‘Los asesinatos silenciosos’, contumacia en la rutina
A. G. MacDonell cuenta la frustrante persecución de un asesino en serie, en una búsqueda infértil que nunca decepciona al lector, hasta la ingeniosa resolución final
Esta novela, escrita en la época dorada del policial detectivesco clásico, no sólo es una obra excepcional y admirable entre las novelas del género “Crimen y misterio” —una gloriosa tradición que nació y se desarrolló en el período de entreguerras de la mano de maestros como Gilbert Chesterton, E.C. Bentley, ...
Esta novela, escrita en la época dorada del policial detectivesco clásico, no sólo es una obra excepcional y admirable entre las novelas del género “Crimen y misterio” —una gloriosa tradición que nació y se desarrolló en el período de entreguerras de la mano de maestros como Gilbert Chesterton, E.C. Bentley, Agatha Christie, Dorothy Sayers o Anthony Berkeley— sino que es, además, leída hoy, tan moderna como son las investigaciones de Martin Beck, el protagonista de la gran serie de la pareja sueca formada por Maj Sjöwall y Per Per Wahlöö.
Lo es porque el inspector Dewar —que lleva a cabo la investigación de una serie de asesinatos que serían inconexos si no fuera por un cartón numerado que el asesino va dejando en sus once víctimas— es todo lo contrario de esos detectives estrella que entablaban un duelo de inteligencias con el asesino en las novelas del género clásico. Por su minuciosidad, paciencia y tesón recuerda no sólo a Beck sino al mismo Maigret, aunque sin perder un ápice del característico marchamo británico.
Tras la aparición de tres cadáveres junto a lo cuales se encuentran tres trozos de cartón con los números 3,4 y 5, los superintendentes de Scotland Yard Lloyd y Bone —a los que el autor, reconocido humorista, describe prácticamente como la famosa pareja cinematográfica El Gordo y El Flaco— convocan al inspector Dewar para hacerse cargo de la investigación, la cual éste llevará a cabo bajo la supervisión del superintendente Bone.
La novela cuenta la decepcionante persecución de un asesino fantasma que sigue matando y ambos investigadores no atinan a encontrar los lazos de unión entre los crímenes, excepto los cartones numerados. Esta búsqueda aparentemente infértil recuerda mucho a la de Beck y sus subordinados: pura paciencia, desaliento, rutina y falta de pruebas hasta que la insistencia acabe por dar un atisbo de solución.
¿Es posible integrar emoción y expectación cuando lo que se muestra es una esperanza continuamente frustrada? Lo es. Ni el lector ni los investigadores se cansan de tanta frustración
Pero el lector queda prendido de los sucesivos fracasos y el secreto es lo bien contados que están y el sutil humor que los acompaña. ¿Es posible integrar emoción y expectación cuando lo que se muestra es una esperanza continuamente frustrada? Lo es. Ni el lector ni los investigadores se cansan de tanta frustración porque Macdonnell abre caminos de distracción con naturalidad y astucia, tan sugerentes para el lector que los aceptará aunque le invada la misma frustración que a la estupenda pareja de sabuesos… mientras la investigación avanza por terrenos desechables; hasta que una información opera como una luz en la oscuridad.
Lo habitual en el género de “Crimen y misterio” es ir mostrando y descartando opciones, pero siempre apuntando hacia adelante; en este caso no hay más que tapones y más tapones a la esperable progresión, porque ésta siempre resulta fallida y vuelve a colocarnos en la casilla de salida. La dinámica es bien distinta de la convencional; incluso hacia el final, cuando sabemos quién es o puede ser el asesino en serie (aquí no hay un detective que deslumbra al auditorio contando la solución al caso), el relato no nos decepciona, sino todo lo contrario: es lo más emocionante del relato. La captura del asesino es —al revés que la investigación— endiabladamente dinámica, nos tiene en un ¡ay!, y llega a una solución tan ingeniosa como inesperada y satisfactoria a la vez.
La verdad es que estamos ante una novela verdaderamente original y diferente a las de su época y, al tiempo, perfectamente integrada en ella. Pero su inesperada relación con el ritmo de trabajo de un Martin Beck o un Maigret, esa contumacia en la rutina que no es rutina, sino realidad policial, cruza la barrera del tiempo y llega hasta nuestros días con la misma frescura que tuvo en su momento. El tiempo transcurrido no mata, reivindica la luz permanente de la inteligencia narrativa.
Los asesinatos silenciosos
Autor: A. G. MacDonell.
Traducción: Pablo González-Nuevo.
Editorial: Siruela, 2022.
Formato: tapa blanda (304 páginas. 19,95 euros) y e-book (9,99 euros).
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