‘Carne de sirena’, la balada maldita del ‘manda carallo’
Las malas decisiones del protagonista de la novela de Montero Glez le sitúan en el peor sitio posible frente a una banda de narcotraficantes
Iggy Pop dijo en su día que lo de ser artista de culto no era tan cool como se creía. De hecho, muchas veces consistía en llamar a las discográficas sin que nadie te descolgara el teléfono, pero eso sí, cada madrugada, a eso de las cuatro, un pirado te llamaba a casa. Esperemos que no sea el caso de Montero Glez (Madrid, 1965), porque la dicho...
Iggy Pop dijo en su día que lo de ser artista de culto no era tan cool como se creía. De hecho, muchas veces consistía en llamar a las discográficas sin que nadie te descolgara el teléfono, pero eso sí, cada madrugada, a eso de las cuatro, un pirado te llamaba a casa. Esperemos que no sea el caso de Montero Glez (Madrid, 1965), porque la dichosa etiqueta viene casi pegado a su nombre artístico. En parte por una voluntaria terquedad en no dar al mercado, a los festivales, a periodistas y lectores mucho más que sus libros y algunas declaraciones. En parte por un estilo, personal, inconfundible y manierista, que lleva al “lo tomas o lo dejas”. Por fortuna, las discográficas atienden a sus llamadas. Su producción tiene presencia en librerías y sus últimas novelas vienen bendecidas por premios comerciales: Premio Logroño en 2014 por Talco y bronce; en 2016, el Ateneo de Sevilla con El carmín y la sangre, y en 2019, con La imagen secreta, consiguió el Premio Café Bretón. Recientemente, también fue reeditada su primera novela: Sed de champán (1999).
Leer a Montero Glez es como ir descalzo y pisar cristales, trozos de metal y piedras. Hay quien valorará su voluntad de trabajar así el lenguaje, otros lo considerarán afectado y narcisista, y quien le pedirá un viaje igual de intenso aunque con suela de zapato: notar las piedras pero olvidarte de ellas. Carne de sirena es como suelen ser los libros del madrileño, apasionado y atolondrado, con verdaderos hallazgos de narrador literario y, al mismo tiempo, tics comiqueros y giros incomprensibles, dueño de oficio y talento sí, ambicioso y valiente también, pero a ratos de una misoginia cargante de serie B, o una indolente actitud ante clichés y escenas. Amarle y desesperarse con él.
Su última novela, a modo de balada maldita de marinero, tiene el tráfico de droga en la Costa da Morte de paisaje. El punto desde el que miramos al marinero Andrés Bouza, que él y nosotros sabemos que ése es su último día vivo, es la voz del narrador. Su condena a muerte es el ritornelo que el autor no deja que olvidemos. La fuerza del destino le lleva a salir a faenar cuando todo indica que no debe hacerlo. Así que encalla en el peor sitio posible para toparse con una banda de braceiros y acabar pasando una noche de tormenta en una taberna donde dos viejos, uno de ellos un oscuro cura ciego, juegan a la oca, y un tercero, un chaval llamado el Chiruca, bebe y calla, calla y bebe, pistola en la riñonada.
En medio de la novela se abre una sanguínea escena teatral, onírica, ‘wéstern’ casi lovecrafiano, que sucede dentro de la taberna
La novela se abre y cierra con precipitación, en una suerte de condena del héroe y las decisiones malas y peores que toma. Entre el hardboiled y las convenciones de la aventura adolescente de maldiciones marineras, tesoros, traiciones y muertos que no lo estaban, y vivos que andaban y bebían, a pesar de estar ya muertos. La estructura de Carne de sirena es compleja pero funciona, debido tanto al oficio del narrador como a lo impulsivo de su estilo, que te empuja sin dejarte tiempo de decidir placer o hartazgo. En medio de la novela se abre una sanguínea escena teatral, que la ocupa casi por completo, onírica, wéstern casi lovecrafiano, que sucede dentro de la taberna. Un escenario en el que Montero Glez suspende tiempo y espacio para que el cura, una suerte de tramposo apocalíptico, lance aventis, una y otra vez, contra los otros personajes de la escena, en una maraña de narraciones, personajes, mujeres lascivas, asesinos sin entrañas, venganzas, cuernos, sirenas enterradas bajo un puente, tatuajes y botellas de aguardiente con el manda carallo de Andrés Bouza a modo de nevermore, en una impecable coreografía de movimientos y diálogos.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.