La primera vez de los escritores indígenas en la Feria del Libro de Buenos Aires
En su 48º edición, el encuentro internacional de editoriales y libreros ofreció un ciclo dedicado a la literatura de los pueblos originarios. La historia de Liliana Ancalao, poeta mapuche
“Escribo con indignación, con impotencia, con tristeza”, dice Liliana Ancalao, poeta de la comunidad mapuche-tehuelche, uno de los pueblos originarios de la tierra que hoy es Argentina. “Cuando escribo recuerdo las atrocidades cometidas, el genocidio fundante de este territorio, los campos de concentración en los que estuvieron mis parientes, el despojo, los arreos humanos por cientos y cientos de kilómetros, el reparto planificado de los supervivientes”, enumera con tono calmo y doliente, sin consuelo. Su voz pudo escucharse en la ...
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“Escribo con indignación, con impotencia, con tristeza”, dice Liliana Ancalao, poeta de la comunidad mapuche-tehuelche, uno de los pueblos originarios de la tierra que hoy es Argentina. “Cuando escribo recuerdo las atrocidades cometidas, el genocidio fundante de este territorio, los campos de concentración en los que estuvieron mis parientes, el despojo, los arreos humanos por cientos y cientos de kilómetros, el reparto planificado de los supervivientes”, enumera con tono calmo y doliente, sin consuelo. Su voz pudo escucharse en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que por primera vez les dio lugar, institucionalmente, a los autores indígenas.
Casi cinco décadas transcurrieron para que este año, en su 48º edición, la Feria del Libro local, uno de los encuentros culturales más convocantes de Latinoamérica, le dedicara un ciclo a la literatura de las comunidades originarias del país, nutrida por más de quince lenguas aún activas. “Era una asignatura pendiente, una deuda que tenía esta feria”, reconoce Ezequiel Martínez, director de la Fundación El Libro. “Si no hablamos, si no escribimos, editamos y leemos estas lenguas, corremos el riesgo de perderlas.”
El mito de la Argentina blanca y europea está en los cimientos de la nación construida a partir de la conquista de su actual territorio y pervive hasta hoy en el repetido relato que consigna que los argentinos “descienden de los barcos” llegados del Norte, en la silenciosa exclusión de los pueblos originarios.
El origen negado
“Yo nací y crecí sin saber quién era”, cuenta Liliana Ancalao (1961). Su infancia transcurrió en Diadema, una localidad petrolera cercana a la ciudad de Comodoro Rivadavia, en la provincia de Chubut. El barrio estaba partido en dos por la traza de las vías ferroviarias: “De un lado vivían los jefes y administradores de la empresa petrolera, del otro los obreros”. La misma división se repetía en otros escenarios: “En la escuela yo notaba que las maestras me llamaban por el apellido y a los hijos de los administradores, por el nombre. Al principio pensaba que era una diferencia social, después, con el tiempo, me di cuenta de que la diferencia era, además, otra”. Las distinciones de clase se cruzaban con las distinciones raciales.
El contacto inicial de Ancalao con su origen llegó un verano en que sus padres pudieron costear un viaje “al campo” —así le decían—, cientos de kilómetros a través de la Patagonia hasta la casa de su abuela. Allí escuchó, por primera vez, “hablar en lengua” —así le decían—. “Cuando ya grande supe que yo era mapuche, con esa palabra empezó a cohesionarse todo, todo lo que hasta ese momento había estado suelto. Supe que en realidad no íbamos ‘al campo’, sino a una reserva mapuche, la Colonia Cushamen. Supe que esa era una parte del territorio ancestral, que ocupaba parte de lo que hoy es Argentina y parte de lo que es Chile. Supe que ‘hablar en lengua’ era hablar en mapuzungun”, el idioma de sus antepasados. “Supe que esa forma en que hablaba mi familia de ir ‘al campo’ y de ‘hablar en lengua’ eran palabras impuestas para disimular un origen que hasta entonces era desconocido para mí.”
