La segunda vida de las minas
La abundancia de historias sobre el carbón rellena un hueco que nunca existió en otras tradiciones literarias. El cine o el arte contemporáneo también se han interesado por el funesto destino de la minería
La acelerada desindustrialización de las últimas décadas ha tenido un inesperado efecto colateral: el interés creciente que los relatos literarios han demostrado por el mundo de la minería, convertido también en foco de atención puntual de disciplinas como el cine o el arte contemporáneo. Todas ellas han transformado al minero en héroe y víctima, a la vez, de la penúltima metamorfosis del modelo económico. En España, el fenómeno se produce con cierto retraso, sin duda por la presencia tangencial de la cuestión obrera en la literatura de buena parte del siglo XX. El discurso de Pérez Galdós ...
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La acelerada desindustrialización de las últimas décadas ha tenido un inesperado efecto colateral: el interés creciente que los relatos literarios han demostrado por el mundo de la minería, convertido también en foco de atención puntual de disciplinas como el cine o el arte contemporáneo. Todas ellas han transformado al minero en héroe y víctima, a la vez, de la penúltima metamorfosis del modelo económico. En España, el fenómeno se produce con cierto retraso, sin duda por la presencia tangencial de la cuestión obrera en la literatura de buena parte del siglo XX. El discurso de Pérez Galdós al ingresar en la Real Academia Española en 1897, tres años después de que Zola publicase Germinal —tan admirada por los distintos exponentes patrios de la vena naturalista—, se titulaba La sociedad presente como materia novelable, lo que no impidió que el obrero quedase excluido de la mayoría de retablos sociales.
La abundancia de historias sobre el carbón en libros recientes puede interpretarse como el deseo de rellenar un hueco que nunca existió en otras tradiciones. Esta literatura del posindustrialismo arraiga desde hace años en la literatura inglesa —GB84 (Hoja de Lata), de David Peace, sobre la histórica huelga provocada por el cierre de las minas en tiempos de Thatcher, que tantas comedias sociales ha inspirado en el cine británico— y también estadounidense —La fiebre del carbón (Siruela), de Tawni O’Dell, con la decadencia minera de Pensilvania como telón de fondo—. En la literatura francesa sobresalen títulos como El día antes (Reservoir Books), de Sorj Chalandon, inspirada en un accidente mortal en una mina del Pas de Calais, o Sus hijos después de ellos (AdN), de Nicolas Mathieu, premio Goncourt de 2019, ambientada en la Lorena de los noventa, cuando cerraron las últimas minas y los primeros hornos industriales.
También en Francia se estrenó a comienzos de 2020 Mine de rien, una de esas comedias amables que tanto abundan en su cinematografía, protagonizada por dos obreros en el paro que abren un parque de atracciones en una mina de carbón abandonada. Bienvenidos al Norte (2008), la película que abrió la veda a este subgénero, ya fue parcialmente rodada en el antiguo pueblo minero de Bruay-la-Buissière. Símbolo de ocaso industrial en el mundo occidental, las minas adquieren connotaciones distintas en otros lugares del planeta. Por ejemplo, el nuevo cine chino las ha usado como decorado cotidiano, como demuestran los casos de Jia Zhangke (Más allá de las montañas), Diao Yinan (Black Coal) o Zhao Liang (Behemoth, censurado documental sobre el impacto social y medioambiental de la minería intensiva en Mongolia).
El arte contemporáneo también ha bajado a la mina. En 2001, Jeremy Deller recreó la batalla campal entre los mineros en huelga y la policía en la localidad de Orgreave, en un reenactment en el que participaron algunos de los protagonistas reales del conflicto en 1984. Steve McQueen se adentró en la mina más profunda del planeta, situada cerca de Johannesburgo, para reflejar en su vídeo Western Deep (2002) las condiciones infrahumanas de operarios que trabajaban a 80 °C, igual que el fotógrafo David Goldblatt quiso devolver la dignidad a los mineros sudafricanos en su serie Soweto (1972). Exposiciones de arte como la Ruhrtriennale de 2011, en la cuenca industrial de esa región alemana, o la bienal Manifesta de 2012, que tuvo lugar en las minas cerradas de Waterschei, en Genk (Bélgica), también han participado en este poderoso intento de ver en el carbón algo más que una energía fósil.