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Opinión

Las distintas formas del miedo

El temor funciona tanto como diagnóstico de la condición humana —marcada por la desconfianza y la competencia— como justificación de la autoridad política

La crisis de seguridad que afecta a Costa Rica y a Chile, dos de las democracias latinoamericanas más consolidadas con elecciones presidenciales en fechas próximas, hace que el miedo sea un vector primordial a la hora de decidir el voto. Lo es con respecto al incremento de delitos que incorporan violencia en su ejecutoria y lo es también en re...

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La crisis de seguridad que afecta a Costa Rica y a Chile, dos de las democracias latinoamericanas más consolidadas con elecciones presidenciales en fechas próximas, hace que el miedo sea un vector primordial a la hora de decidir el voto. Lo es con respecto al incremento de delitos que incorporan violencia en su ejecutoria y lo es también en relación con la emigración donde cierta visión “del otro” resulta insufrible. Fuera del marco bélico en el que la guerra se erguía como el gran detonante del pánico las distintas formas del miedo campean por doquier.

El miedo funciona tanto como diagnóstico de la condición humana —marcada por la desconfianza y la competencia— como justificación de la autoridad política. Es una sensación que yace en las entrañas de uno y una estrategia generada por otros para lograr determinados fines. El miedo ocupa un lugar preponderante en la obra de Thomas Hobbes, quien en la primera mitad del siglo XVII se refiere al temor fundamental que cada individuo siente por su propia supervivencia. Ese miedo personal —sobre todo a la muerte violenta— impulsa a actuar racionalmente, buscar seguridad y aceptar la autoridad de un soberano. Es el origen del pacto social y de la obediencia al poder común.

En su obra, especialmente en Leviatán, el miedo es un motor central de la acción humana y el fundamento del orden político. El miedo a la muerte violenta y al caos del “estado de naturaleza” impulsa a los individuos a renunciar a parte de su libertad y a pactar un contrato social. Este acuerdo crea un poder soberano fuerte capaz de garantizar seguridad y evitar la guerra de todos contra todos de manera que solo un poder común temido logre mantener la paz y la obediencia.

Sin embargo, la casuística es muy diferente. Puede encontrarse en la máxima de Mao de que “el poder político nace del cañón de un arma” que hoy supone un sólido incentivo para ejercer una presión constante sobre el estamento militar chino. Las purgas que se suceden en el Ejército Popular de Liberación del país para reforzar su control por parte de Xi Jinping sobre el régimen de promoción en el escalafón con el fin de asegurar la lealtad futura de los próximos generales suponen la validación del miedo como estrategia de fidelización.

Pero también aparece en el ideario de Steve Bannon, que constituye el núcleo de la estrategia del movimiento MAGA: saturar la realidad con mierda (Flood the zone with shit). Una acción que supone una maniobra de transformar el caos en método como resulta del accionar cotidiano del presidente Trump en el que la imprevisibilidad y el exabrupto están siempre presentes junto con acciones concretas.

Así sucede con la expiración del Estatus de Protección Temporal los primeros días de noviembre que arropaba a cientos de miles de venezolanos en Estados Unidos y que ha generado una ola de cierre de negocios y de venta de casas impulsada por el pavor gestado que culmina con la salida del país. Ocurre también con el pánico con el que se contempla el despliegue de una fuerza militar monumental desplegada en el Caribe como no ocurría desde 1989 cuando se produjo la invasión norteamericana de Panamá.

Es el terror desatado bajo formas de acción desempeñadas por grupos o bandas ajenas al ámbito del deseable monopolio legítimo de la violencia que producen actos como el acaecido en el segundo fin de semana de noviembre cuando 27 presos de la prisión de Machala en Ecuador murieron ahorcados tras una revuelta carcelaria o los aconteceres diarios en diferentes lugares de México donde los asesinatos vinculados fundamentalmente con el narcotráfico se suceden con impunidad. Es también el pavor en las favelas de Rio de Janeiro tras la masacre del 29 de octubre perpetrada por la policía. El pánico de la mitad de los más de 85.000 encarcelados sin el debido proceso por el régimen de Bukele ajenos al comportamiento delincuencial de las brutales maras salvadoreñas.

Pero no es solo la perturbación que el uso de la fuerza trae consigo sobre la vida corriente de la gente común es igualmente la vertiente psicológica la que hace estragos. Desde el sutil miedo a perderse algo (FOMO) hasta el derivado de la irrupción en la vida corriente de la Inteligencia Artificial (IA) en cuyo crecimiento vertiginoso en su uso y en las muy diversas aplicaciones no podría quedar exenta su capacidad de utilización en el universo de distintas prácticas de dudosa legalidad y que llegan hasta el dominio del crimen organizado.

El resultado de esa inmersión exponencial por su propio componente de adaptabilidad a numerosas facetas ante las que las personas muestran ignorancia e incomprensión de sus mecanismos y del alcance de sus acciones provoca el clásico temor en clave de psicosis que genera lo desconocido. Asimismo, incrementa las posibilidades reales de extorsiones, hurtos, secuestros masivos de identidad, y sabotajes, sin relegar lo que conlleva el mundo de la desinformación.

Esta nueva clase de delitos y de quehaceres maliciosos potenciados por la IA está poniendo en peligro tanto las vidas como los sistemas empresariales y financieros sin dejar de lado la construcción de la confianza. La formación policial, las leyes y las herramientas transfronterizas no dan abasto, tampoco lo que significa que la desconfianza se extienda por doquier. Además, los delitos ahora pueden afectar a millones de personas a la vez mediante clones de voz y suplantación de identidad como el receloso engaño generalizado socaba las diferentes formas de institucionalidad porque nadie cree ni confía en nada. Una forma sutil en la que el miedo pareciera quedar mitigado o incluso oculto.

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