La vergüenza y el ocultamiento de un pueblo oprimido coexistían con prácticas cotidianas que mantenían viva esa identidad. “Algunas memorias habían seguido circulando en la intimidad familiar”, recuerda Ancalao, en ciertas comidas y en remedios caseros, en la ropa de abrigo tejida en telares.
Del dolor a la ternura
A fines del siglo XIX, a ambos lados de la Cordillera de los Andes, Argentina y Chile emprendieron campañas militares para tomar el control de la Patagonia. Los mapuches sufrieron muertes, fueron privados de sus posesiones y desplazados de sus tierras. “No sólo fueron las atrocidades cometidas en lo que se llamó Campaña del Desierto y Pacificación de la Araucanía, sino las que siguieron después también. Cuando mis antepasados llegaron a los nuevos territorios, entregados como una limosna, los estancieros vecinos les corrían los alambrados y les iban quitando los lugares con agua y pasto para los animales; los bolicheros mentían sumas fraudulentas en las libretas de ramos generales y la gente terminaba pagando las deudas con su campo y sus animales”, dice Ancalao. La poeta une las heridas de la conquista con la amenaza que actualmente representa “el avance de las empresas mineras, las hidroeléctricas, las inmobiliarias, siempre en un contexto en que la posesión de la tierra era y sigue siendo precaria”.
La literatura de Ancalao narra el dolor del pueblo mapuche y reivindica su cultura de un modo peculiar, marcado por la tragedia de la historia: ella no es hablante sino aprendiz de su lengua materna y paterna. “Yo busco las experiencias y la espiritualidad de mi pueblo, las paso por mi cuerpo, escribo en castellano y después me autotraduzco al mapuzungun. No son traducciones literales. Seguramente, en esos pasajes se pierde y se gana. Cambia todo, de los dos lados.” Por eso, dice, no sólo escribe con indignación e impotencia. “También escribo con nostalgia y tristeza por ese idioma que nos perdimos todos. Nostalgia de ese modo de concebir el mundo, donde todos fuimos parientes, incluso con los animales, los ríos, las plantas. Escribo concentrada en mi corazón, en mi corazón está mi gente, mi pueblo mapuche. La ternura se mezcla con el dolor, desde allí escribo.”
Diálogos y lecturas
El ciclo “La palabra indígena. Diálogo con escritoras y escritores originarios” se desarrolló durante tres días en la Feria del Libro. El escritor Fabián Martínez Siccardi, uno de sus coordinadores, destacó que la idea es que la iniciativa tenga continuidad y que este haya sido “el inicio de un largo camino para la literatura originaria dentro de los foros más importantes de la literatura argentina”. En esta primera edición, autores de los pueblos yagán, aymara, mapuche y quechua conversaron con investigadores y traductores, también compartieron sus escritos.
“La tarde del sábado para lavar la ropa” se titula uno de los poemas que leyó Liliana Ancalao, dedicado a los trabajadores rurales fusilados en los hechos conocidos como “la Patagonia rebelde”, entre 1920 y 1922: “La tarde del sábado / para lavar la ropa / pedían / los peones / ... / y que en los puestos / esa distancia alambrada / en la inmensidad del latifundio / el hombre no esté solo / condenado a estar impar / eso pedían / a cambio de volver / a producirles las ganancias / y los ataron / como hacía cuarenta años / a sus parientes / ... / los milicos obedientes / de los muy enriquecidos / no les dijeron no / tampoco sí / al sábado a la tarde / ... / balas / les dieron / los milicos obedientes / primero los pusieron paraditos / y en fila / como los postes del alambre / a los peones que se habían atrevido / les apuntaron ahí / a la memoria / y / fueron cayendo / las camisas con sangre / que ningún jabón refregará el sábado a la tarde / y vuelve a gotear el dolor / mierda / vuelve”.