Vicente Escudero, un cubista con castañuelas de aluminio
Una gran exposición en Granada recorre el poliédrico universo vanguardista del bailaor, coreógrafo y dibujante.
“Yo creo que el baile precedió a la pintura y, con toda seguridad, a la pintura de baile. Esto me lo indica mi propia experiencia, ya que, apenas me he puesto a pensar en ello, me he dado cuenta de que estas ‘pinturejas’ mías, antes de dibujarlas y pintarlas, ya las había visto”. Esas “pinturejas” de Vicente Escudero, tan deudoras de Paul Klee y de su amigo Joan Miró, habían funcionado hasta ahora como otra más de las ocupaciones laterales de un bailaor que fue muchas cosas: tipógrafo (había trabajado en una imprenta), actor secundario (aunque no le gustaba el cine de Hollywood porque la cámar...
“Yo creo que el baile precedió a la pintura y, con toda seguridad, a la pintura de baile. Esto me lo indica mi propia experiencia, ya que, apenas me he puesto a pensar en ello, me he dado cuenta de que estas ‘pinturejas’ mías, antes de dibujarlas y pintarlas, ya las había visto”. Esas “pinturejas” de Vicente Escudero, tan deudoras de Paul Klee y de su amigo Joan Miró, habían funcionado hasta ahora como otra más de las ocupaciones laterales de un bailaor que fue muchas cosas: tipógrafo (había trabajado en una imprenta), actor secundario (aunque no le gustaba el cine de Hollywood porque la cámara enfocaba a los protagonistas mientras él bailaba), teórico de lo suyo (es autor de un famoso decálogo del baile flamenco puro masculino) y hasta cantaor (Richard Avedon lo retrató para la portada de su disco de 1956).
La foto de Avedon, que forma parte de la colección del Reina Sofía, es una de las 500 obras y documentos que pueden verse en el Centro Federico García Lorca de Granada dentro de la exposición CoreoGrafía, comisariada por Pedro G. Romero. El artista onubense ya dedicó al bailaor vallisoletano un ensayo de referencia: ‘Hueso de la mano y el pie’, incluido en su libro El ojo partido. Publicado en 2016 por la editorial Athenaica, es uno de los títulos básicos para entender la relación entre flamenco, vanguardia y cultura de masas.
Para Jorge Oteiza, los dos artistas españoles más interesantes de los años 50 eran Escudero y Val del Omar
Escudero lleva décadas en la historia del flamenco, pero esta exposición demuestra que debería estar también en la historia del arte contemporáneo. Como subraya Pedrogé, fue un pionero de eso que ahora llamamos artes vivas. No es casual que alguien tan poco dado al elogio fácil como Jorge Oteiza afirmara que los dos artistas españoles más importantes de los años cincuenta eran: José Val del Omar y Vicente Escudero. Un cineasta (o cinemista) y un bailaor. De hecho, CoreoGrafía se cierra con la proyección de Fuego en Castilla (1960), la película de Val del Omar basada en la interpretación de la obra de Berruguete que —entre la biología, la estética y el delirio semiótico— Escudero había hecho junto al “excéntrico doctor” Luis de Castro. ¿Su tesis? las esculturas manieristas del Museo de Valladolid bailan flamenco. El resultado son 17 minutos inclasificables que se cuentan entre los más influyentes del cine español. Aunque su influencia haya que buscarla fuera de las salas de cine. En YouTube hay fragmentos que dan una idea de lo lejos que puede llegar la tactilvisión.
En El enigma de Berruguete. La danza y la escultura, el libro de Castro y Escudero, la figura de san Sebastián baila, es un decir, una seguiriya, un palo que hasta 1939 no se consideraba bailable y que en la muestra granadina puede verse en vídeo ejecutada por Israel Galván. El primero en bailarlo fue Escudero, una de las grandes influencias de Galván. La fecha no es casual. Como escribió el propio Pedro G. Romero en Exaltación de la visión, su libro sobre Val del Omar, el flamenco, “para los públicos internacionales”, pasó de ser una danza “erótico-festiva” a contener “el germen de la tragedia”. La Guerra Civil fue decisiva en ese desplazamiento. Ya lo había sido para Escudero cuando el 18 de julio de 1936, tras conocer la noticia del golpe militar, muere Antonia Mercé, La Argentina, y se suspende la gira que ambos iban a iniciar por Estados Unidos.
Otra fecha clave fue 1922. El Concurso del Cante Jondo organizado ese año en la Alhambra por Manuel de Falla y Federico García Lorca hace que el flamenco pase a legitimarse por lo viejo y no por lo nuevo, territorio en el que el bailaor, que triunfaba en París y Nueva York, actuaba como un vanguardista más. “Mientras ella estaba en Zuloaga, yo andaba ya en Picasso”, dirá cariñosamente sobre La Argentina.
Danzar al ritmo de dos motores eléctricos, fabricarse unas castañuelas de aluminio, separar radicalmente movimiento y música (“le hago el caso imprescindible”) o bailar el silencio 20 años antes que Merce Cunningham habían hecho de él un adelantado a su tiempo. Alguien capaz, además, de hablar de Marcel Duchamp como un referente en la España de 1947. De ahí la extrañeza de, con todos los matices, su vuelta al orden, es decir, a una supuesta esencia primitiva que nunca existió. Romero otra vez: “El público acabará pensando que los bailes y cantes están en el origen de un modo de hacer que después se desparrama en ballets y argumentos teatrales, cuando el camino real fue el inverso: desde los bailes del país, las recuperaciones folclóricas y las coreografías de autor se fue decantando un baile nuevo que, a la postre, llamamos flamenco”.
Danzar al ritmo de dos motores eléctricos o bailar el silencio 20 años antes que Merce Cunningham hicieron de él un adelantado a su tiempo
Pese a lo icónico de las fotos que le hicieron Man Ray, Avedon o Colita, Escudero terminó prohibiéndolas en algunos libros porque consideraba que le perjudicaban: no reflejaban bien su trabajo. Lo convertían en una mariposa pinchada en un corcho: visible pero muerta. ¿Cómo separar, de nuevo, al bailarín del baile? ¿Cómo fijar una metamorfosis? Prefería el dibujo, más esquemático, menos pretenciosamente mimético. Los suyos, de hecho, son una manera de seguir bailando cuando ya no bailaba, “notas coreográficas”. De ahí que uno de los grandes aciertos de la muestra de Granada sea colocarlos en su contexto y rodearlos de abundante material audiovisual, mucho de él, inédito. Vicente Escudero murió en Barcelona en 1980, a los 92 años. En la miseria. Joan Miró le ayudaba con dinero y dibujos que el bailaor se negaba a vender. Lo enterraron en el Panteón de Hombres Ilustres de Valladolid, la ciudad en la que había nacido en 1888. Como escribe Pedro G. Romero, “tuvo mejor morada en su tumba que durante los últimos años de su vida”. La historia del arte le debía un espacio. El Centro Federico García Lorca de Granada ha empezado a pagar esa deuda.
‘CoreoGrafía. Bailes y danzas de Vicente Escudero’. Comisario: Pedro G. Romero. Centro Federico García Lorca. Granada. Hasta el 16 de octubre.
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