Guapería cubana, móviles y gritos de libertad en el santuario de San Lázaro
Cada 17 de diciembre, los cubanos peregrinan al Santuario de San Lázaro para pedir salud y otros milagros
Suena el teléfono y del otro lado siento la voz aguardentosa de Lázaro: “¿Viste?”, dice, y me doy cuenta de que sigue encallado en nuestra conversación del último día (la de que “la cosa está tan mala que todo el mundo se va a largar”).
Lázaro comenta la última noticia de esta semana. Dos hombres se ahogaron cuando trataban de irse del país en una lancha rápida que vino a recogerles desde Estados Unidos. Según la información ofici...
Suena el teléfono y del otro lado siento la voz aguardentosa de Lázaro: “¿Viste?”, dice, y me doy cuenta de que sigue encallado en nuestra conversación del último día (la de que “la cosa está tan mala que todo el mundo se va a largar”).
Lázaro comenta la última noticia de esta semana. Dos hombres se ahogaron cuando trataban de irse del país en una lancha rápida que vino a recogerles desde Estados Unidos. Según la información oficial, el bote iba sobrecargado y había mala mar, y cuando pidieron socorro ya era tarde. Fueron rescatados con vida dos niños, siete mujeres y 12 hombres, y el Gobierno acusó de inmediato a EEUU de ser responsable de la desgracia por tener el Consulado cerrado y no dar visados para emigrar legalmente a los cubanos, como establecen los acuerdos migratorios firmados entre ambos países, lo que a su entender “estimula” este tipo de operaciones de tráfico de personas.
“Pero coño, ¿y no se preguntan porque la gente se quiere ir arriesgando su vida”, suelta.
Acto seguido, vuelve a repetir lo que ha dicho muchas veces, que él ni es comunista, ni fidelista, ni nada que se le parezca, pero que no soporta la doble moral de Estados Unidos. “Se les llena la boca de libertad para el pueblo cubano, pero luego nos utilizan como pelotas de ping pong”.
Recuerda la historia de un amigo común, el dramaturgo Abraham Rodríguez, fallecido en 2005, que era su ambia y consorte del barrio. Abraham escribió Andoba, obra antológica del teatro cubano que cuenta la vida de un hampón habanero de cuchillo fácil que regresa al solar donde se crió después de una larga temporada en la cárcel. Andoba, un manual de psicología de la marginalidad y de la guapería de barrio, fue un éxito absoluto. Abraham escribió después numerosos guiones para la televisión y el cine, y allá por los años noventa, en la cima de la fama, fue invitado a viajar a Estados Unidos.
En aquella época sí funcionaba el Consulado norteamericano, pero las colas eran tremendas. Se hacían al aire libre en una explanada cercana a la legación diplomática que estaba en una hondonada. Todo el mundo llamaba a aquel lugar “el hueco”. Allí, en el hueco, había que hacer la cola bajo el sol, papeles en mano, y esperar a que los funcionarios saliesen del edificio y te llamasen por tu nombre. “El pobre Abraham pasó allí horas sin un árbol donde refugiarse esperando a que lo citaran. Cuando por fin entró, el vicecónsul le dijo después de hacerle varias preguntas: ‘Y usted que es un hombre preparado ¿por qué no se queda a vivir en Estados Unidos, donde tendría un futuro mejor’”. Mientras hace el cuento, le da la risa. “A Abraham, que era de madre, se le salió el aguaje y la guapería: ‘Pues mire, no me voy porque no me da la gana: yo voy y viro”. Y no le dieron el visado.
Abraham relataba que en el hueco había muchos guajiros que venían del interior con la cita concertada pero, como no tenían donde quedarse, se metían en la vecina funeraria Rivero a pasar la noche simulando que velaban un muerto. “Aquello era una locura, todos los días eran decenas de personas y los empleados del tanatorio al fin se percataron de la envolvencia y tomaron una contramedida drástica: pusieron a un funcionario en la puerta impidiendo el paso a todo aquel que no supiera el nombre del fallecido y la sala donde lo iban a velar”. Pero aquello no sirvió de nada, explica Lázaro: “alguien le buscó la vuelta enseguida y empezó a vender a cinco pesos los nombres de los muertos en el parque de enfrente”.
