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Javier Milei
Columna
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La terapia de choque de Javier Milei

Comienza una nueva etapa en Argentina: el país afronta tiempos turbulentos en los que el nuevo presidente Milei tendrá que lidiar entre sus deseos y sus posibilidades

javier milei
Javier Milei después de prestar juramento como próximo presidente de Argentina, en el Congreso Nacional de Buenos Aires.MATíAS BAGLIETTO (REUTERS)

Y llegó el día en que un presidente de Argentina les dijo la verdad a los ciudadanos. Que no hay más dinero, que se vienen tiempos de vacas flacas, que estamos quebrados y que habrá más pobres, que la situación educativa y social es dramática, y que lo que viene puede ser aún peor. ¿Y lo más notable? Cosechó aplausos. Queda por ver si este primer apoyo perdura en el tiempo. Y cuánto podrá hacer de lo que quiere hacer.

Javier Milei asumió al frente de un país en bancarrota que, como se encargó de recordar en su discurso inaugural, afronta una situación “crítica”, con una inflación del 300% anual que puede dispararse al 15.000% anual, con casi el 50% de los argentinos por debajo de la línea de la pobreza que puede llegar al 90%, y sin acceso al crédito externo, por lo que sólo queda apelar a una terapia de shock. Habrá ajuste y será duro, dijo, aunque prometió que recaerá “casi” todo en el sector público. Resta ver cómo se plasmará ese “casi”.

“Es el último trago para comenzar la reconstrucción de Argentina”, prometió en el discurso que brindó desde las escalinatas del Congreso, de cara a la población y de espaldas a la clase política, que reunida en asamblea legislativa le había tomado juramento y entregado los atributos de mando: la banda y el bastón presidencial con la cara de sus cinco perros y los nombres de cada uno de ellos: Conan, muerto y clonado, Murray, Milton, Robert y Lucas.

Comienza, así, un cambio de época, retratado en múltiples imágenes a lo largo de la jornada. Con la ahora vicepresidenta saliente Cristina Fernández de Kirchner que pasó de cosechar el 54% de los votos en 2011 y prometer que irían “por todo” a levantar el dedo medio de su mano derecha a quienes la insultaban. O Milei, acercándose a estrecharles las manos a los oficiales superiores de las Fuerzas Armadas y de Seguridad que durante años y años fueron denostadas. O el propio Milei, invocando en su discurso al expresidente de fines del siglo XIX y principios del XX, Julio Roca, denostado por los revisionistas, y cosechando aplausos.

Eso sí, ahora nadie puede alegar que el nuevo presidente los engañó. Ganó las elecciones esgrimiendo una motosierra como ícono del recorte brutal del gasto público que prometió. Y en su discurso inaugural reafirmó que “no hay plata”, que afrontaremos entre 18 y 24 meses durísimos de estanflación, que quien corte una calle no cobrará un plan social y que se acabó el “siga, siga” permisivo para la delincuencia y mucho más.

¿Qué respuesta cosechó? Depende. En la plaza, cánticos de apoyo. “¡Motosierra, motosierra!”, celebraron cuando desgranó recortes; “¡Policía, policía!”, cuando trazó límites a la protesta social y rescató la labor de las fuerzas de seguridad. Pero aquellos políticos de todos los espacios a los que se negó a hablarles en la asamblea legislativa se aprestan para una “resistencia con aguante”, una “oposición tiempista” y una negociación “ley por ley, artículo por artículo”.

Por eso, a partir de ahora y a lo largo de todo su mandato de cuatro años, Milei lidiará entre sus deseos y sus posibilidades. Sin legisladores suficientes en la Cámara de Diputados y el Senado, y sin gobernadores propios, deberá moverse con muchísima astucia para impulsar la gran reforma del Estado que considera insoslayable para sacar a la Argentina de la decadencia que considera que lleva 100 años. Pero corre el riesgo de quedarse en la declamación del diagnóstico, en el voluntarismo.

Milei dependerá de su talento y de sus colaboradores para tejer alianzas permanentes o transitorias en el Congreso que le permitan aprobar ciertas leyes, o para cosechar el visto bueno de los tribunales cada vez que recurra a decretos de necesidad y urgencia. Pero, por encima de todo, dependerá de la paciencia y la resiliencia –palabra que remarcó en su discurso- de los argentinos para afrontar con una crisis que, alertó, puede resultar terminal. Y mucho dependerá de él, de su capacidad de darle a la sociedad una perspectiva de futuro, una esperanza, un ideal.

“Ningún gobierno recibió una herencia peor que nosotros”, dijo Milei, que recordó dos páginas negras de la historia nacional en su discurso. La primera, el “rodrigazo”, por el plan de ajuste que en 1975 anunció el entonces ministro de Economía, Celestino Rodrigo, que multiplicó por seis algunas variables económicas. ¿La segunda? La hiperinflación de Raúl Alfonsín.

Rodeado por el rey de España, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el expresidente de Brasil Jair Bolsonaro, entre otros invitados, el economista libertario que hace apenas dos años llegaba al Congreso con una fuerza escuálida y ganó el balotaje de noviembre con el 55% de los votos osciló entre el diagnóstico atroz y la promesa algo mejor. Afirmó que “hay luz al final del camino” y que “será difícil, pero lo vamos a lograr”, convocando a los argentinos “a ponerse de pie, que vamos a salir”.

Comienza, pues, una nueva etapa en Argentina, que ingresa en terreno incierto. Serán tiempos turbulentos, que pueden marcar un punto de inflexión y convertir a Milei en uno de los grandes presidentes de Argentina, que se cuentan con los dedos de una mano… o sumirlo en el ostracismo, donde recalaron la inmensa mayoría de los que ocuparon el mismo despacho de la Casa Rosada.

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