Irene Solà: “Se puede ser contemporáneo desde tu pueblo”

La escritora catalana triunfa con historias ambientadas en el lugar en el que nació tras “huir” a Londres y Reikiavik en busca de la universalidad. Ahora publica en castellano ‘Los diques’

Irene Solà, retratada la semana pasada en un paisaje cerca de Vic (Barcelona).©Consuelo Bautista

¡Mira, juegan como locos!”, señala Irene Solà los caballos de un prado cercano a su casa en su Malla natal (Barcelona). El mensaje subliminal en plena charla es doble porque la atención al detalle y el juego son dos señas de la narradora del momento de las letras catalanas, paradigma de la nueva hornada: sobre los 30 años (clavados, en su caso), dominio de idioma tan rico como desacomplejado y formación pluridisciplinar, mayormente Bellas Artes y audiovisual, adquirida en el extranjero. Su eclosión fue hace año y me...

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¡Mira, juegan como locos!”, señala Irene Solà los caballos de un prado cercano a su casa en su Malla natal (Barcelona). El mensaje subliminal en plena charla es doble porque la atención al detalle y el juego son dos señas de la narradora del momento de las letras catalanas, paradigma de la nueva hornada: sobre los 30 años (clavados, en su caso), dominio de idioma tan rico como desacomplejado y formación pluridisciplinar, mayormente Bellas Artes y audiovisual, adquirida en el extranjero. Su eclosión fue hace año y medio con Canto jo i la muntanya balla (Anagrama; 46.000 ejemplares en catalán y 12.000 en castellano; premios Anagrama Llibres y Literatura de la Unión Europea; llevada al teatro), pero venía precedido de un poemario, su debut, Bèstia (2012; premio Amadeu Oller), i Els dics (L’Altra Editorial, 2017; premio Documenta), su estreno narrativo, del que hoy se han doblado ventas y ahora llega al castellano (Los diques; Anagrama).

Todo está en la infancia. “De niña pedía que me contaran historias y me cantasen canciones, especialmente mi madre; con los años, las contaba yo alrededor del fuego en noches de campamentos, más como storyteller que como inventora de relatos”, confiesa. Y el chispazo final, un primer premio de redacción escolar con 13 años de Coca-Cola: “Gané un ordenador para mí sola; las ganas de escribir se desbocaron”. Un bachillerato de humanidades “muy poco creativo” la arrojó a Bellas Artes, capital en su narrativa. “Creen ver su influjo en mi uso de dibujos y fotos; pero su huella está en la metodología, explorar a partir de preguntas: qué quiero aprender, a qué ideas quiero dedicar mis horas”. Y luego, el influjo del juego, “pero un juego exageradamente serio, como trabajo, y eso también viene del arte”. Resultado: “Mis libros me sorprenden, son verdaderos aprendizajes”.

El influjo del arte en mi obra no está en las fotos y en los dibujos, sino en la metodología, en explorar a partir de preguntas

Uno se imagina, pues, a Solà como uno de esos niños que describe en Los diques, “entendiendo las conversaciones de los adultos, aunque éstos no se lo piensen, (…) que, como los perros, perciben el sutil cambio de olor de sus padres…”. Un poco es así. “Voy con las orejas levantadas siempre; cazo al vuelo todo lo que puedo y propicio momentos para captar cosas; la familia y los amigos lo saben de siempre… Los diques no deja de ser una reflexión sobre el escribir, de dónde salen y a quién pertenecen las historias, y cuándo se separan realidad y ficción, si lo hacen”. Y ahí, a partir de Ada, joven que regresa a su pueblo tras estudiar en el extranjero y se plantea escribir sobre su vida y su pueblo, Solà se escuda en Faulkner. “Decía que todo autor bebía de tres fuentes: de lo que le pasa, de lo que roba de los otros y de lo que se imagina; yo he intentado ver cómo eso muta en narrativa, cómo al caos y al río desbordado que es la vida los ordenamos contando historias, haciendo canales y diques para poder escucharla y darle metáforas y símbolos; darle sentido”.