Hoy, 17 de diciembre, día de San Lázaro, mi amigo tiene ganas de hablar. Así que me pide que pase a buscarle y vayamos para el santuario. Lázaro es de Cayo Hueso, Centro Habana, barrio bravo, de rumberos, ‘bisnes’ y gente de carácter, el mismo donde se crió Abraham y se desarrolla Andoba. Aquí casi todo el mundo juega bolita, una lotería clandestina de cien números introducida por los chinos en el siglo XIX en la que se apuesta por lo que uno ha soñado, visto o vivido, y también por cábalas. Cada número tiene una correspondencia. El 1 es caballo, el 5 monja, el 37 gallina prieta o brujería, el 66 divorcio, el 50 policía, el 83 tragedia. Si vas por la calle y pisas una mierda de perro o te caga una paloma, cualquiera en Cayo Hueso le apostará al 7, excremento. Y si has soñado que estas en una fiesta en la que sobra la bebida y se forma una bronca, el 49, borracho, o el 67, puñalada, no son malas opciones.
Le recojo en el Parque Trillo, frente al Palacio de la Rumba, que antes fue el cine Strand. Y de ahí nos vamos a casa de un apuntador a que Lázaro “tire unos numeritos”. Aunque el juego en Cuba es ilegal, la bolita está tolerada y se burla al descaro. Por cada peso que le pones a un número fijo, el premio son 70 pesos, y si le apuestas a una combinación de dos (un parlé) y aciertas, te puedes llevar 800. Lázaro se toca la barbilla, y le pone cinco pesos al 8, muerto, y otros cinco al 23, vapor (o barco), “por lo de la noticia de la lancha rápida”.
Cogemos la avenida de Rancho Boyeros hacía Santiago de las Vegas, y de ahí enseguida se llega al pueblecito del Rincón, donde queda el santuario y un leprosorio que continúa funcionando y es atendido por las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul. Desde donde debemos dejar el coche hay que caminar a pie varios kilómetros: son miles de personas las que van hacia allá en peregrinación, muchas descalzas, otras avanzando de rodillas, otras arrastrándose, y la mayoría lleva puesta alguna prenda morada (el color de San Lázaro). Unos padres con un niño chiquito enfundado en unos pantalones de yute cuentan que vienen a pagar una promesa porque el crío estuvo a punto de morir y se salvó.
“La mayoría de los que piden milagros lo hacen por salud, pero hay de todo”, indica Lázaro, que interroga a un joven tatuado y con el cuello cuajado de collares de cuentas: le explica que trae una ofrenda para Babalú (San Lázaro, en la religión afrocubana de la santería) porque su hermano se fue en balsa para la Yuma (Estados Unidos) y llegó sin problemas.
Hace un calor tremendo, y le viene a la memoria a Lázaro otro 17 de diciembre, pero de 1994. “Aquello estaba en candela, era después de la crisis de las balsas, y a media noche una multitud en la iglesia empezó a gritar: libertad, libertad. Sonaba altísimo, era atronador, y la verdad yo me asusté. Le pregunte al párroco, que era amigo mío, si no íbamos a acabar allí todos presos. Aquel cura me miró con indulgencia: ‘No hombre, no, por aquí ya pasó la policía y nos dijo que mientras gritaran libertad y no ‘abajo quien tu sabes’, no me preocupara”.
Lázaro se pone esotérico. Otro 17 de diciembre, pero de 2014, EEUU y Cuba decidieron restablecer relaciones diplomáticas e iniciar el camino del deshielo. “Eso sí fue un milagro. Obama era el tipo. Parecía que aquello iba pa’lante y que hoy íbamos a estar mejor. Pero nada, luego todo se jodió”.
Cerca del templo, en plena calle, un sacerdote da la bendición a quien lo requiere, sea católico o santero, y la cola es considerable. Ya no se puede entrar a la iglesia por la pandemia y han sacado la imagen del santo a las puertas del santuario. Allí la gente deja sus ofrendas. Son montañas de flores moradas, exvotos, muletas, tabacos, velas encendidas en el suelo, todo lo que uno pueda imaginar. Un seminarista atiende a los feligreses. Lázaro se le acerca y le refiere la anécdota de 1994, y el joven le dice que este año nada de nada, que todo ha sido muy tranquilo: “Solo ayer por la noche hubo un incidente cuando una banda de jóvenes empezaron a robar teléfonos móviles y se formó una molotera. Imagínese, con la situación económica tan dramática que hay y en vísperas de fin de año, algunos aprovechan”.
El sol no da chance y vamos tumbando. Por la calle siguen llegando multitudes con sus angustias y los pies descalzos, cargando piedras algunos a pagar sus promesas. En una valla de propaganda se ven las imágenes de Fidel, Raúl Castro y el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, y el lema “somos continuidad”. Hay muchos timbirichis en los que se venden refrescos, pan con lechón, tabacos, flores, imágenes de santos, y desde un puesto, un vendedor guiña un ojo a Lázaro, y le suelta el siguiente pregón: “Vela morada de poliespuma/ pa que te vayas pal Yuma”. Lázaro le sonríe y, muy en su línea, le dice: “Se verán horrores”. Salir con él a la calle es siempre un banquete y una aventura.
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