Puro placer lector
César Aira despliega una fascinante corte de los milagros en torno al suicidio del poeta Leopoldo Lugones. Otro ejemplo de su maestría para mezclar absurdo y realidad
En febrero de 1938, en un pequeño hotel de la isla de Tigre, cerca de Buenos Aires, Leopoldo Lugones, “el escritor argentino por antonomasia”, se suicida tomando cianuro mezclado con whisky. En su nota de suicidio lamenta no haber conseguido terminar de escribir su libro sobre el general Julio Argentino Roca, responsable de una campaña de exterminio de los pueblos indígenas de la Pampa y de la Patagonia. Pero la hipótesis más extendida dice que Lugones, el autor de Lunario sentimental y Las fuerzas extrañas, convencido fascista en aquellos años treinta, padecía una depresión por ...
En febrero de 1938, en un pequeño hotel de la isla de Tigre, cerca de Buenos Aires, Leopoldo Lugones, “el escritor argentino por antonomasia”, se suicida tomando cianuro mezclado con whisky. En su nota de suicidio lamenta no haber conseguido terminar de escribir su libro sobre el general Julio Argentino Roca, responsable de una campaña de exterminio de los pueblos indígenas de la Pampa y de la Patagonia. Pero la hipótesis más extendida dice que Lugones, el autor de Lunario sentimental y Las fuerzas extrañas, convencido fascista en aquellos años treinta, padecía una depresión por el amor frustrado con la jovencísima escritora María Alicia Domínguez. Hasta aquí “los hechos”. Ahora “queda el disparo de la realidad: la ficción”. Y, como en otras ocasiones, César Aira (Coronel Pringles, 72 años) lleva esta ficción hasta extremos fabulosos y delirantes.
Aira hace coincidir en la pequeña hostería El Tropezón a varios personajes tan caricaturescos como, en cierto sentido, tiernos (con esa forma de verosimilitud que es más empática que mimética): la viuda que regenta la hostería, dos “solteronas hereditarias”, la familia burguesa de Goicochet, su esposa Montina y sus dos hijas adolescentes; el hipnotista Gálmez, una mujer polaca traída “de contrabando”, un hombre taciturno muy parecido a Horacio Quiroga… Y aquí comienza la lección de escritura, siempre imprevisible: Lugones tiene, por momentos, el aire de una vieja novela criminal de grupo de desconocidos (como las de Agatha Christie), algunas oportunas e hilarantes parodias modernistas (“los árboles le daban forma al aire”), varios anticlímax perversos (“ah, había ido a cagar nomás”), juegos dadaístas y parodias eróticas (de una cierta franqueza animal) y estrambóticas reflexiones sobre los límites entre percepción e imaginación (“Y la observación, como sabe cualquiera que tenga dos dedos de frente, es el ahorro de pasos del pensamiento”).
Además, como en otras novelas de Aira, aquellas que parten de escritores “reales”, como el Carlos Fuentes de El congreso de literatura, a Lugones la recorren agudas reflexiones sobre la escritura. Pero estas no deben leerse como claves de la poética de un autor, sino en un contexto mucho mayor: como elementos de una novela llamada Lugones. Esto las coloca en un lugar juguetón, cuando no abiertamente irónico: esa maravillosa ironía de Aira, hiperconsciente, pero más gozosa que cerebral, que le permite colocarse siempre un poco por encima de sus propios hallazgos. Por eso, si los críticos repetimos que Aira ensancha el horizonte de posibilidades de cualquier relato, que su escritura formula hipótesis de estilo y permea de un registro a otro, uno de los personajes de Lugones lo definiría de un modo más parco: “No era más que hacer real una posibilidad, y si uno piensa que ese es el destino natural de las posibilidades, ya se ve qué poco motivo de asombro había”.
No sólo el estilo sufre transformaciones sorprendentes en Lugones. También los personajes mutan: Horacio Quiroga resulta ser un disfraz de uno de los clientes del hotel, un yacaré (una barra de tinta con forma de caimán) finalmente resulta ser un caimán vivo llamado Roberto, con quien Lugones mantiene una apasionante conversación sobre su fracaso: “Tan perversa es la literatura, fíjate un poco, que se puede ser el más grande escritor argentino y no ser un escritor”. Y mutan los espacios, se desdoblan los salones, los jardines…
Escrito en 1990 y guardado en un cajón durante 30 años (lo que quizá sea otra ficción más de Aira), Lugones no es un libro menor que mereciera estar aparcado, sino una maravillosa lección de hiperconciencia literaria y de puro placer lector.
Lugones
Autor: César Aira.
Editorial: Blatt y Ríos, 2021.
Formato: 184 páginas. 15 euros.
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