Dos mujeres en deuda con Rusia
Sara Gutiérrez y Olga Merino han recuperado su experiencia soviética desde cierta nostalgia y perplejidad
El mundo soviético siempre tuvo un atractivo poderoso para nosotros, los occidentales, confundidos muchas veces ante cosas que nos causaban en parte hilaridad, en parte temor, en parte perplejidad y que han dejado un reguero de nostalgia inagotable en películas como Good bye Lenin! y en géneros completos de espionaje y guerra fría en literatura y cine. Aquellas colas que las abuelas soviéticas guardaban durante horas sin saber si iban a comprar huevos o pan. Aquellos maletines misteriosos de a...
El mundo soviético siempre tuvo un atractivo poderoso para nosotros, los occidentales, confundidos muchas veces ante cosas que nos causaban en parte hilaridad, en parte temor, en parte perplejidad y que han dejado un reguero de nostalgia inagotable en películas como Good bye Lenin! y en géneros completos de espionaje y guerra fría en literatura y cine. Aquellas colas que las abuelas soviéticas guardaban durante horas sin saber si iban a comprar huevos o pan. Aquellos maletines misteriosos de agentes del KGB pertrechados tras sus gafas de pasta que solo contenían una naranja o chocolatinas. Las escuchas que se adivinaban en las pésimas líneas telefónicas. Las chapkas en la cabeza para sobrevivir al invierno. Una estética espantosa, un pueblo silenciado y un poder totalitario se dieron cita para desafiar nuestro propio mundo y ofrecer una alternativa que, sin convencer mucho, sí atraía lo suficiente como para visitarlo, pisarlo, leerlo, observarlo.
En esa tentación caímos unos cuantos, españoles que llegamos por ahí en los noventa en pleno colapso de un sistema que había sido capaz de poner al primer hombre en el espacio o de elevar el nivel cultural de una inmensa población, sí, pero en el que los pobres que vendían pepinillos a la salida del metro eran concertistas, ingenieros o matemáticos que entonces no tenían ingresos. Aquello había que contarlo, que es lo que hizo Olga Merino, a quien traspasé la corresponsalía de El Periódico de Catalunya en Moscú en 1993 y que ha novelado su estancia en Cinco inviernos (Alfaguara). O había que vivirlo, que es lo que hizo Sara Gutiérrez, oftalmóloga asturiana que se largó a Járkov y luego a Moscú para aprender a operar los ojos con técnicas innovadoras que aquí solo se practicaban en barcos rusos que llegaban a nuestras costas para curar la miopía ¿recuerdan? También ella ha escrito su experiencia en El último verano de la URSS (Reino de Cordelia).
Olga Merino: “Yo llevaba la vocación de serie, pero las vivencias extremas en Rusia me brindaron combustible para la escritura”
Y si he mencionado el traspaso de la corresponsalía es porque Olga Merino (Barcelona, 1965) cuenta en su libro un montón de anécdotas que compartimos entonces y que yo había olvidado. Asegura la autora que le di varios consejos antes de llegar a Moscú: trae medias, trae jeringuillas, también antibióticos. Y mucho caso no me debió hacer porque, páginas después, relata cómo necesitó ir al médico y en el hospital le sacaron la sangre a pelo, con una cuchilla.
Así era Moscú. Los policías podían sacarte una jeringuilla de pésimo aspecto al pararte por la noche y amenazarte con “una prueba de sida” para conseguir unos dólares si lo querías evitar, pero en los hospitales no había jeringuillas. En las carnicerías y pescaderías no había carne o pescado, pero podías encontrarte una cazadora de piel de Uzbekistán o un bolso de Turkmenistán. La compra era un azar, la seguridad policial, un sinvivir, y la política, un carrusel de sustos que incluyeron: un golpe de estado, rebeliones en las repúblicas soviéticas, declaraciones de independencia, guerras por conflictos regionales y disolución del país por decisión de Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Todo ello se mezcló en la coctelera que nos sirvieron a quienes lo vivimos y que Merino y Gutiérrez describen en distintas formas y géneros. En el caso de Olga Merino, hablamos de una especie de novela a partir de sus diarios. En el caso de Sara Gutiérrez (Asturias, 1962), hablamos de un libro ilustrado por Pedro Arjona que recupera un viaje valiente y desenfadado con una asustada compañera uzbeka, Yunduz, que transformó a las dos. La escritura de ese viaje es fresca, luminosa, empática, tan espontánea y vital que arrastra al lector a esa relación en la que Yunduz, que ha preparado montañas de comida ante la inconsciencia de Sara, sufre en silencio los zapatos de tacón de quien no sabe viajar. Pero con la inteligencia que da la necesidad sí ha sabido prever que en ningún lugar habrá comida y sus pucheros viajeros se van a ir convirtiendo en salvación para las dos. La mejor literatura se esconde en la vida y la autora lo demuestra.