Muesca intransferible de Solà es que todo adquiere cuerpo y voz, así un amanecer, la luz, unas nubes o los animales, hasta el extremo de que éstos no son humanizados, sino que son las personas las animalizadas: la gente mira “con cara de gato” y un día es triste como “una mar sin delfines”. También en Los diques se oirá la voz interior de una vaca, preludio de la polifónica y mágica naturaleza tan elogiada de Canto jo… “Esa animalización ya estaba en Bèstia. Me interesa pensar no solo desde la perspectiva humana y de ahí esas subjetividades narrativas: quiero mirar el mundo desde todas las maneras y lugares posibles, y eso comporta un juego de pensamientos, de lenguaje…”. Una “reflexión del antropocentrismo” que atribuye a Bellas Artes y al máster en Literatura, Cine y Cultura Visual por la Universidad de Sussex. “En antropocentrismo y animal studies, el arte va muy por delante de la literatura”.

El mundo rural que narra Solà no es bucólico, se respira una imperceptible violencia larvada: en Los diques hay roces entre ciclistas y payeses o un jabalí es atropellado por un motorista, a su vez embestido por el resto de la manada; en Canto jo… un rayo parte a un hombre. “La dualidad humana es la de vida y muerte: es terrible lo que le pasa a uno, pero lo es para ese y basta; en la naturaleza nada se para, la vida sigue; no me parece que la vida sea menos cruel que la muerte, ni nunca me ha parecido la muerte un final”.

Brighton, Londres o Reikiavik son las ciudades donde ha vivido Solà, que pergeñó sus dos novelas en Inglaterra, si bien ambas transcurren en una Cataluña rural. “Hui de Malla con 18 años para vivir historias universales, para aprender en grandes ciudades relatos que creía buenos solo por ser en principio factibles ahí… Pero me di cuenta, y en eso influyeron mucho cómo los islandeses narraban sus leyendas con seriedad y universalidad, que las historias que quería contar venían de aquí… Es decir: se puede ser contemporáneo desde Malla; se trata de explorar y hacer preguntas desde el ahora, un ahora crítico, feminista… Puedo hacer literatura contemporánea desde donde decida”, afirma, sentada en un prado solitario de un pueblo de 272 habitantes.

Coetáneas y cercanas en lo geográfico y lo espiritual como María Cabrera, Mireia Calafell o la colega de Bellas Artes Alicia Kopf alternan en las preferencias de Solà con jóvenes anglosajonas “megadiferentes” como Sophie Collins o Heather Phillipson, o la artista francesa Camille Henrot, o la directora de cine argentina Lucrecia Martel. “Caben todos”, sonríe, citando a Juan Rulfo, Mercè Rodoreda y Víctor Català (“guiño descarada y activamente a ambas”). Y vuelve al inicio con Mariana Enríquez y Cristina Morales, otra multidisciplinar. “No tiene sentido cerrarse a ninguna disciplina para escribir; somos permeables, vivimos así, transgrediendo cajones…”.

Y en esa dinámica debe entenderse las fotografías que cierran Los diques, guiño a una autoficción de la que se siente lejos. Más seria es la anáfora “Esta es…” que inicia muchos párrafos: “Es un juego de cámara, como repasar juntos las fotos de un álbum familiar, mirar las cosas y un mundo como si pudieras tocarlo, una ficción frente a una falsa realidad: toda foto es una mirada y un momento desde el aquí, nada es neutral”, dice antes de coger su coche y serpentear por un camino rural. Pasará al lado de una señal con 11 de las masías que conforman Malla: algunos nombres resuenan en el libro. Antes, Solà había apostillado a la aseveración de que vivir es un gran cuento: “O, al menos, lo explicamos como tal”.

'Los diques'

Irene Solà.
Traducción de Paula Meiss.
Anagrama, 2021.
232 páginas. 20 euros.


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