El dilema entre los hechos y el estilo
Del #MeToo a las ruinas del comunismo, pasando por ‘La Mancha’ de Ana Iris Simón, la crónica admite tanto la asepsia como la voz personal
El dilema no son los hechos, sino el estilo. La clave no es la emoción, sino la cantidad de subjetividad. Entre las cada vez más copiosas novedades que la crónica arroja destacan dos libros que ejemplifican dos corrientes de pensamiento periodístico, y que a grandes rasgos se podrían cifrar como la escuela polaca de reportaje y la anglosajona (cuyo máximo exponente sería The New York Times): en el primero la prosa suele ser más caudalosa, brillan la primera persona y el color, la mirada omnipresente del reportero impregna el ...
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El dilema no son los hechos, sino el estilo. La clave no es la emoción, sino la cantidad de subjetividad. Entre las cada vez más copiosas novedades que la crónica arroja destacan dos libros que ejemplifican dos corrientes de pensamiento periodístico, y que a grandes rasgos se podrían cifrar como la escuela polaca de reportaje y la anglosajona (cuyo máximo exponente sería The New York Times): en el primero la prosa suele ser más caudalosa, brillan la primera persona y el color, la mirada omnipresente del reportero impregna el relato. En el segundo prima la verificación exhaustiva, cuasi religiosa, la concreción sintáctica, con un autocontrol puritano a la hora de adjetivar, y el trabajo colectivo.
Con She said (no se entiende por qué no han traducido el título, cuando la versión de Lucía Barahona es irreprochable. Tampoco que los editores hayan sido tan cicateros con las páginas de cortesía), Jodi Kantor (Nueva York, 1975) y Megan Twohey (Evanston, Illinois, 1975) dan una extraordinaria lección de periodismo. Su investigación para The New York Times de los abusos sexuales del productor de cine Harvey Weinstein es un trabajo de precisión… y una novela de terror. En En el valle del paraíso. Viaje a las ruinas de la URSS, el reportero polaco Jacek Hugo-Bader (Sochaczew, 1957), adscrito al principal diario del país, Gazeta Wyborcza, completa su trilogía rusa, tras El delirio blanco y Diarios de Kolimá, despliega su talento y su ironía deslenguada para ofrecer un fresco tan fascinante como desolador del homo sovieticus y sus espectros.
Impagable para reporteros y feministas, She said es un libro sobre cómo desenmascarar el abuso y cómo el periodismo puede cambiar las cosas. Revela de forma pormenorizada, paso a paso, cómo el acoso sexual en una empresa como Miramax, que produjo algunas de las películas independientes más interesantes de los últimos lustros, era una cultura que se resumía en el “casting del sofá”. Y cómo directivos, empleados, actrices y buena parte del espectro de una de las industrias más glamurosas del mundo hacían la vista gorda ante los crímenes de Weinstein. Y de lo difícil que es probar hechos de esa naturaleza cuando las víctimas se resisten a hacerlo por vergüenza, por proteger su carrera, o por haber firmado en muchos casos jugosas cláusulas de confidencialidad para no llegar a los tribunales, y cómo esos acuerdos perpetuaron el terror. Kantor y Twohey se ganaron la confianza de las fuentes, desde actrices como Rose McGowan o Ashley Judd a productoras y empleadas, y sortearon el ejército legal reclutado por Weinstein, que acabó condenado.
¿Quién dijo que el periodismo de investigación es fácil? Aquí vemos cómo poner a buen recaudo los prejuicios, y cómo no basta el “ella dijo” frente al “él dice”, y hasta qué punto es precisa la implicación de los editores, del director, de toda la empresa para proporcionar medios, tiempo y máxima exigencia para que se publiquen informaciones incontestables que sometan al poder a escrutinio, y la diferencia crucial entre caza de brujas y periodismo. Escrito con una prosa nada barroca, desnuda y eficaz, pero no por ello menos apasionante, She said debería convertirse en lectura obligada en escuelas y facultades de periodismo.
