Christian Petzold: “Ya no somos capaces de soportar la complejidad de la historia”
El director alemán estrena ‘Ondina’, una puesta al día del mito romántico de las sirenas fluviales que vuelve a indagar en las heridas mal cicatrizadas del pasado de su país
Los hombres viven, las mujeres sobreviven. La máxima que solía utilizar Claude Chabrol para justificar la querencia de su cine por las heroínas parece guiar la filmografía reciente de Christian Petzold (Hilden, Alemania, 1960), descubierto en una Berlinale ya lejana con Gespenster (2005) y convertido en uno de los directores más sugerentes en el cine europeo actual, que acaba de estrenar ...
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Los hombres viven, las mujeres sobreviven. La máxima que solía utilizar Claude Chabrol para justificar la querencia de su cine por las heroínas parece guiar la filmografía reciente de Christian Petzold (Hilden, Alemania, 1960), descubierto en una Berlinale ya lejana con Gespenster (2005) y convertido en uno de los directores más sugerentes en el cine europeo actual, que acaba de estrenar Ondina en las salas españolas. La protagoniza una reencarnación contemporánea de las sirenas de río que pueblan la mitología alemana, surgidas durante la reacción romántica a la industrialización galopante del siglo XIX, y que en su día ya fascinaron a Hoffmann, Giraudoux o Apollinaire por su destino trágico: están condenadas a morir si no cuentan con el amor de un humano. A Petzold le interesó más la relectura del mito de las ondinas que hizo Ingeborg Bachmann, quien creía que la maldición del personaje procedía de los hombres, incapaces de ser fieles porque solo saben amarse a sí mismos.
Esa es la luz que ilumina a su nueva protagonista (Paula Beer, revelada por François Ozon en Frantz) en una película que reincide en varias de las obsesiones de Petzold: las heroínas trágicas sin coro y sin dioses dispuestos a salvarlas, los planos de espaldas, las heridas mal cicatrizadas de la historia alemana y la identidad como resultado de esta, una idea que atribuye a su larga colaboración con el fallecido Harun Farocki. “Siempre he escogido personajes que deben partir de cero, a veces a través del engaño o la actividad delictiva, y para quienes la idea de la identidad es una especie de trabajo”, afirma Petzold por videollamada desde su despacho en Berlín. “Ondina depende de lo que los hombres piensan de ella. En un momento dado, decide crearse su propia identidad. Quiere ser la que ama y no solo la amada. Es como un trabajador que decide dejar de obedecer una orden”, añade Petzold, formado en el seminario del que saldría la futura Escuela de Berlín, igual que Angela Schanelec y Thomas Arslan.
Como en sus películas anteriores, Petzold vuelve a describir al individuo como resultado de la historia y sus avatares. En Barbara (2012), una médica sufría el acoso de la Stasi tras haber solicitado sin éxito un permiso para abandonar la RDA. En Phoenix (2014), una mujer judía con el rostro desfigurado en los campos de concentración buscaba a su marido en la sociedad en ruinas de la posguerra. Y, en En tránsito (2018), el director transponía a la Marsella de hoy el drama de quienes intentaron escapar a la persecución nazi, en un paralelismo perturbador con un continente que, por aquel entonces, ahuyentaba a sus refugiados o dejaba que se ahogaran en el mar.
En todos los casos, Petzold insinuaba que las circunstancias históricas nos definen mucho más que el perfil sociológico o el contexto familiar. “Se puede decir que todos mis personajes se han caído de sus familias. Para ellos, la familia ya no existe y tienen que vivir solos”, dice Petzold. A veces, tararean las canciones de una infancia remota y borrosa, como sucedía en Barbara o en Phoenix. “Pero la familia, presentada por todos los políticos como el núcleo del Estado, ya no ofrece ningún tipo de seguridad”, asegura el director, nunca falto de lecturas políticas.
La noción de orfandad es, para Petzold, un elemento central en la digestión permanente de la historia alemana que propone su cine. Recuerda que, cuando estudiaba, su clase recibió la visita de Jean-Luc Godard, que estaba rodando Alemania año 90 Nueve Cero, donde un quijotesco Eddie Constantine deambulaba por el país en los meses posteriores a la reunificación. “Nos dijo que era una película sobre la soledad de Alemania, y esa frase me marcó tremendamente. Tal vez de ahí procede mi amor por el cine americano, que también es un cine de la soledad”, afirma Petzold. En los últimos años, el director se ha interesado por dos géneros estadounidenses por antonomasia: el cine negro y el melodrama, precisamente reinventados por los directores alemanes que huyeron del nazismo. “Ambos géneros tratan siempre de personas heridas. Y eso, de alguna manera, ha calado en mi filmografía”, reconoce Petzold, que se adentra en una fase de maestría que nunca renuncia a los pliegues y a las grietas, que apela al inconsciente del espectador y aviva así el misterio de un cine imperfecto pero poderoso.
Reconstrucción imposible
Ondina trabaja como guía en un museo de Berlín que reproduce con gigantescas maquetas la reconstrucción de la ciudad, enunciada en pasajes un tanto teóricos que, pese a todo, aportan un sólido subtexto a su película. El renacimiento imposible de la protagonista y el del buceador que la corteja (Franz Rogowski, el Joaquin Phoenix teutón) refleja el de la propia ciudad, erigida sobre las arenas movedizas de una marisma. “Existe ese paralelismo. La pregunta es si podemos reconstruir algo. ¿Podemos volver a lo que Berlín fue antes del nacionalsocialismo? ¿Se puede regresar a ese lugar? Veo la tentación de una retrohistoria. Detecto un deseo por ello en las series de televisión y en la arquitectura. Hoy observo un gran anhelo por una buena Alemania...”, responde el director.
Una escena evoca la demolición en 2008 del Palacio de la República, sede del Parlamento de la RDA, para dejar hueco a la reconstrucción del antiguo Palacio Real de Berlín, un pastiche renacentista que Petzold considera la piedra angular de este borrado a conciencia de las partes más incómodas del pasado. “Existe una voluntad de reescribir la historia. La demolición del Palacio de la República y del muro de Berlín son como borrar la palabra nigger de las páginas de Huckleberry Finn: significa que ya no somos capaces de soportar la complejidad de la historia”, opina. Además del agua, el principal leitmotiv de esta película son los puntos de fractura, las relaciones que se rompen, un acuario que explota sin motivo aparente, un vaso de vino que estalla contra la pared y deja las huellas de las tragedias del pasado a los próximos inquilinos, esos inmigrantes españoles, forzosos o voluntarios, que invadieron la ciudad alemana en la penúltima crisis. “Para volver a pegar las piezas del mundo, primero necesitamos explosiones”, concluye Petzold, recordando el principio de destrucción creativa en el que también se amparan sus propias películas.
Ondina. Christian Petzold. Estrenada en cines este viernes.