Gaspar Noé: “El culto religioso al cine ya ha desaparecido”
El director estrena ‘Lux Æterna’, un híbrido muy contemporáneo entre película de autor y publicidad de lujo en forma de sátira feroz de la industria cinematográfica
“¿Menospreció Solo contra todos, odió Irreversible, abominó Enter the Void, maldijo Love? Venga a celebrar Climax”. El mensaje promocional impreso en el póster de la anterior película de ...
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“¿Menospreció Solo contra todos, odió Irreversible, abominó Enter the Void, maldijo Love? Venga a celebrar Climax”. El mensaje promocional impreso en el póster de la anterior película de Gaspar Noé (Buenos Aires, 1963) tenía dos lecturas posibles. Reflejaba el gusto irremediable por la polémica del director francoargentino, pero también podía entenderse como oración adversativa: tras el estruendo de sus primeras películas, con Climax llegó un ápice de un reconocimiento crítico que se le seguía resistiendo a Noé, perjudicado por la provocación estéril que brota en su cine y por una sensación de gratuidad que hace que muchos sigan sin poder soportarlo.
Dos años después, cabe preguntarse si le interesaba alcanzar esa cumbre. Igual que sus idolatrados Buñuel, Fassbinder o Godard, cuyas citas célebres funcionan como signos de puntuación que separan las escenas de su nueva película, Lux Æterna, Noé también parece alimentarse del rechazo ajeno. Pudo haberse dormido en los laureles y dirigirse hacia un cine más convencional, si es que esa palabra existe en su diccionario, pero el director prefirió firmar una película de una hora escasa de duración, rodada en dos días, con diálogos íntegramente improvisados, nacida como un encargo de Saint Laurent —en un nuevo ejemplo del putsch de la moda sobre el sector cultural— e interpretable como una sátira feroz de la industria cinematográfica, que describe los rodajes como aquelarres en los que sale a relucir lo peor de la condición humana.
“No sé si refleja mi visión del cine, porque nunca me he metido en líos tan grandes como el que cuenta esta película, salvo en el rodaje de un anuncio de preservativos en el que acabé mandando a todo el mundo a la mierda”, se carcajea Noé desde su oficina en París. “Hay violencia en el cine, pero no más que en cualquier grupo social. Desde que salí de la escuela he asistido a situaciones de conflicto recurrentes. Esta película recoge los peores recuerdos de cuantos participamos en ella”. Para algunos cineastas, un rodaje es un circo, un delirante ritual de vida. Noé parece insinuar que para él es más bien un ritual de muerte. “No llega a ser tan grave, pero es cierto que, ante una situación de conflicto [en un rodaje], hay quien sufre y quien se crece, porque goza insultando y amenazando”. No llega a admitir que él es de los segundos, pese al historial de escándalos que le precede, de la brutal escena de violación en Irreversible a la del niño encerrado en la habitación en Climax, pasando por la eyaculación en primerísimo primer plano (y en 3D) de Love, que fue prohibida a menores de 18 años en Francia. “No le doy importancia. Si alguien me dice que odia mi cine, le respondo con un abrazo. Necesito a espectadores como ellos. Que me insulten me da igual. Una mala crítica es solo la opinión de una persona. Mi padre en el cine se lo tomaba peor…”, dice sobre Fernando Solanas, fallecido hace pocos días, con quien empezó como ayudante de dirección en los ochenta. “Yo lo veo así: cuanto peor hablan de ti, más hablan de ti”.
Su cine siempre ha buscado el cuerpo a cuerpo con un espectador convertido en víctima masoquista que consiente sus abusos. “Provocar no es buscar el conflicto, sino manifestar una necesidad de libertad dialéctica”, matiza. “Ahora todo el mundo debe cuidar sus palabras. Yo no quiero hacer eso, porque aspiro a seguir viviendo en el mundo de Pasolini, Buñuel o Eloy de la Iglesia”. En la película, sus ídolos son citados por sus nombres de pila, como si quisiera bajarlos de un pedestal. Noé desestima esa pista: “Las películas que consumes de joven forman parte de tu realidad íntima. Esos directores son parte de mi vida, como un amigo o incluso un padre. Más que desacralizarlos, quise acercarlos a mí”.
“Si alguien me dice que odia mi cine, le respondo con un abrazo. Necesito a espectadores como ellos”
La película está rodada en pantalla partida, esa vieja técnica que ha regresado a nuestros códigos visuales en este año de comunicación remota. “Zoom me aburre, porque es una split screen de planos fijos y parecidos. Es más divertido cuando pasan cosas distintas en cada pantalla. Yo les he añadido subtítulos que aparecen por todas partes y que es casi imposible leer. El espectador siempre está llegando tarde y se siente perdido. Eso sí me dio placer…”, dice con sadismo indisimulado. El aturdimiento siempre ha formado parte de sus intenciones. Noé firma imágenes que quieren alterar los sentidos e incluso conducir hacia la enajenación. El cine como epilepsia, una idea que formula en la apoteósica crucifixión final de Lux Æterna. “Una película puede hacerte llorar, subirte la adrenalina o ponerte furioso, pero solo si crees que esa pantalla bidimensional es la realidad”, apunta Noé, como si responsabilizara a quienes salen del cine poniendo el grito en el cielo.
Lux Æterna es la suma del máximo naturalismo y el artificio supino. “Me gusta tanto Brian De Palma como Jean Eustache y su entendimiento documental de la realidad”, confirma Noé. Es también un híbrido muy contemporáneo entre cine de autor y publicidad de lujo: Charlotte Gainsbourg, que interpreta a una bruja al lado de Béatrice Dalle, es imagen de la marca que pone el dinero. Los intérpretes visten con sus modelos y accesorios, y un bolso protagoniza un plano secuencia. “Hay tantas imágenes que hoy la gente se toma menos en serio el cine, y eso me parece una virtud. Antes se consideraba un arte muy serio, frente a la televisión, un arte popular. Hoy todo forma parte de lo mismo: cine, series, publicidad, documental… Todo se mezcla y se consume en la misma pantalla. El culto casi religioso al cine ya ha desaparecido. Solo queda algún festejo anual, como el Festival de Cannes, que es el Vaticano de los cinéfilos. Y este año no se celebró…”, farfulla Noé, que se considera tan integrista como iconoclasta. “Como todo creyente, tengo mis vicios. Otros coleccionan imágenes de vírgenes. Yo colecciono pósteres de 2001, una odisea del espacio”, confiesa. Después de todo, el título de su película no engaña: así se llamaba el coro de Ligeti que Kubrick usó memorablemente medio siglo atrás.
Lux Æterna. Gaspar Noé. Estrenada ayer en cines.