Heredero de una estirpe que se remonta a los albores del siglo XX, y que va más allá de la emblemática y controvertida figura de Ryszard Kapuściński, Hugo-Bader es más expeditivo, más descarado y —tras disfrutar de su viaje a los vestigios físicos, morales y molítcos de la Unión Soviética— me da la sensación de que también más veraz. En este compendio de largas crónicas pasaremos frío, sentiremos compasión y desconcierto, y llegaremos a una devastadora conclusión: ¿Por qué acaban siendo tristísimos los libros que indagan sobre la URSS? Este no es un libro para nostálgicos, sino para quien quiera saber por qué fracasó el experimento de crear un hombre nuevo en el país más extenso de la tierra.
Hay episodios que se grabarán en la memoria, como la creación de la república judía de Birobidzhán, en el extremo oriente soviético (una isla más del Archipiélago Gulag). Recientemente se habló del aniversario del vuelo espacial de Yuri Gagarin, pero nadie se acordó de la revuelta en la fábrica de locomotoras Lenin de Novocherkask, aplastada a sangre y fuego por el KGB (¡cómo permitir que los proletarios se sublevaran en el paraíso de la clase obrera!). El gran talento descriptivo y vital de Hugo-Bader luce cuando habla de las estaciones o de quienes velan por lo que queda de Lenin (y hacen dinero embalsamando cadáveres de potentados). Por no hablar del espionaje, las cosmonautas y su estatus, el desprecio de la teoría de la relatividad por su idealismo anticientífico, las ciudades cerradas en la intemperie siberiana (y la destrucción de los pueblos del norte por culpa de Gazprom) o del Asia Central (y los horrores de la experimentación nuclear). Si hay un término que plasme tanto lo que ocurrió en Chernóbil como la catástrofe del gran submarino Komsomólets es razguildiaystvo: un estado espiritual soviético que mezclaba indiferencia, dejadez y mentiras, y que contribuyó al hundimiento atroz del sueño.
Como colofón a estos relatos del mundo caben otras miradas sobre la realidad, como la que logra la artista Victoria Lomasko (Sérpujov, 1978), que en Otras Rusias muestra cómo es posible hacer crónica cruda y cuajada de datos de la Rusia de Vladímir Putin mediante el cómic (sus clases de dibujo en el reformatorio no se pudieron editar en libro y las atesora el Museo Reina Sofía), y deja el amargor de la verdad en Los esclavos de Moscú o Las chicas de Nizhni Nóvgorod.
El amargor que deja también Feria, de Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991). Esta crónica —que es también autobiografía de alguien que practica el periodismo pero trabajó de guía y en una tienda de ropa— se sirve del sarcasmo lírico para ofrecer una radiografía española de quienes “envidian” la vida que tuvieron sus padres. Se pregunta si ella y la gente de su generación son más libres, más conscientes, más felices que sus progenitores. Ana Iris Simón duda de que el periodismo se pueda estudiar, pero su refinada mirada y su sintaxis dan en el blanco cuando indagan en sus antepasados feriantes, o cuando en su retorno al pueblo (las tres realidades de su Criptana: “la ausencia total de relieve, el Quijote y el viento”: nada menos que 12 vientos atesoran sus molinos). La observadora incluye preguntas tan relevantes como si cada día vivido es un día perdido o un día ganado, descubre algo tan radical como que los prejuicios no sirven ni para vivir ni para contar el mundo, y que “no son solo padres, nuestros padres”.
She said
Traducción de Lucía Barahona.
Libros del K.O., 2021.
373 páginas. 22,90 euros.
En el valle del paraíso. Viaje a las ruinas de la URSS
Traducción de Ernesto Rubio y Agata Orzeszek.
La Caja Books, 2021.
425 páginas. 22,80 euros.
Otras Rusias
Traducción de Marta Nin.
Godall Ediciones, 2020.
313 páginas. 23,75 euros.
Feria
Círculo de Tiza, 2020.
220 páginas. 19,95 euros.
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