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Dannya Bravo, la niña que obligó a Ecuador a dejar de quemar gas en la Amazonia: “La lucha de pocos es para el futuro de muchos”

A sus 13 años, es una de las nueve niñas de la Amazonia que ganó una demanda al Estado para detener la quema de gas en la mayor selva tropical del mundo. Pero su batalla sigue porque la sentencia no se ha cumplido

Dannya Bravo, next to a gas flare in La Joya de los Sachas, Orellana province, on August 26, 2024.

Cuando Dannya Bravo tenía seis años, pedaleaba en su bicicleta los alrededores de la gigantesca plataforma petrolera que conocía como “planta C”, ubicada justo al lado de su casa en la ciudad amazónica de Francisco de Orellana. Desde allí, observaba las casas dentro del complejo, pero nunca pudo acercarse. El acceso siempre fue restringido para los comuneros. “Pensaba que era una ciudad. Las casitas me parecían bonitas y, cuando era pequeña, quería entrar para verlas de cerca”, cuenta.

Fue en esos años cuando comenzó a entender qué significaban los mecheros. Ese momento coincidió con la enfermedad de su padre, un trabajador externo de las petroleras que se encargaba de limpiar las tuberías que fue diagnosticado con cáncer de cerebelo. “Me empezaron a explicar qué eran los mecheros, y empecé a preguntar hasta entender lo que hacían”, recuerda ahora Dannya, que a sus 13 años ha pasado más de la mitad de su vida luchando en las calles. Junto a otras ocho niñas de la región, ha demandado al Estado ecuatoriano para que detenga la quema de gas en los mecheros, una práctica derivada de la explotación petrolera que ha marcado la vida de las comunidades amazónicas plagada de campos petroleros.

En 2021, el sistema judicial ecuatoriano dio la razón a nueve niñas de la Amazonia: Dannya, Denisse, Daniela, Kerly, Skarlett, Evelyn, Leonela, Rosa y Jamileth. La sentencia fue clara: los mecheros petroleros, esos monstruos de fuego que destellan entre los árboles de la selva, deben ser eliminados de manera gradual. En un fallo que dio esperanza a toda una comunidad, la jueza ordenó que, como prioridad, se retiraran los mecheros cercanos a los asentamientos humanos. Sin embargo, casi cuatro años después, la promesa judicial sigue sin cumplirse. Los gigantes de fuego siguen allí, lanzando humo y contaminando la vida de estas niñas y sus familias.

Cuando no está en el colegio, Dannya es una incansable activista por el ambiente. “Yo soy una de las niñas demandantes, pero también estudio y soy buena, porque quiero ser activista. La lucha de pocos es para el futuro de muchos. La gente desconoce sobre esto y por eso organizamos talleres para dar información constantemente”. Con una determinación que no corresponde a su edad, recorre los alrededores de su comunidad, señalando los mecheros encendidos y los efectos devastadores que provocan. Le explica a quienes la escuchan, con paciencia y claridad, cómo esos mecheros, que parecen inofensivos a simple vista, son un peligro latente para su gente y el bosque que les rodea.

“¿Escuchan? Es un sonido horrible, como una cigarra que suena todo el tiempo, día y noche. Es horrible vivir así, esto me da mucha rabia”, continúa, mientras camina hacia el mechero. Advierte que sentiremos fatiga de inmediato, que podría provocarnos dolor de cabeza. En el suelo, alrededor del mechero, se pueden ver restos de animales muertos. “Parece basura, pero en su mayoría son polillas, mariposas, a veces hay pajaritos”, agrega, señalando la trágica consecuencia de la contaminación.

El recorrido continúa hacia las plataformas petroleras Sacha 53, la 18, la 192, la 65 y la 274, todas situadas a unos 10 kilómetros a la redonda. En el último pozo, Dannya se acerca a una vivienda donde una pareja, Juan y Juana Cortez, está en el portal de su pequeña casa, justo al lado de un enorme mechero. El rostro de ella refleja el dolor de vivir cerca de estas estructuras. Está acongojada, con un dolor de cabeza constante. “Ese olor a gas y el ruido es insoportable… día y noche”, dice, mientras se restriega las manos por la cara. No tienen más opción que soportarlo, ya que su casa fue reubicada allí cuando se construyó el pozo. “Nosotros llegamos antes, pero nos reubicaron aquí para construir el pozo”, explica él, visiblemente cansado.

La situación empeora cuando la lluvia apaga los mecheros, porque el olor es aún más insoportable. Esa fue una lección aprendida por las niñas, cuenta Dannya. “Al inicio de la demanda nosotras pedíamos que apagaran los mecheros, pero en eso ellos son muy astutos”, comenta con indignación. “Apagar los mecheros significa que el gas continúa emanando a través de la tubería y se esparce por el ambiente. El olor era terrible. Resultó peor, por eso pedimos que los eliminen”, aclara, visiblemente frustrada.

Amnistía Internacional ha mapeado al menos 52 mecheros a menos de 5 kilómetros de centros poblados, una distancia que representa un riesgo potencial para la salud de las comunidades locales y el medio ambiente. Según un informe del Ministerio de Ambiente de 2024, existen 486 mecheros en toda la Amazonia ecuatoriana, que deben ser eliminados antes de 2030. De esos, 148 han sido desmantelados, según Petroecuador, la empresa petrolera estatal. Sin embargo, para las niñas que viven alrededor de los mecheros, los números no reflejan la realidad. Estos siguen encendidos, y los de los centros poblados, que debían ser desmantelados en prioridad, continúan ardiendo, ya que las definiciones del Ministerio de Energía sobre lo que constituye un centro poblado parecen flexibles.

“No creo que este sea el trabajo de una niña de trece años. A una de mis compañeras le han dicho que deje la demanda por su seguridad”, cuenta Dannya. “Nos han detenido militares, con armas de bala y gas pimienta, en la carretera”, agrega, señalando que la lucha no ha sido fácil y que su valentía, a veces, ha tenido un precio, pero que le ha enseñado el propósito en su vida: ser una activista de que defienda los derechos de la naturaleza.

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