Entre el actor y el autor: Tom Cruise, el hombre más rápido del mundo
Aunque en la filmografía del intérprete, que estrena ‘Top Gun: Maverick’, existen buenas películas, del conjunto emana una impresión de simple mecanismo de precisión al servicio de sus necesidades psicológicas
¿Por qué corre tanto Tom Cruise en sus películas? ¿Qué persigue? ¿De qué huye? A sus sesenta años, el actor y productor estadounidense vuelve a presumir de su envidiable forma física y su querencia por el riesgo en Top Gun: Maverick, secuela tardía de uno de los títulos más míticos de su filmografía y de los años ochenta, Top Gun (1986). Cruise nos demuestra con ...
¿Por qué corre tanto Tom Cruise en sus películas? ¿Qué persigue? ¿De qué huye? A sus sesenta años, el actor y productor estadounidense vuelve a presumir de su envidiable forma física y su querencia por el riesgo en Top Gun: Maverick, secuela tardía de uno de los títulos más míticos de su filmografía y de los años ochenta, Top Gun (1986). Cruise nos demuestra con Top Gun: Maverick que el filme original de Tony Scott, centrado en un grupo de jóvenes engreídos a quienes se formaba como pilotos militares de élite, era menos importante por sus connotaciones patrióticas y militaristas —propias del clima sociocultural asociado a la presidencia de Ronald Reagan—, que por el rock and roll que respiraban sus imágenes; una sensación de vitalidad y optimismo deudora del videoclip o el spot publicitario, los registros más vanguardistas en el audiovisual mayoritario de entonces.
La estética kitsch y vibrante de las imágenes de Top Gun tuvo una correspondencia musical idónea en su banda sonora: el piano frenético de Jerry Lee Lewis para Great Balls of Fire (1957), los sintetizadores de Giorgio Moroder para Danger Zone (1986). Top Gun: Maverick vuelve a hacer uso por razones dramáticas de Great Balls of Fire, pero en combinación con una balada imposible, Hold my Hand, que ha compuesto y canta nuestra crooner alienígena favorita, Lady Gaga. Este factor, unido a la monumentalidad que imprime a la puesta en escena el director Joseph Kosinski —que ya había colaborado con Tom Cruise en Oblivion (2013)— redunda en las tonalidades elegiacas, crepusculares, de Top Gun: Maverick. El temerario piloto militar que interpretaba Cruise en Top Gun, Pete Maverick Mitchell, capaz de las hazañas bélicas más inverosímiles a los mandos de su F-14, es ahora un instructor a regañadientes sobre cuyo estatus legendario se cierne de continuo la amenaza de la obsolescencia y la muerte.
Sin embargo, pese a sus coqueteos con la derrota, con la asunción del paso implacable del tiempo, Maverick acaba por apropiarse de la misión suicida para la que adiestraba contrarreloj a una nueva generación de pilotos, y con ello revalida los presupuestos morales y profesionales que han guiado su vida hasta el momento. El veterano militar da una lección a sus pupilos sobre la importancia de confiar en las intuiciones y el propio criterio en una época que ha fiado la supremacía militar a las simulaciones, los drones y las inteligencias artificiales, y sobre un entendimiento existencialista del cumplimiento del deber que va mucho más allá de acatar normas y respetar límites para abrazar un compromiso pleno con la labor que hemos decidido acometer en nuestro día a día.
Como ya sucedía en dos de sus anteriores películas, las extraordinarias epopeyas sobre la conquista de lo inútil Al filo del mañana (2014) y Misión Imposible: Nación Secreta (2015), es imposible no pensar ante la actitud de Maverick en la del propio Tom Cruise, un caso de actor/autor ejemplar de acuerdo a la descripción de esa figura dual que hizo el ensayista Alexander Walker: “La efigie cinematográfica de los actores y las actrices, en particular si son estrellas, se fusiona antes o después con la mediática y con su vida real. La trayectoria de un intérprete acaba por proyectar así una ética, una estética y una política de estar en el mundo que trasciende su encasillamiento industrial para invocar una comunión con lo mítico, una estampa mental en la que cristalizan estructuras explicativas de la realidad”.
Cruise ha renunciado a la mayor parte de los dobles en las escenas de peligro físico, lo que otorga al relato un grado de veracidad inusual
En tanto productor de Top Gun: Maverick, Cruise vuelve a fusionarse con su personaje. Ha renunciado a la mayor parte de los dobles en las escenas de pilotaje, conducción de motocicletas y peligro físico, lo que otorga al relato un grado de veracidad inusual. Ha potenciado las cualidades plásticas de la imagen al apostar por una fotografía colorista, un montaje cohesivo y la menor intrusión posible de los efectos digitales. Se ha preocupado por contar con el mejor equipo técnico y artístico posible y se ha desvivido por su bienestar durante la producción. Y se ha peleado con quien hiciera falta para que la película dispusiera de la ventana de exhibición más amplia y digna posible en las salas de exhibición cinematográfica. Pese a ser una continuación sentimental y poco imaginativa de su predecesora, Top Gun: Maverick alcanza cierta grandeza gracias a esa equiparación entre actor y autor, como ocurre en la escena temprana en que Maverick supera el Mach 10 y el sentido metafísico de su gesta evoca los momentos más sublimes de Elegidos para la gloria (1983) y Mishima (1985).
Todos estos ingredientes acaban por hacer de la película un ejercicio de resistencia frente al dominio de las plataformas de streaming y la degradación que ha supuesto su apuesta por la cantidad frente a la calidad para las formas y el carisma del audiovisual de hoy. Tom Cruise es posiblemente la última estrella de cine tal y como hemos entendido ese concepto en los últimos cuarenta años, y Top Gun: Maverick despeja cualquier duda al respecto; aunque, quien haya seguido la trayectoria del actor/autor sabe que la implicación de que ha hecho gala en esta ocasión, puesta en práctica con la inocencia y el entusiasmo de un boy scout, es habitual en él: “Me apasiona la vida, y el cine es mi vida. Y ni la vida ni el cine pueden abordarse a medias. Hay que ir a por todas con ambos, hasta el final”.
El síntoma más llamativo de esta filosofía son las intensas carreras a pie que ha llevado a cabo en muchas de sus películas, convertidas por Cruise en seña de identidad. Como apunta un diálogo de Top Gun: Maverick, “es el hombre más rápido del mundo”. Esa rapidez, las acrobacias que le equiparan a saltimbanquis joviales del cine mudo como Douglas Fairbanks y Harold Lloyd, le han sido útiles fuera de la pantalla para eludir los continuos rumores en torno a sus relaciones de pareja, la cienciología e incluso su estado mental, que alcanzaron en 2005 un punto crítico con el célebre episodio del sofá en un programa televisivo de Oprah Winfrey.
Lo más interesante es que esa huida incesante de la realidad y hasta de sí mismo —pues, bajo su fachada sonriente, Cruise es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma— tiene un componente trágico, como no podía ser menos en la enésima encarnación de Jay Gatsby que representa el actor. Al fin y al cabo, aunque en la filmografía de Cruise existen buenas películas, del conjunto emana una impresión de propósitos y discursos vacíos, de simple mecanismo de precisión al servicio de sus necesidades psicológicas. Y Top Gun: Maverick no es una excepción.
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