Sara Gutiérrez: “A mi paso por Ucrania y Rusia le debo la desafección total por la política”.
En el caso de Merino, la escritora exhibe su talento al convertir unos diarios en una pieza literaria de primer orden que nos va sumergiendo en su perplejidad, su soledad, su piso desabrido, su oficina repleta de cubanos (¡todo, herencia de servidora!), sus amores raros, como los que se daban en Rusia entre seres desiguales (ellos, cultos, sin recursos y sin libertad; nosotras, curiosas, con recursos infinitos en comparación y con una libertad sin límites). Todo a partir de siete libretas “que llevaban décadas durmiendo la siesta en un cajón”, responde Olga Merino por correo electrónico. “Sabía que contenían un material interesante para escribir tal vez un ensayito, pero nunca encontré el momento de meterme en harina hasta los días del confinamiento. Las desempolvé y al releerlas me sorprendió la lucha de la joven que fui para encarrilar una vocación literaria desaforada, las dudas, los tanteos, la angustia ante el papel en blanco”. Ella acababa de publicar La forastera (Alfaguara) y sintió que su aceptación la legitimaba para decir: “Esta es la caja negra de la escritora que quise ser, que soy al fin”. Y se lanzó.
¿Debéis a Rusia la carrera literaria? ¿O qué le debéis a Rusia? “Yo llevaba la vocación de serie, pero las vivencias extremas en Rusia me brindaron combustible para la escritura. Allí pasé mis mejores años de aprendizaje personal, literario y periodístico. Fue en Rusia donde concebí y escribí mi primera novela, Cenizas rojas. De allí me traje la fascinación por el idioma y la cultura rusa, inagotable: Chéjov, Bulgákov, Pasternak, Ajmátova, Mandelshtam; las vanguardias artísticas, la pintora Natalia Goncharova, Chaikovski, el ballet”, responde Merino. La autora reconoce que en su libro se cruzan pasado y presente: “Conviven escenas escalofriantes sobre personas que sufrieron en carne propia el descalabro de un país y una utopía con reflexiones hechas desde el presente. ¡Han cambiado tanto las cosas en tres décadas! Treinta años son toda una vida; para bien o para mal, soy la que quise ser, con mis contradicciones”.
Sara Gutiérrez también recuperó el material guardado 30 años después: “Aquel viaje había sido una explosión de libertad, una prueba de que retar al destino tomando con determinación las riendas de la propia vida merece la pena”, asegura. Y también ella se siente en deuda con Rusia: “A mi paso por Ucrania y Rusia le debo la desafección total por la política, gozar de una particular destreza para buscarme la vida, sufrir un individualismo exacerbado, tener una visión relativista y tolerante del mundo, entender un idioma que me encanta, disfrutar de la ópera, compartir una singular conexión con mi pareja (nos conocimos allí) y probablemente, muchas cosas más”. Ni más ni menos.
Quién: Olga Merino, periodista y escritora nacida en Barcelona en 1965. Y Sara Gutiérrez, oftalmóloga, comunicadora y autora, nacida en Asturias en 1962.
Qué: Cinco inviernos (Alfaguara) y El último verano de la URSS (Reino de Cordelia).
Cómo: La primera firma una novela a partir de los diarios de cinco años en Rusia. La segunda relata un viaje ilustrado por la Unión Soviética más difícil como una explosión de libertad individual.
Dónde: La primera, que fue corresponsal en Moscú, viaja por territorios como Chernóbil, Chechenia y otros muchos escenarios de las noticias rusas de los noventa. La segunda viaja desde Ucrania, del mar Báltico al mar Negro, en condiciones singulares.
Cuándo: Ambas escriben de los años noventa, los tiempos del colapso del régimen comunista y de la Unión Soviética.
Cinco inviernos
Autora: Olga Merino.
Editorial: Alfaguara, 2022.
Formato: tapa blanda (272 páginas, 17,95 euros), e-book (7,59 euros) y audiolibro (16,19 euros).
El último verano de la URSS
Autora: Sara Gutiérrez.
Ilustraciones: Pedro Arjona.
Editorial: Reino de Cordelia, 2022.
Formato: tapa dura (248 páginas, 26,50 euros).
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