y otros había “intrigantes de todos los colores”.

A la enseña rojiamarilla le costó medió siglo su plena nacionalización. Lo cuentan Moreno Luzón y Núñez Seixas, retomando argumentos de su libro Los colores de la patria. El proceso estuvo ligado a la pugna entre los liberales y los defensores de una monarquía tradicional o absoluta. Y se completó cuando el país se enfrentó con otros países. Su significado definitivo quedó fijado en pésimos versos destinados a honrar la bandera para exaltar a la ciudadanía. “De rojo y amarillo está partida; / dice el rojo del pueblo la fiereza; / el amarillo copia la riqueza / con que su fértil suelo nos convida”. España ya tenía su cromatismo, pero antes la paleta más maniquea había servido a batallas internas. Todavía no los rojos y los azules. Los blancos y los negros. En Madrid, tras la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis, las clases populares de la ciudad se entregaron a tres días de desgobierno, persiguieron a los liberales y saquearon sus propiedades. No tenían miedo porque se sabía con quién se identificaban: vestían de blanco. El negro era el color para estigmatizar a los liberales y, para curarse de espantos, el vicario general del obispado de Barcelona tomó una decisión inversa al racismo blackface: mandó pintar de blanco el rostro de la Moreneta de Montserrat.

A finales del siglo XIX, cuando la vivencia de la nación se injertó a la de decadencia alrededor de la pérdida de las colonias, el republicanismo consolidó la idea de que la bicolor no representaba a la nación sino a la monarquía. Esta crisis cromática alimentó dos vectores. Poco a poco la tricolor fue desplazando a la oficial, en especial a partir de la tercera década del siglo XX, simbolizando una España nueva. El morado tenía sus resonancias históricas: era la versión del nacionalismo liberal de la gesta comunera. Pero de fondo iba ganando intensidad una energía negativa a la hora de pensar el país que también encontró su color: la España negra dibujada por Darío de Regoyos. El imaginario asociado a la negritud en España lo explora Ucelay-Da Cal en unas páginas densas, como las de un Edward Said, para investigar sobre mitos, traumas y tabús que habrían configurado la españolidad. Ese habría sido nuestro color especial. Y, según Ucelay, esa identificación que representaba desde los jesuitas hasta la pobreza habría dejado de operar en el siglo XXI. ¿Dejamos de ser differents? Uno tiende a pensar que el Sabio de Hortaleza tenía razón.

Portada del libro 'Los colores de la política en la España Contemporánea', de Jordi Canal


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