‘Dos ruedas bueno’, la bici como arma de guerra, juguete erótico y máquina voladora
El ensayo de Jody Rosen indaga en los orígenes de los velocípedos y transita por hechos curiosos asociados a las dos ruedas hasta completar una historia sorprendente
La bicicleta es un invento maravilloso que nos permite transportarnos lejos con la fuerza de nuestras piernas y que, además, nos genera un bienestar que entronca con los felices paseos en bici de nuestra infancia —una constante cinematográfica, de Los Goonies a ...
La bicicleta es un invento maravilloso que nos permite transportarnos lejos con la fuerza de nuestras piernas y que, además, nos genera un bienestar que entronca con los felices paseos en bici de nuestra infancia —una constante cinematográfica, de Los Goonies a Stranger Things—. Pero, además, los velocípedos tienen muchas otras dimensiones, algunas esperadas —ecológica, deportiva, herramienta de trabajo— y otras no tanto —artística, de liberación de la mujer, de juguete erótico y hasta de arma de guerra—. Todas aparecen de la mano del crítico de The New York Times Magazine Jody Rosen (Nueva York, 53 años), que ha escrito un completo ensayo, Dos ruedas bueno (editorial Indicios), para desglosar “la historia y los misterios de la bicicleta” que se convierte en un viaje inesperado por los hechos más curiosos asociados a ella. El título hace referencia a “dos patas bueno, cuatro patas malo”, el eslogan de los cerdos triunfantes con el que se cierra Rebelión en la granja, de George Orwell.
El autor se detiene en hechos como el invento de la Laufmaschine (o máquina de correr) en 1817 en Alemania por parte del barón Karl von Drais, considerada el origen de las bicis, la creación medio siglo después de las sorprendentes Penny Farthing —con una rueda enorme y otra enana—, o el perfeccionamiento de las bicicletas a finales del XIX con la cadena y las ruedas con cámara de aire, con las que el vehículo era ya muy parecido al actual.
Pero donde sorprende con su erudición es en la narración de movimientos asociados a las dos ruedas. Y ahí aparece la bici como objeto artístico, usada en carteles art déco de finales del XIX y como encarnación de los ideales modernistas —“La bicicleta es una pieza de arte casi perfecta”, decía el teórico del diseño Adolf Loos—. También como arma de guerra: Francia, nos cuenta, desplegó soldados en bicicleta para misiones de reconocimiento en la guerra franco-prusiana (1870-71) y llevó el invento a Indochina como medio de transporte, mientras los vietnamitas la usaron para la resistencia anticolonial, contra franceses y norteamericanos. Los velocípedos fueron usados también en la sudafricana guerra de los Boers (1899-1902) y las fuerzas estadounidenses en Irak y Afganistán fueron atacadas con explosivos colocados en bicis. Mikael Colville-Andersen, gran gurú de la bici urbana, corrobora esta teoría: acaba de llevar un centenar de ellas a la resistencia en Ucrania.
Pedalear es libertad, relata Rosen. Lo ejemplifica a lo largo de la historia: para las mujeres, supuso autonomía y disipaba los mitos sobre su fragilidad física, lo que generó resistencias. “La bicicleta ha aparecido en un nuevo papel: el de destructora de un hogar antes feliz”, señalaba un periódico de EEUU en 1896, “el señor Dennison regaló a su esposa una bicicleta y esta descuidó su casa, sus hijos y su marido, solo vivía para sus ruedas. Se deshizo de sus faldas y adoptó los pantalones bombachos”, continuaba la noticia. En el mismo sentido, cuando Adolf Hitler asumió el poder en 1933, una de sus primeras medidas fue destruir el sindicato ciclista alemán al considerarlo una amenaza —la bici podía usarse por disidentes para organizarse y escabullirse a toda velocidad—.
El ensayo ahonda en por qué las bicicletas te hacen volar, una sensación metafórica que explotó la película E.T. y que tiene su parte de realidad en las cámaras de aire inventadas por John Boyd Dunlop en 1888: “Cuando montas en bici, estás en el aire. Las ruedas [...] deslizan una banda de aire comprimido entre la bici y la carretera, manteniéndote en el aire”, explica el periodista. Hay más facetas, de la fiebre del oro en Canadá sobre dos ruedas a nobles y monarcas apasionados de los velocípedos, como el actual rey de Bután. Cabriolas, aventuras, metáforas y el más prosaico trabajo en bici, desde el rider que reparte comida a domicilio en Nueva York o Madrid al transporte pesado en las urbes latinoamericanas o asiáticas —con parada en Bangladesh y sus infinitos rickshaw (bicitaxis), esencia de Daca—.
Y una última faceta: las dos ruedas pueden ser incluso “diversión entre tus piernas”, como lo demuestra el festival Bike Smut, que exhibe cortos eróticos inspirados en los velocípedos, o la cultura Bikesexual, que crea juguetes eróticos a partir de bicis antiguas y busca el erotismo de las dos ruedas. “Hay personas que simplemente quieren follar con una bicicleta”, resume Rosen.
Dos ruedas bueno
Traducción de Valentín Farrés.
Indicios, 2022.
416 páginas. 19 euros
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