Una economía de contrastes durante el primer año de Milei
La devaluación, la inflación y el ajuste le permitieron al presidente recomponer el equilibrio fiscal. Como contracara, Argentina pasó de ser uno de los países más baratos de la región a ser uno de los más caros
Javier Milei asumió un año atrás la presidencia de un país presidencialista y federal, con solo el 15% de los diputados y el 10% de los senadores. El Banco Central (BCRA) estaba quebrado y apuntalado con cepo cambiario, producto de haber abusado por casi 20 años del financiamiento monetario al fisco.
Los síntomas eran una inflación mensual de dos dígitos (200% en el acumulado de 2023), una brecha cambiaria entre el dólar financiero y el oficial arriba del 150%, un sistema averiado de precios con bienes ridículamente caros en una economía muy cerrada, tarifas ridículamente baratas financiadas con subsidios y baja calidad de los servicios públicos. El poder de compra de los ingresos (salarios y jubilaciones) se venía derrumbado con la inflación. Desde 2012, cuando se estableció el cepo cambiario para manejar la escasez de divisas, la economía se estancó con una perversa sinusoide coordinada por la maximización del corto plazo en un país con elecciones cada dos años y una escalada en los niveles de pobreza.
Resolver el entuerto heredado por el actual Gobierno requería un programa económico pragmático, que recreara la moneda y el crédito e intentara evitar que se arrancara, una vez más, rompiendo contratos. Claro que, para que el programa funcionara, se requería que en simultáneo se avanzara en los otros dos ejes de un triángulo equilátero: la gobernabilidad y las reformas que apuntalen la productividad sistémica, permitiendo la apertura de la economía sin generar un desastre en términos de empleo.
Lejos del discurso de campaña, donde el entonces candidato llegó a recomendar no renovar plazos fijos porque “el peso era excremento”, mientras prometía una dolarización sin dólares, el esquema de política económica arrancó mucho más pragmático. Se trató de un shock cambiario controlado dentro del cepo, con un impacto inflacionario que operó como licuadora del gasto público y permitió recomponer rápidamente el equilibrio fiscal. La reducción de subsidios vía aumento en las tarifas y el recorte a casi cero de la obra pública y de las transferencias a provincias en un país federal, terminaron de hacer el trabajo. Combinación de licuadora y motosierra, el déficit fiscal después de intereses se redujo a cero en 2024 (caída del gasto de cinco puntos del PIB), cortando de cuajo el financiamiento monetario del fisco.
La recesión provocada por el sinceramiento cambiario, y el establecimiento de un esquema de pago en cuotas de importaciones, permitió que el banco central comprara dólares en un contexto donde el 20% de las exportaciones se volcó al dólar financiero, una forma de comprimir la brecha cambiaria. En simultáneo, se estableció un mecanismo para reducir la enorme deuda comercial privada que el Gobierno anterior había usado intentando impulsar la economía en el año electoral, con cepo y sin reservas.
Ajuste fiscal y externo tolerado por la sociedad, un banco bentral comprando reservas y una tasa de inflación que luego del salto inicial empezó a bajar coordinó un rally en los precios de los activos financieros desde el principio. El rally se frenó en mayo, cuando el BCRA dejó de comprar dólares producto del esquema cambiario adoptado y empezaron los primeros ruidos en el Congreso. Demoras en aprobar la ley Bases del Gobierno y más tarde la aprobación de las leyes de ajuste previsional y de financiamiento educativo (ambas impulsadas por la oposición) coordinaron la toma de ganancias. Desde entonces, los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), los vetos a las iniciativas opositoras y el recuento finito de los votos para evitar el rechazo de esos vetos se convirtieron en los mecanismos para sortear el Congreso. Se avizora que, por segundo año consecutivo, en 2025 el Gobierno se manejará sin un presupuesto aprobado, extendiendo las partidas por DNU.
El rally volvió a coordinarse en octubre, cuando estos mecanismos empezaron “a funcionar” y la tolerancia al ajuste se mantenía. Vista en retrospectiva, la decisión de usar dólares de las reservas para intervenir en la brecha cambiaria en julio, que parecía muy controvertida, se convirtió en un puente hasta llegar a un blanque de capitales que fue mucho mayor de lo esperado por los economistas y el mercado. Contracara de esto, el crédito en dólares subió en 7.500 millones. Parte de esas divisas son las que está comprando el banco central desde octubre, en un contexto donde la cuenta corriente cambiaria se tornó deficitaria.
La otra cara de este esquema es un tipo de cambio real multilateral que esta semana volvió a los niveles previos a la corrección de diciembre pasado. Es cierto que cuando se mira el dólar bilateral con Estados Unidos, todavía la inflación no consumió el salto inicial del 120%, pero la repentina fortaleza del dólar global post elecciones en Estados Unidos (dólar Index en 106) y fundamentalmente la devaluación del real brasileño (que esta semana superó los seis reales por dólar) aceleraron la apreciación del peso. Argentina pasó de ser el país más barato de la región a uno de los más caros y el aumento de la productividad sistémica que se busca vía desregulación no alcanza a compensar, sobre todo si se abre la economía.
La baja en la nominalidad empieza a impactar en las decisiones de las familias y las empresas, que deben adaptarse a un agresivo cambio de régimen que se extiende con claros ganadores y perdedores. El Régimen de Grandes Inversiones (Rigi) lanzado por el Gobierno amplifica estas diferencias, mientras se extiende el cepo y el esquema tributario/laboral impulsando la economía informal.
Por lo pronto, la normalización financiera con cepo cambiario ayuda a la desinflación y al rebote de la actividad, que a su vez ayuda en las encuestas que sostienen el rebote financiero, en una retroalimentación de momento positiva. De cara a 2025, la economía podría crecer 5% (volver a los niveles de 2022) y la inflación bajar al 30%. La política fiscal pasa a ser neutra (se sostiene el ajuste, pero no se profundiza), y la política monetaria/crediticia se tornó desde abril muy expansiva, con tasas domésticas desacopladas del riesgo país gracias al cepo. La política de ingresos también se torna positiva en el margen, sobre todo en los ingresos asociados al sector privado formal protegido, pero también en el informal sin protección, que empiezan a reaccionar. Los más afectados son los que reciben ingresos del Estado, ya sea salarios o transferencias, donde solo se salvó la Asignación Universal por Hijo (AUH), cuyo monto se duplicó. Eso explica en parte la tolerancia social al ajuste.
Finalmente, como siempre ocurre en un país partido al medio, la mirada binaria del mercado va a estar puesta en el resultado de la elección de medio término de octubre próximo, en una coyuntura donde “el centro” se desintegró y donde escalan los dos extremos, con Cristina Kirchner subiendo al ring.
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